Tamara Kamenszain: itinerarios de una poetisa que corrió siempre los límites

El miércoles falleció a los 74 años una de las escritoras argentinas más importantes y originales de las últimas décadas, cuyas raíces literarias vienen del neobarroco.

Tamara Kamenszain: itinerarios de una poetisa que corrió siempre los límites

Fue en 1980, en su exilio mexicano, cuando Tamara Kamenszain tuvo uno de los encuentros literarios más importantes de su vida. Lo contaba en “Libros chiquitos” (Ampersand, 2020), su penúltimo libro, un ensayo inclasificable en donde intentaba narrar el constante, y muchas veces tenso, ida y vuelta entre sus lecturas y su escritura.

Ese día, asistió a una charla masiva en un anfiteatro cerca del volcán Popocatépetl. ¿Los disertantes? Algunos de los máximos poetas “estrella” de la época: Octavio Paz (aún sin el Cervantes ni el Nobel) en calidad de anfitrión, Jorge Luis Borges (un infaltable), João Cabral de Melo Neto y Allen Ginsberg (“en etapa posbeatnik”, apuntó ella). “Yo ya estaba queriendo encontrarme con una voz capaz de resistirse al efecto vate y eso es lo que fui a buscar”, escribía la poeta, cuya pérdida el miércoles pasado a los 74 años, víctima de un cáncer, lamentó a toda la cultura argentina.

Si encontró o no esa voz resistente ese día, Kamenszain lo responde en las páginas siguientes, recordando sus propios libros y las simpatías literarias que la influenciaban. Ellas van desde sus lecturas (o más bien relecturas) del antipoeta Nicanor Parra hasta su convicción, cuando ya era la encargada del Centro Cultural Rojas de Buenos Aires, de darle espacios institucionales a las nuevas voces emergentes, algo que hizo por ejemplo con el joven Batato Barea.

“Llamo ‘vates’ a los que instalan sus dominios en un terreno inamovible”, definía. Y ese terreno era la palabra poética, impresa y eternizada. Sentía la certeza de que esa palabra tenía que ser desacralizada, y por eso encontró sus aliados en los textos de Witold Gombrowicz y, un contemporáneo y amigo, Néstor Perlongher, con quien fue ligada a la generación de neobarrocos (también estaban ahí Osvaldo Lamborghini y Arturo Carrera). Los “neobarrosos”, tal como preferían llamarse, elevaron a literatura el amasijo experimental que se movía en el barro del Río de la Plata.

Pero la búsqueda de esa desacralización la llevó por distintos caminos a lo largo de su vida: desde querer opacar el lenguaje, una expresión que usaba ella misma para referirse a esa etapa neobarroca, para después buscar la transparencia. Y transparentes, actuales y lúcidos fueron sus últimos libros, como “Chicas en tiempos suspendidos” (Eterna Cadencia, 2021), un recorrido poético-ensayístico-autobiográfico-narrativo (así de proteico) por la historia de distintas mujeres de la historia rioplatense: desde Delmira Agustini, Juana Bignozzi, Cecilia Pavón, Celeste Diéguez hasta sus propias nietas y las Abuelas de Plaza de Mayo.

Kamenszain, quien ya hablaba de “sujetos” y “sujetas” en los ‘80, seguramente vivió sus últimos años con el goce de ver hechas realidad las libertades, las sororidades y las transgresiones que prescribía hace décadas. Hoy, leída en retrospectiva, era una poeta del futuro.

Y hacia el futuro proyectaba también sus acciones, porque si hubo otro empeño en su vida fue militar desde la docencia y la crianza el amor por la lectura y la escritura. En el último capítulo de “Libros chiquitos” cuenta la relación de sus nietos con los libros. El textito se llama, en total sintonía y adhesión a algunos debates sociales actuales, “Lectores chiquites”.

En otra orilla, fue fundadora, asesora general y docente de la Licenciatura en Artes de la Escritura de la Universidad Nacional de las Artes (UNA), uno de los proyectos que más la entusiasmaron en la última década.

Por tal motivo habló en 2016 con Los Andes y decía: “Más que enseñar hablaría de transmitir: se puede transmitir la propia experiencia, por eso es importante que el docente sea a su vez un escritor y se puede también transmitir la pasión por la lectura que es la otra pata sin la cual es imposible escribir”.

En sus últimos años, recibió premios como el Konex de Platino en 2014, el Premio de la Crítica de la Feria del Libro, la Medalla de Honor Pablo Neruda, la beca Guggenheim y el Premio Lezama Lima de Cuba.

Sus libros

Kamenszain también fue gestora, estudiante de filosofía, periodista cultural y bibliotecaria. Su libro “La novela de la poesía” (Adriana Hidalgo, 2013) reúne en un solo tomo sus diez libros dedicados al género. También escribió ensayos como “El texto silencioso”, “La edad de la poesía” y “La boca del testimonio”.

Pero es quizás “El libro de Tamar” (Adriana Hidalgo, 2018) su texto más difundido y, a la vez, el más inclasificable. El punto de partida de este material anfibio fue un poema que le escribió durante el proceso de separación su ex marido, el escritor Héctor Libertella (fallecido en 2006). Ambos se habían exiliado a finales de los ‘70 en México y tuvieron dos hijos: Mauro (también escritor) y Malena.

En ese poema, Libertella juega con las letras de su nombre (“Tamara”, “Tamar amar”, “Trama mar”), una lectura que hace emerger a la escritura fragmentos de su vida compartida, en donde van y vienen otros personajes de nuestras letras como María Moreno y esa otra dupla intelectual maravillosa que fueron Ricardo Piglia y Josefina Ludmer.

El productor Diego Dubcovsky leyó el libro y le fascinó la posibilidad de hacer un audiovisual de ese libro de naturaleza tan extraña. El proyecto ya había sido aceptado por ella y sigue estando en marcha. Para la difícil adaptación y el guion de la película, Kamenszain recomendó a Analía Couceyro, después de ver la adaptación teatral que ella hizo de “El nervio óptico” de María Gainza, un libro que también mezcla géneros desde en un punto de partida autobiográfico.

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