En épocas donde el amor no es lo que era, ¿cómo hacer una comedia romántica que impresione tanto al público edulcorado como al más reacio? El director Joachim Trier acaba de conseguirlo con “The Worst Person in the World” (Verdens verste menneske, 2021), nominada al Óscar en mejor película internacional y guion original. Se trata de un filme noruego que escapa a la melancolía y revisa las inquietudes a futuro de los que recién cumplen 30 años, aun cuando el mundo quiere verlos fracasar rápido.
Julie (Renate Reinsve, ganadora de la Palma de Oro en Cannes) es una joven impulsiva y cambiante que todavía no define qué hacer con su vida. Pese a que era una de las mejores estudiantes, dejó la carrera de medicina: “La cirugía es muy concreta, es casi como ser carpintera”. Probó después con la psicología porque le interesaba la mente, no la anatomía. Y después se dio cuenta de que es un ser visual: se halló en la fotografía.
Sin embargo, no dedica su vida a ninguna de sus pasiones. Se gana el dinero como empleada de una librería y vive cómodamente con su novio Aksel (Anders Danielsen Lie), un artista de cómic de cuarenta y tantos que quiere formar una familia. Cuando se cruza con un barista millennial (Herbert Nordrum) menos demandante, una nueva oportunidad emerge en su búsqueda.
“The Worst Person in the World” es la tercera entrega de Trier en su imprevista “trilogía de Oslo”, conformada por las también recomendables “Reprise: vivir de nuevo” (2006) y “Oslo, 31 de agosto” (2011). Además de la presencia del actor Danielsen Lie, en las tres coinciden los dramas de hipsters noruegos de entre 30 y 40 años, pero siempre desde una óptica masculina.
Su última comedia romántica es más liviana y desprejuiciada que sus predecesoras, tanto desde su guion como de su estructura narrativa: un prólogo, 12 capítulos y un epílogo, dotada de una deliciosa fotografía urbana filmada en 35mm y de prestado vuelo onírico a lo Fellini.
Que Trier sea el director y guionista junto a otro varón, Eskil Vogt, y aborde los deseos y las preocupaciones de una mujer puede sonar incongruente para los parámetros actuales. Pero a diferencia de otras rom-coms, Julie no es en “The Worst Person in the World” una representación idealizada por un hombre. No estamos frente a la Annie Hall de Woody Allen o la Summer de Marc Webb. Julie es bella, avispada e intrépida, pero una humana repleta de fallas, excesos y vicios como cualquiera.
En esa línea, cuando uno se engancha a “The Worst Person in the World” conecta directamente con la interpretación de Greta Gerwig en “Frances Ha” (2012), dirigida por Noah Baumbach, o la de Marie Rivière en “El rayo verde” (Le Rayon vert, 1986), de Éric Rohmer. El caos es el corazón de Julie, con quien el espectador empatiza a pesar de que sabe que puede ser más dañina para los suyos de lo que ella piensa. Pasa por cambios de look, debe encajar con personas que a duras penas conoce, choca con las expectativas de su familia. El que esté libre de pecado…
La película de Joachim Trier aprecia la juventud millennial, atrapada entre las exigencias de su anterior generación y la determinación implacable de quienes le siguen. Con sus metidas de pata, Julie puede considerarse a sí misma como la peor persona del mundo. Motivos le sobran: su situación económica es privilegiada, tiene salud y atraviesa los años más potables de su vida. Más en una sociedad como la de Noruega, con su modelo de bienestar que brinda atención médica universal y sistema de seguridad integral.
De todos modos, “The Worst Person in the World” está en las antípodas de cualquier superficialidad clasista. Aporta una inspección generacional y de sencilla identificación con el público, sin diferenciar latitudes u orígenes.
Curiosamente, para su narración de tinte humanista, el realizador noruego apuesta al humor amargo de Paul Mazursky para desembrollar las discusiones contemporáneas (la cultura de la cancelación, las drogas, la sexualidad libre de compromiso afectivo). Quizá el volantazo de la tragedia final le resta originalidad, pero nunca pierde el optimismo y la redención como norte.
El abordaje del paso del tiempo desde lo sombrío ha sido frecuente en el cine escandinavo. Y si bien lo enmascara en la veta cómica, Trier lo toma desde un sistema donde la mortalidad es negada a cambio de un consumo ligero, constante y cíclico.
Parte de su decepción la corporiza a través del personaje de Aksel, un ser que creció con una cultura entre bibliotecas y disquerías, coleccionando, tocando y comparando los objetos. Toda una caja de recuerdos y sabiduría que Julie aprecia, pero comprende que no le pertenece. La secuencia de su huida por Oslo, esa donde el reloj se suspende y las posibilidades son infinitas, refleja a una generación que finalmente puede jugar con la libertad de encontrar cuál es su verdadera libertad.