Mendoza está viviendo los días previos a su gran fiesta anual, y en este clima de vendimia que comienza a instalarse, resulta oportuno recordar una obra y un poeta. En 1948 aparece la “primera edición” (no conocemos que hubiera una segunda) de Canto a la tierra de Cuyo de Sixto Martelli. En el pie de imprenta se lee lo siguiente:
“Este libro, donde la nostalgia y el ansia de la luz nativa prevalecen en la vocación de amor que ostenta y se recata en el heraldo de sus palabras, es una pálida alabanza de la Tierra donde mejor se alternan los sueños, el trabajo y el ocio fértil sobre el vasto cuerpo de la república”.
Aparece por voluntad del autor para celebrar la institución de la Fiesta de la Vendimia, primera forma de festejo de los Trabajadores de la Viña en la Argentina.
Además de su carácter celebratorio, que dicta el tono y la estructura general de la obra, resulta interesante para conocer la obra de este intelectual y hacedor cultural mendocino y, a la vez, reflexionar sobre la problemática del regionalismo literario, del vanguardismo mendocino y su inserción en el contexto nacional. A la vez, este libro muestra cabalmente lo que es también un signo de la época: la labor mancomunada de plásticos y literatos en pos de la cultura regional. Esto dio como consecuencia la publicación de libros concebidos en cierto modo como “objetos de arte”, como ocurre con este volumen.
En efecto, lo visual ocupa un espacio muy importante en la concepción de volumen, en el que destacan en primer lugar “Las iniciales dibujadas por la fantasía de José Jorge Fatta”, a las que se agrega la obra de diez ilustradores argentinos que ornamentan la obra “para agregar una alegre festividad de estampas a los ojos que la transiten”. Complementan el texto una serie de fotografías cuyos pies de imagen tienen un tono sentencioso, casi aforístico, como el siguiente: “En Cuyo, cada camino es una afirmación decidida del hombre y su espíritu”.
También destaca Martelli que “Los dibujos ejecutados a pluma, a pincel, al carbón y xilográficamente, además de las fotografías que ornamentan la presente edición, tienen particular destino en esta obra conforme a ideogramas del autor”. Así, en su concepción completa de imagen y texto representa el más cabal homenaje a la fiesta magna de los mendocinos, porque refleja la realidad geográfica que le da vida -”acequias, tajamares, albardones y canales”- y compendia todos los valores que la sustentan.
En tal sentido, constituye otro paratexto significativo la dedicatoria a Cippolletti, “el ingeniero italiano que organizó ejemplarmente para la Argentina, desde Mendoza, la irrigación científica” y a Juan Francisco Cobos, “el español que introdujo los primeros álamos en Mendoza y a quien distinguió como ‘Benefactor’ el Gran Capitán de los Andes”.
También pueden mencionarse como significativos los epígrafes que constituyen una confesión de predilecciones literarias y que contribuyen a situar al autor en el tránsito del posmodernismo a la vanguardia. Encontramos así citas de noventayochistas españoles como Unamuno, vanguardistas franceses como Supervielle; poetas alemanes como Rainer Maria Rilke; numerosos poetas españoles: Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Antonio Machado, León Felipe… Y algunos americanos, como Pablo Neruda o Alberto Hidalgo.
El volumen se cierra con el siguiente pie de imprenta: “Todo bajo el signo / de / Pampa y Toro / mis hijos”.
Sixto C. Martelli nació en Mendoza en 1901. Fue poeta, prosista y periodista: colaboró en La Tribuna, La Palabra y Los Andes. Participó también en la fundación de la filial Mendoza de SADE. En 1923 se radicó en Buenos Aires donde continuó su colaboración en los algunos de los principales medios de difusión porteños de la época: La Nación, La Razón y Crítica. También publicó en medios extranjeros: Antena de Chile, Excelsior de México y La Marina de Cuba. En Mendoza publicó igualmente en la revista Égloga. Fue uno de los iniciadores del Museo de Bellas Artes de Mendoza.
Entre los temas de su vasta obra periodística figuran artículos sobre Mendoza, el Norte argentino, el paisaje argentino en la pintura, el humorismo, la escultura, el grabado, leyendas, fábulas, apólogos. Junto con Ricardo Tudela realizan una antología poética de Cuyo, en 1932.
Su obra literaria comprende los siguientes títulos: Humanas (1923), publicado en Buenos Aires; Concéntricas; Motivos de Buenos Aires (1932), prosa poética con influencia de la greguería y del ultraísmo; Ignorancias (1934), editado también en Buenos Aires (al igual que Humanas es un libro en prosa que contiene diversas reflexiones, algunas humorísticas); Paraná a la vista (1937), notas de viaje publicadas en Buenos Aires; Para los hombres que ya no tienen infancia (1940), colección de aforismos dedicados a Eduardo Mallea, “revelador de una Argentina sumergida”; y Canto a la tierra de Cuyo (1948), concebido como un homenaje a la institucionalización de la Fiesta de la Vendimia.
Sobre el tema vendimial versa también su publicación en Égloga, revista creada y dirigida por Américo Calí.: “Palabras para una vendimia inútil” (marzo, 1945). En este texto, la labor de la tierra se carga de un sentido trascendente, fundante, análogo al de la creación: “De todos los actos del hombre, el que mayor trascendencia tiene en sí mismo, socialmente, quizás sea el acto de sembrar… […] Y donde hay siembra, hay cosecha. El hombre cosecha siempre lo que siembra. Es una fortuna tremenda consagrada por Dios desde la hora del Génesis”. Su poema “Motivo de un amanecer mendocino” mereció el Premio en los Juegos Florales e 1924.
Con respecto a su ubicación en el contexto mendocino, Arturo Roig (cf. 1996: 26) lo ubica dentro del espiritualismo literario y el regionalismo que advienen en la década del 20, más concretamente en el marco del vitalismo irracionalista de Ricardo Tudela. Y en lo estrictamente literario, dentro dela nueva sensibilidad de inspiración vanguardista: sus Concéntricas, junto con El inquilino de la soledad de Ricardo Tudela; Carroussel de la noche de Vicente Nacarato El poema de Abel de Juan Bautista Ramos y Colores del júbilo de Jorge Enrique Ramponi inauguran una nueva etapa en las letras mendocinas (cf. Roig, 1966: 81-82).
Falleció en Mendoza en 1954.