Quienes tuvieron oportunidad de verlo, siempre recordarán las semanas en que monjes tibetanos y macizos yaks deambulaban por las calles de Uspallata. Fue en 1996, y esos casi cuatro meses convulsionaron la provincia.
“Convulsionados”. Esa era la palabra que se repetía en los incesantes titulares, pues este medio publicaba una crónica casi a diario, pues la gente quería saber qué estaba pasando en la montaña y, sobre todo, qué hacía Brad Pitt.
“Siete años en el Tibet”, dirigida por Jean-Jacques Annaud y protagonizada por Brad Pitt y David Thewlis, se estrenó al año con buena fortuna y se convirtió en una de las películas que dio a conocer a Pitt mucho más allá de Occidente. Para ello también contribuyó la ambición de Annaud, un obsesivo del diseño de producción, que aun hoy es recordado y admirado por su adaptación de “El nombre de la rosa”.
La película seguía durante siete años al alpinista austríaco Heinrich Harrer, quien inicia una expedición en el Himalaya en nombre de la Alemania nazi durante el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Al quedar en el fuego cruzado, es puesto prisionero y, después de huir y sortear muchos obstáculos hollywoodenses, se convierte en una suerte de amigo y tutor del Dalai Lama.
Las anécdotas que dejó la filmación en Mendoza son muchas. Conviene recordar algunas ahora, que la película llegó a Netflix y se ha convertido entre las favoritas de los usuarios. Además, en septiembre se cumplirán 25 años de esos inolvidables días de rodaje.
1-La llegada
Según las crónicas de la época, el actor arribó el 18 de septiembre de 1996 al aeropuerto de Ezeiza. Se subió inmediatamente a un avión privado que lo trajo a Mendoza, donde los primeros días de su estadía fueron una verdadera incógnita. El 22, periodistas y fotógrafos lo captaron trotando en las inmediaciones de la villa, en lo que era seguramente una rutina para ponerse en forma antes del rodaje.
Finalmente, la filmación empezó recién el 30 de ese mes con un cronograma muy detallado, que le imponía levantarse a las seis de la mañana y estar una hora después en la sesión de maquillaje. A las 8 empezó se encontró con el equipo. Eso sí, con una abundante capa de protector solar, puesto que la altura y el día primaveral, sumado a la resequedad que había, prometían un día con sol inclemente.
2-El lugar
La película tiene innumerables locaciones en espacios naturales, aunque saber a ciencia cierta cuáles corresponden a nuestra provincia y cuáles a las montañas Rocosas de Canadá es a veces difícil. Sí sabemos que Annaud, director ambicioso, reconstruyó la ciudad de Lhasa a los pies del cerro Tunduqueral, a unos seis kilómetros al norte de las históricas Bóvedas de Uspallata. Las escenas que se relacionan con este lugar tibetano, además de algunas en paisajes naturales fácilmente identificables, nos llevan a tener cierta certeza.
3-Los novios
“Los novios más célebres del cine están en Mendoza”, rezaba el titular de Los Andes cuando pudo acceder a fotografías exclusivas de Brad y de Gwyneth Paltrow, quien decidió acompañarlo en este proyecto aunque no participaba del mismo. Ambos habían filmado el año anterior “Seven”, clásico de David Fincher, y eran una de las parejas más acosadas por los paparazzis del mundo.
4-Los hospedajes
La populosa producción llegó a ocupar en un cien por ciento, durante los casi cuatro meses, los hoteles de la zona. Incluso más allá, como en el hotel Ayelén de Los Penitentes, donde llegaron a hospedarse algunos extras, entre los que había no solo tibetanos “de verdad”, sino también jujeños. Recordemos que la producción trajo a 413 extranjeros, 58 monjes tibetanos y 12 yaks. En el hotel Uspallata se hospedaron vestuaristas y maquilladores.
