En 1948, Sixto Martelli (1901 - 1954) publicó un volumen en prosa poética titulado Canto a la tierra de Cuyo, concebido como un homenaje a la institución de la Fiesta de la Vendimia, acaecida en 1936 pero que continúa una tradición de festejos populares iniciada en las últimas décadas del siglo XIX.
La primera sección del libro de Martelli se titula “Brindis por la tierra cuyana” y, a modo de epígrafe o introducción, incluye un texto en prosa de Raniero Nicolai, fechado en enero de 1924, en el que en tono laudatorio se celebra el nombre de Mendoza como un fruto dulce, “nome da tenersi in boca come un chiccio della tua uva zuccherina” y evoca la figura de las mujeres vendimiadoras, cuando “tornano legate a braccio dalla asolate vendemie […]” (1948: 13).
A continuación se transcriben cuatro composiciones de autores cuyanos: “Primavera en la montaña”, de Alfredo Bufano (Presencia de Cuyo); un poema sin título del poeta sanjuanino Antonio de la Torre, perteneciente al libro Tierra encendida; un texto, también sin título y proveniente de Agua que viene de las sierras, de Juan Carlos Lucero y otro de Antonio Esteban Agüero, del volumen titulado Pastorales, datado en la Villa de Merlo, San Luis. De este modo, Martelli quiere configurar poéticamente la entidad regional conocida históricamente como “Cuyo”, si bien las tres provincias exhiben características disímiles en el aspecto geográfico.
Luego aparece el título “Presencia del hombre nativo”, imagen plasmada artísticamente a través de una ilustración denominada “Cantor típico de Cuyo”, que es un carbón ejecutado por Ramón Subirats. En el dorso de la ilustración se lee un fragmento de “Claveles mendocinos” de Alfredo Pelaia, con la aclaración de que se trata de “la primera canción popular que cumplió por toda la América la mejor embajada lírica en favor de Mendoza” (1948: 16).
Luego se incluyen tres textos en prosa que plantean la problemática regionalista: el primero, de Alfredo Coviello, contiene una clara profesión de fe que consuena con las palabras de Ricardo Rojas y muchos otros intelectuales argentinos desde las primeras décadas del siglo XX: “Las regiones deben alcanzar la jerarquía e importancia que les corresponde en el cuadro de la República, para gravitar armónicamente en la preformación del destino de los argentinos” (1948: 19).
En el mismo sentido discurre el texto de Ricardo Tudela, quien ensalza el canto que es “otra raíz entre las raíces regionales”, ya que es “la región hecha raíz, azada del fervor y cumbre que se diversifica […] en la corriente de su río” (ídem), en clara alusión a los elementos emblemáticos del paisaje cuyano. A continuación, el poeta filósofo ahonda en la significación metafórica del macizo andino, proclamada magistralmente por Ramponi en Piedra infinita, cuando alude a ese “universo de piedra incesantemente abierto y cerrado […]; esa existencia unilateral y plural sobre las tremendas mudeces de una piedra inconmensurable: la Cordillera” (ídem).
Finalmente, el texto del poeta cubano José Martí recalca, desde una perspectiva latinoamericana lo anteriormente dicho, en tanto “El suelo nativo es la única propiedad plena del hombre, tesoro común que a todos iguala y enriquece” (ídem).
Luego de una “Advertencia amable” de Exequiel Martínez Estrada: “Lo que se ha destilado poco a poco / no quieras tú beberlo de un trago […]” comienza propiamente el libro, con los textos de autoría de Martelli, escritos en prosa, en los que, junto a la celebración del suelo natal, podríamos decir que el poeta “se celebra y se canta a sí mismo”.
El primero de los poemas, que oficia como introducción o auto presentación del autor, no tiene título; está presidido por la viñeta de un cóndor y se cierra con los siguientes versos: “¡Cóndor alto / de la Cordillera, / dame plumas / para mis recuerdos! (1948: 27), por lo que su sentido es inequívoco: el poeta, a semejanza del Rey de las Alturas andinas, es capaz de evadirse del entorno “que lo ciñe y lo apremia, hasta radicarse en la emoción placentera de un paisaje que lo llama desde adentro, desde la infancia misma de su hombría” (1948: 25).
Es llamativo que el poeta se llame a sí mismo “el Hombre de la Buena Memoria para la tierra”; esta figura, y la del Hijo Pródigo aludida luego, plantean una dialéctica de alejamiento / retorno hacia la tierra y hacia las vivencias entrañables, tal como puede verse en la misma biografía de Martelli. Solo en ese retorno, el secreto del canto podrá ser revelado, aunque persista inefable, inexpresable su plena concreción: “Nos parece, a veces, haber agotado el campo de la expresividad con palabras y solo hemos quedado en el umbral de la expresión esencial” (1948: 33). Así se formula, siquiera fragmentariamente, una poética en la que el sentimiento debe ser tamizado por la distancia espacial y temporal antes de rendir su fruto.
Hecha su auto presentación, en los dieciséis textos que constituyen la parte central del libro, titulada “Pausa de rememoración y gozo”, el poeta emprende lo que es su objetivo confeso: el homenaje a la Fiesta Magna de los mendocinos, y consecuentemente, la exaltación de la faz productiva de la tierra, su carácter de oasis surgido por la magia del agua y del trabajo. Se insertan aquí, entonces una serie de aspectos que se han hecho tópicos en la literatura mendocina.
La parte medular en este elogio de la faz agrícola mendocina, con particular referencia a los cultivos de vid lo constituyen los capitulillos titulados “En el umbral del día” y, sobre todo, “Estampa labriega”. El primero es una hermosa viñeta que da cuenta de la extensión de las faenas campesinas, que comienzan cuando aún es noche cerrada y se desenvuelven a menudo bajo un sol abrasador.
En el segundo, se compendian todos los elementos del paisaje mendocino; en primer lugar, los humiles pájaros del terruño: gorriones, zorzales, chimangos…y solo al final aparece la figura humana, como un elemento más del paisaje, en “su diario lección de fortaleza y humildad sin apuro” (1948: 73). El resto de los capítulos contienen visiones complementarias o particulares que giran en torno de esta idea central.
Así, la visión clásica del locus amoenus, con todos los elementos constitutivos, celestes y terrestres: “¡Cielos, cumbres, astros! ¡Campos, viñas, huertos! ¡Ríos, canales, acequias!” (1948: 29) aparece en el texto denominado “Milagro no divulgado”: Todo está al alcance de las manos en este valle tan colmado de ofertas frutales, numerosas y magníficas, sumergido bajo una ancha y deliciosa ventura de flores […]” (ídem). En consonancia, se dibuja la imagen del “Pórtico mismo de la abundancia” que recuerda la cornucopia del escudo provincial.
Se reitera asimismo otro tópico común al imaginario propio de la Fiesta de la Vendimia, como es la invitación a “todos los hombres del mundo” para que vengan a “esta tierra bendita, hecha de milagro de paz, de fertilidad y de gloria” (ídem).
En esta obra tanto el texto como los paratextos y las ilustraciones y fotografías se amalgaman para constituir una obra de arte total, ofrecida como otro fruto más de la vendimia en estas tierras cuyanas.