Hace un tiempo se hizo conocida la miel de manuka, que es el mismo típico producto elaborado por las abejas, pero con la particularidad de que lo hacen a partir del néctar de las flores de manuka. Se trata de una planta nativa de Australia y Nueva Zelanda, que le aporta un mayor poder antiséptico que el de otras mieles y que tiene varios beneficios para la salud.
Estas propiedades, que fueron respaldadas por investigaciones y difundidas a través de una importante campaña de marketing, hicieron que hoy se venda a 100 euros el kilo. El presidente del Consejo Apícola de Mendoza, Alberto García Carbajo, advierte que un trabajo similar se hizo en Chile, con la miel de ulmo, que se vende a 40 dólares el kilo.
Desde el consejo local entendieron que esta era una veta interesante para trabajar y tomaron contacto con un investigador dedicado a la melisopalinología, esto es: la determinación de con qué flores se hizo cierta miel. García Carbajo explica que, si se puede certificar que está elaborada en un 45% como mínimo a partir de flores de algarrobo, por ejemplo, es posible agregar valor al presentarla como “monofloral”. El siguiente paso, añadió, será encontrar qué principios activos le aporta esa flor, que se traduzcan en beneficios para la salud humana.
Leandro Rojo, biólogo del Instituto de Ciencias Básicas, que depende de la Facultad de Ciencias Exactas de la UNCuyo y del Conicet, explica que el término proviene de meliso, que es miel, y palinología, que es el estudio del polen. Así, esta disciplina se enfoca en analizar el contenido de polen que tienen las mieles. Cada especie, detalla, produce un polen característico, que es como una huella digital. Con estudios de laboratorio se puede determinar qué plantas usó la abeja para elaborar esa miel.
Básicamente, la miel es producto de una sustancia azucarada, que es el néctar que las abejas recolectan de las flores y llevan en su tracto digestivo a la colmena. Allí, luego de haberle agregado ciertas enzimas, lo regurgitan y depositan, donde va perdiendo humedad y se concentra, hasta dar como resultado la miel. Rojo señala que, al colectar el néctar, la abeja también se lleva polen y por eso se puede detectar su presencia en la miel.
El estudio que están desarrollando en el Instituto de Ciencias Básicas, del sur mendocino, permitiría reconocer el producto y su origen, porque hay zonas donde predominan ciertas especies vegetales. Esto podría llevar a una distinción similar a la que se dio en los vinos, entre los que hay genéricos, pero también varietales y se identifica el lugar de procedencia.
Pese a eso, Rojo aclara que los resultados que vienen obteniendo muestran que mucho depende del clima. Es que, aun cuando provengan de un campo de General Alvear, la composición de la flora varía según las condiciones de cada temporada, ya que la mayor o menor presencia de humedad afectará la floración.
Por otra parte, no es lo mismo una miel de diciembre, que otra de febrero o marzo. De todos modos, expresó que la idea es ir buscando patrones que permitan una caracterización, de manera de no encontrar en el supermercado o dietética, simplemente “miel de abejas”, ya que todas son distintas.
El investigador comentó que hay estudios previos en el mismo sentido, realizados en Malargüe y Lavalle, y que una vez que se identifiquen estas características particulares de las mieles de una zona, se deben realizar otros análisis complementarios, para conocer las particularidades nutricionales o para la salud.
Otro factor que es determinante, sumó, es el manejo que hacen los apicultores de sus colmenas. Es que muchos las utilizan para brindar servicios de polinización, porque las abejas aumentan el rendimiento de los cultivos; especialmente los frutales. Sin embargo, para poder obtener una miel de determinada flor, el productor debería, al momento en que se termina esa floración, recolectar la miel, porque, de lo contrario, las abejas buscarán néctar en otra planta y se diluye la particularidad de ese frutal.
Rojo contó que hay una productora que tiene claro que la miel no es sólo de abejas y que le pidió el análisis de una de atamisque, una planta nativa del sur, y quería obtener una de jarilla. Si bien el primer estudio arrojó que había mezcla, destacó que la mujer está trabajando en esa línea de diferenciación y sabe que tiene que cosechar cuando termina una floración. Y agregó que, en el Valle de Uco también hay quienes trabajan la miel de orégano, cuyo aroma y sabor son muy particulares, y que esto puede ser un valor importante para quienes exportan.