Hoy se cumplen 40 años de uno de los días más icónicos del rock: el estreno, en el Festival Internacional de Cine de Cannes, de “The Wall”, la película de Alan Parker basada en el disco homónimo de Pink Floyd, que se convirtió en un clásico de la cultura rock por su feroz crítica a la sociedad moderna y despertó un interés particular en la Argentina, donde se mantuvo en cartel en horario de trasnoche durante gran parte de esa década.
Con guion del propio líder del grupo, Roger Waters, animaciones de Gerald Scarfe y la actuación protagónica de Bob Geldof, el filme abordaba temáticas como la guerra, el control social a través de la educación formal, la sobreprotección materna, la alienación y la sociedad de consumo, entre otras cosas, a través del personaje central, una atribulada estrella rockera de nombre Pink.
La película prácticamente no contenía diálogos y toda la historia se narraba a través de las canciones del disco publicado en 1979 y las imágenes, en una lograda amalgama.
Aunque ya existían estos maridajes entre el rock y el cine, como el caso de “Tommy”, la ópera rock de The Who, o “200 moteles”, la sardónica crítica de Frank Zappa al negocio musical, “The Wall” se convirtió en la más perfecta síntesis de las miserias que rodean a esta industria.
Acaso por estas cuestiones, particularmente impactantes en un país que empezaba a salir de la feroz dictadura cívica-militar, como por el efecto alucinógeno de las animaciones de la película, la producción de Alan Parker permaneció en cartel en cines porteños en horarios de trasnoche durante casi toda la década. Tal como había ocurrido con “La canción es la misma”, de Led Zeppelin, y sus proyecciones en el cine Lara de la Avenida de Mayo, o con “Woodstock”, “The Wall” se convirtió en un ritual obligado para los amantes del rock en la Argentina.
A pesar de su monumental éxito y del estatus alcanzado a lo largo de los años, la película no dejó satisfecha a ninguna de las partes involucradas. Por un lado, el trío neurálgico del filme -Parker, Scarfe y Waters- mantuvo marcadas diferencias en torno al proyecto, lo que provocó no pocas discusiones.
Además, la obra “The Wall” resultaba también urticante en el seno de Pink Floyd debido a que se trató de un emprendimiento casi en solitario de su líder, en uno de sus momentos de mayor megalomanía.
En tal sentido, Waters tomó el mando de manera casi dictatorial y acalló cualquier aporte creativo de los otros miembros del grupo.
Cabe recordar que la presentación del disco constó de una serie de conciertos temáticos en los que se construía una gran pared mientras la banda tocaba, hasta dejarla totalmente oculta detrás de los ladrillos, para finalmente tirar abajo el gran muro mientras sonaba el último tema. Waters pretendía simbolizar de esa manera la incomunicación entre el artista y público que la industria musical provocaba.
Insatisfechos con esta dinámica y ante el gran esfuerzo de producción que significaba esta puesta, el espectáculo apenas se representó en pocas ciudades. La obra completa fue luego interpretada en 1990 por Waters y artistas invitados para celebrar la caída del Muro de Berlín, y fue motivo de una gira especial del músico en 2012 que en la Argentina se cristalizó con nueve estadios River Plate.
La película se mantiene hasta el día de hoy como el clásico de la cultura rock que mejor sintetizó la unión entre cine y música, a la vez que supo expresar con claridad aquellos grandes cuestionamientos que siempre sobrevolaron al género.