El dibujo de Rodolfo Azaro que vemos en la tapa de “Una vida crítica” es una linda metáfora del libro: las piernas de una mujer que parece inclinada hacia atrás (¿estará leyendo?) dibujan un puente entre dos acantilados. La línea nace de la pelvis, sigue por el muslo y engancha con el empeine del otro pie. Una mujer lectora que hace de puente entre dos abismos.
Algo así podría ser el caso de María Gainza, quien empezó a escribir queriendo hacer un puente (amable, cero erudito) entre las artes visuales y la gente. Algo así, definió en una reciente entrevista, como hace Paulina Cocina en YouTube. Y la comparación es hermosa.
La literatura de Gainza está llena de nombres de artistas, de curiosidades biográficas, de un conocimiento profundo pero no presuntuoso, y de asociaciones inesperadas que iluminan. “Una vida crítica” (Capital Intelectual, 2020) recoge buena parte de sus escritos sobre arte, publicados principalmente en el suplemento Radar de Página/12 entre 2003 y 2017.
Como la irrupción de Gainza en el panorama de las letras fue fulminante (como apunta Rafael Cippolini en la introducción), aprovechemos de raspar un poco la superficie de su escritura, para conocer de dónde vienen sus obsesiones, cuáles son y cómo fue tomando forma su estilo. Para eso también sirve este libro.
Es que los lectores de “El nervio óptico” y “La luz negra” verán en “Una vida crítica”, cuya primera versión se editó en 2011 bajo el título “Textos elegidos. 2003-2010”, abiertas de par en par las puertas de un laboratorio de escritura. Es el que, con el paso de los años, le permitió consolidar una manera de decir.
Una seguidilla de experimentos y más experimentos. De todos ellos, destacamos algunos.
Como este: en 2005 hizo un corpulento perfil del fotógrafo Alejandro Kuropatwa, articulando diferentes episodios de su vida a través de subtítulos que llevan el nombre de cócteles. Muchos los habrá tomado él mismo en sus interminables noches de fiesta, en Nueva York, París, Buenos Aires y donde sea. Pero, en un deslizamiento narrativo conmovedor, la sucesión de cócteles terminará en los cócteles de píldoras que él tomó como enfermo de sida en 1996, que documentó con sarcasmo y que expuso en la muestra “Cóctel” de ese año. La crónica de su vida se llama “Fondo blanco”.
En “Un golpe de suerte”, de 2006, asume sin embargo la primera persona, relatando su encuentro con las pinturas de Max Gómez Canle una tarde de otoño. Acá no hay ganas de analizar, sino de contar el momento exacto del “kick galvanic”, ese momento luminoso en el que algo (una pintura, por ejemplo) pasa de “gustarnos” a volarnos la cabeza, a dejarnos knockout.
En total, 33 escritos, entre los que figuran nombres poderosos como el de León Ferrari, Delia Cancela, Federico Peralta Ramos, Jorge Romero Brest, Jorge Macchi y Jorge de la Vega.
Algunos son perfiles, otros reseñas de libros, otros ensayitos inclasificables y otros, como vimos, esbozos autobiográficos, que después germinarán en su obra narrativa.
Pero todos comparten, a veces con un afán implacable, las ganas de comunicar dos orillas a través de un puente. Por difícil que sea.