La rosácea es una afección cutánea común y crónica que afecta principalmente la cara, causando enrojecimiento, vasos sanguíneos visibles y a veces pequeñas protuberancias o pústulas llenas de pus. Se suele desarrollar en adultos entre las edades de 30 y 50 años y es más común en personas de piel clara. Aunque no se comprende completamente la causa exacta de la rosácea, se cree que involucra una combinación de factores genéticos, ambientales y vasculares.
¿Cuáles son los signos y síntomas comunes de la rosácea?
Enrojecimiento facial: la rosácea comienza con una tendencia a enrojecerse fácilmente. Con el tiempo, este síntoma puede volverse más persistente y permanente.
Vasos sanguíneos visibles (telangiectasias): pequeños vasos sanguíneos dilatados pueden volverse visibles en la superficie de la piel, especialmente en las mejillas y la nariz.
Pápulas y pústulas: algunas personas con rosácea desarrollan protuberancias y pústulas similares al acné. Estas pueden ser confundidas con el acné, pero no comparten la misma causa.
Flushing: factores desencadenantes como alimentos picantes, alcohol, bebidas calientes o estrés pueden provocar episodios temporales de enrojecimiento.
Engrosamiento de la piel: en algunos casos, la piel de la nariz puede engrosarse y agrandarse. Esto es llamado rinofima y es más común en hombres que mujeres.
Hay que tener en cuenta que la rosácea puede variar en gravedad y no todas las personas con van a tener todos estos síntomas ni mucho menos todos a la vez.
Cómo tratar la rosacea
Si bien la rosácea es una afección crónica sin cura, estos tratamientos pueden ayudar a controlar y manejar sus síntomas. El diagnóstico temprano y el tratamiento pueden prevenir que la afección empeore con el tiempo.
Medicamentos tópicos: estos pueden ayudar a reducir el enrojecimiento y la inflamación. Los tratamientos tópicos comunes incluyen metronidazol e ivermectina.
Antibióticos orales: los antibióticos pueden recetarse en casos más graves para reducir la inflamación y controlar las pápulas y pústulas.
Terapias con láser y luz: pueden ayudar a reducir el enrojecimiento y los vasos sanguíneos visibles. La luz pulsada intensa (IPL) y los láseres vasculares se utilizan comúnmente.
Evitar desencadenantes: identificar y evitar factores que desencadenan los brotes; como por ejemplo alimentos picantes, alcohol y la exposición excesiva al sol.
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