Al revisitar la filmografía de Stanley Kubrick, hay dos apreciaciones que nunca fallan: la fresca conservación de sus obras décadas más tarde y la detección de aspectos reproducidos por otros directores, ya sea de manera consciente o como simple pastiche. Ya lo ha dicho Paul Thomas Anderson: “Inevitablemente, terminarás haciendo algo que probablemente él ya haya hecho antes”.
A los 27 años, Kubrick encabezó la producción de “Casta de malditos” (The Killing, 1956), su tercera película. Compartía el noir y el tono rebelde e inmoral de “El beso del asesino” (Killer’s Kiss, 1955), su anterior largometraje, pero finalmente conseguía la madurez. Incluso, podría decirse que es la obra fundamental del director a tan temprana edad, donde ya asomaban varios rasgos identitarios. Y aunque a veces se la pase por alto, es igual de influyente que otras suyas que gozan de masividad.
“The Killing” nació en una tarde de ajedrez en Washington Square, cuando Kubrick conoció al productor James B. Harris. Se unieron comercialmente en Harris-Kubrick Pictures Corporation, mediante la cual adquirieron los derechos de la novela “Clean Break”, de Lionel White, por 10 mil dólares. Como acostumbró en la mayoría de sus películas, Kubrick se encargó de adaptar el guion a la pantalla y le dio un giro hacia el film noir, justo en una década donde el género comenzaba a perder su brillo.
Para obtener financiamiento, aunque escueto (300 mil dólares), United Artists le exigió al dúo creativo contratar algún actor de alto perfil. El encargado de cumplir el requerimiento fue Sterling Hayden, a quien Kubrick seguía desde el noir de John Huston “Mientras la ciudad duerme” (The Asphalt Jungle, 1950). En el elenco también asomaba Marie Windsor, actriz que había cultivado por entonces cierta fama de mujer fuerte por su impronta física.
Ya en los años 50, Kubrick había tenido algún que otro enfrentamiento para que el estudio respetara su visión creativa.
Además de dirigir, el realizador quería ponerse al frente de la fotografía, pero United se lo negó por la normativa vigente. Entonces, la compañía contrató a Lucien Ballard, un veterano que la pasó mal con el tenaz y detallista Kubrick, dos décadas menor. Según los registros, Ballard acortó los raíles del travelling y le cambió a la cámara el objetivo pedido, lo que obligó al director a detener el rodaje hasta que se arreglara como él quería. Además, por los ajustes presupuestarios, Kubrick renunció a otro papel: el de productor.
En “The Killing”, Kubrick presenta a Johnny Clay (Hayden), un criminal salido de la cárcel que planea un último atraco antes de casarse con Fay (Coleen Gray) y dejar atrás su enquilombada vida. Se le ocurre robar unos 2 millones de dólares de la recaudación de un hipódromo, justo en medio de la carrera cuando la atención de los espectadores está depositada en el caballo con mayores chances de ganar.
Para concretar su operativo, Johnny convoca a un grupo de hombres integrado por el cajero del hipódromo (Elisha Cook Jr.), un policía fácil de corromper (Ted de Corsia), un luchador veterano lo suficientemente útil para armar una revuelta (Kola Kwariani), un francotirador que apele a una distracción (Timothy Carey) y un barman de temple actoral (Joe Sawyer). Sin embargo, las cosas no salen como se las espera, debido a la intervención de la esposa del cajero (Windsor), su amante (Vince Edward) y otros interesados en el botín.
Más allá de ser una película totalmente kubrickiana en esencia, que apela a la reacción del subconsciente y está meticulosamente construida visualmente, lejos está de lo visto en “Barry Lyndon” (1975) o “El resplandor” (The Shining, 1980). Ese es uno de los tantos talentos del director: mantener un enfoque autoral pese a lo diversas que pueden lucir entre sí sus 13 películas.
En apariencia, “The Killing” juega con la dinámica del documental hasta con algunos insertos grabados en el hipódromo de Bay Meadows (California), que luego aumentan la tensión en el montaje del clímax.
El noir de Kubrick resalta en su narrativa no lineal y en el desarrollo de los personajes no tanto por sus parlamentos, sino por cada acción a cumplir en el plan. Casi 70 años después, no parece demasiado revelador: hemos sido testigos de miles de clones de “The Killing” tamizados por la mirada de Steven Soderbergh, Quentin Tarantino o Christopher Nolan, por mencionar a tres contemporáneos. Y no tan sutil como uno desearía. El británico, por ejemplo, homenajeó a Kubrick de manera explícita en “Batman: el caballero de la noche” (The Dark Knight, 2008) con los secuaces del Joker portando las máscaras payasescas.
Kubrick aprovecha el recurso temporal lo justo y necesario, sin generar molestia en el espectador. Un logro de atribuirle, para ser honestos. Es que United Artists estaba en contra de la ida y vuelta en la sucesión de los hechos, ya que lo consideraba demasiado “complejo” para el público de aquella época, más si la búsqueda era un hit en taquilla. Con algunos ajustes, el director decidió sumarle la voz en off del veterano locutor Art Gilmore, que añade, innecesariamente, hasta la hora de cada secuencia.
“The Killing” ganó poco dinero. Fue lanzada en los cines de Estados Unidos pegada al western “Bandido” (1956), de Richard Fleischer, en busca de mejor suerte. De poco sirvió. No obstante, Metro-Goldwyn-Mayer fijó interés en el entretenido filme de Kubrick y le ofreció 75 mil dólares para escribir, producir y dirigir un proyecto. El director pensó de inmediato en una novela de Humphrey Cobb que de pequeño lo había impactado por el tratamiento de la Primera Guerra Mundial.
“La patrulla infernal” (Paths of Glory, 1957) fue el nacimiento de la agitada amistad creativa de Kubrick con Kirk Douglas, antes de la explosión con “Espartaco” (Spartacus, 1960). Desde allí nada frenaría la seguidilla de clásicos del cineasta que lo ubicó en el panteón, apenas en su tercera década de vida.
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