Siendo una actividad agrícola, es usual que la producción de uvas varíe en el tiempo; abundan en un año, y escasean en otros. Este fenómeno impacta seriamente en los ingresos de los productores. Quien pierde su cosecha, no cobra nada.
Ahora, cambiaremos la perspectiva, observando qué hacen los consumidores cuando faltan vinos. Tema actualmente relevante para la vitivinicultura mendocina, porque la cosecha será muy baja, y no son altos los stocks vínicos.
Cuando hay escasez de un producto, el consumidor puede comprar uno alternativo. En vinos, en el mercado interno, la alternativa puede ser otra bebida (cerveza, por ejemplo). En el mercado externo, si no hay vino argentino, el consumidor opta por adquirir uno chileno, o de otro país. Es decir, tiene la posibilidad de sustituir.
Un interrogante es qué ocurrirá en los próximos años, cuando la cosecha de uvas regrese a la normalidad. Lo ideal sería que el consumidor vuelva a comprar la misma cantidad de vinos argentinos que adquiría años atrás, y a un precio similar (en pesos constantes). En cambio, un temor es que pase a comprar menos, porque le gustaron las alternativas. En otras palabras, las bodegas estarían perdiendo mercados.
¿Qué dice la experiencia argentina? Según opinión de los exportadores, no es tan fácil ingresar a un mercado internacional. Ante la infinidad de marcas de vinos, hay que convencer a los distribuidores para que le compren su vino. Y si por falta de producto, no se vende en un año, después cuesta mucho convencerlos para que vuelvan a comprarlo en años siguientes. El costo para reingresar debe ser un menor precio (como promoción) y mayores costos de publicidad. O sea, menos fondos para pagar otros costos, por ejemplo, la materia prima.
En el mercado interno, el planteo es diferente, al competir con otros productos. Consideremos los vinos genéricos, de los cuales la mitad se vende en tetra. Estos vinos representan dos tercios de las cantidades vendidas en el mercado interno.
Existe una hipótesis que afirma lo siguiente: cuando aumenta fuertemente su precio, disminuye su consumo, pero cuando posteriormente disminuye ese precio, su consumo no se recupera. Los datos de los últimos quince años muestran que esa hipótesis sí se cumple en los vinos genéricos (y quizá también ocurrió lo mismo en un pasado más lejano). La explicación está en la preferencia creciente por sus alternativas, en especial, la cerveza.
En este sentido, la inestabilidad en la producción de vinos argentinos y en sus precios genera una tendencia decreciente en el consumo de estos vinos. Entonces, ¿qué hacer? En el corto plazo, se recurre a los stocks vínicos. Y si éstos no abundan, se podría importar vinos, pero actualmente esta operación está prohibida.
Para el largo plazo, se debería reducir los efectos negativos de los accidentes climáticos, por ejemplo, con malla antigranizo y riego presurizado. Se trata de una importante inversión, dada el tamaño de la vitivinicultura mendocina, que requiere financiamiento y mejor rentabilidad de los viñedos.
Concluyendo, con la baja cosecha, en estos meses se observarán mayores precios de las uvas. Se beneficiarán aquellos productores no afectados por las heladas y granizo, mientras que los bodegueros estarán complicados por los mayores costos. El planteo está en el futuro. ¿Se podrá volver a las cantidades vendidas en años anteriores? Ojalá así sea, aunque se debe tener en cuenta lo que dice la historia vitivinícola.