A Brad Pitt y Gwyneth Paltrow le tocaron espacios más privados y exclusivos. En Uspallata, dormían en la casa del jefe del RIM 16, que había sido reacondicionada especialmente para esos días, con el fin de que las estrellas tuvieran todas las comodidades posibles. En los días en que bajaran a la ciudad, se hospedaban en El Cortijo (Chacras de Coria).
5-¡Atrapados!
El primer día de rodaje, un inconveniente obligó a modificar la estricta agenda de actividades. A eso del mediodía, los custodios de Brad Pitt fueron a buscar a Paltrow, quien se había quedado en la casa. La partida, sin embargo, se demoró más de media hora, pues el chofer de la camioneta, en un desesperado intento por evitar a la prensa acosadora, se bajó del vehículo, dejó el motor en marcha, las llaves adentro y trabó las cuatro puertas sin querer. Tuvieron que se socorridos por un cerrajero de la zona, quien se llevó sin lugar a dudas la anécdota de su vida.
6-El gimnasio
Otra de las anécdotas más curiosas del rodaje se produjo el día que la superestrella se animó a bajar entre los mortales e ir a un gimnasio de Guaymallén, Bushido, ubicado en Cobos al 1597 de Dorrego.
A la sorpresa siguió la euforia, al punto de que Brad Pitt tuvo que “escaparse” cruzando una medianera a una casa vecina para evitar a los fans. Días antes, había asegurado que no sabía que era “tan famoso” en Argentina...
7-El doble
Que hubo un doble de Brad Pitt, sí. Se llamaba Fernando Miguel Martín y tenía apenas 19 años. En un abrir y cerrar de ojos, pasó de ser un uspallatino más a secundar a uno de los actores más famosos del mundo. Tenía pelo rubio, acorde al actor, y medía casi 1,80 metros. También era capricorniano, como el actor.
¿Alguna vez se habría imaginado ser un doble? “Nunca lo imaginé, solo fui a pedir trabajo”, nos dijo en ese entonces Fernando, quien se lucía con el mismo vestuario que el actor de “Doce monos” y reconocía que, además de parecerse físicamente, tenían una forma similar de caminar.
8-La desigualdad
Lo que fue una fiesta del cholulaje para algunos también fue una triste situación de contraste, pues Uspallata sufría en esos años de una pobreza muy severa. En las crónicas de este medio se daba cuenta cómo el rodaje no significaba, necesariamente, contacto con el lugar. “Nosotros nacimos aquí y nos sorprende que no nos dejen ver qué está pasando”, decía una vecina, mientras veía pasar camionetas importadas hacia la hostería Los Cóndores, que se había vuelto el punto de referencia no solo para la producción (el actor cenó allí la primera noche) sino para los periodistas, sedientos de alguna foto del carilindo.
Muchos vecinos se sentían ajenos a lo que estaba pasando y otros, como don Manuel Medina, aprovechaba la situación para alquilarles sus caballos. El trato convenía: le pagaban cien pesos por cada uno, mientras durara el rodaje, y además se los alimentaban y vacunaban.
9-El dinero
La película costó unos 70 millones de dólares y recaudó casi el doble, 131,5 millones. En su momento, se especuló con que la producción derramó en la región 20 millones. “Los habitantes de Uspallata dicen estar muy contentos con la película, ya que ha generado una importante cantidad de trabajo en diversos rubros, como albañilería y carpintería entre otros. La capacidad hotelera se encuentra cubierta en su totalidad e incluso muchos residentes del lugar han alquilado sus casas a la producción de la película”, decían las crónicas de la época.
10-Un cachet...
Para tener en cuenta lo que significó este rodaje en números, alcanza con pensar que en un día de trabajo Brad Pitt cobró lo que un empleado promedio a lo largo de 20 años, destacaba una crónica de Los Andes de la época. “El cachet del actor por este filme es el equivalente a la inversión necesaria para crear una zona franca en el pueblo, algo que le permitiría resucitar”, ampliaba la crónica, fechada el 21 de septiembre de 1996.