Del otro lado de la calle, entre unos olivares, había una cancha de fútbol. Allí, los hijos de los empleados de Bodega Trapiche pasan parte de su tiempo libre. Enfrente, en la explanada, los trabajadores cargan un vagón de tren con bordelesas. Han pasado 60 años de aquella escena que le resultaba tan habitual; Eleodoro Aciar -de 71 años- actualmente es dueño de un viñedo centenario en Luján y la bodega de su infancia lo recompensó con un single vineyard en 2008.
De aquel lugar, en el distrito de Coquimbito, Eleodoro guarda muchos recuerdos. De la casita de don Leonardo, su papá, el administrador de la viña, a la chimenea de la aceitera que funcionó en Trapiche. “A la bodega la conozco desde siempre. La he caminado de chico; donde ahora está la portería, estaba la casa en donde yo nací. Mi padre había empezado a trabajar como peón y se jubiló como encargado”, comenta. Después de ejercer varios oficios, Eleodoro volvió como proveedor.
“Cuando era vendimia, si nuestros padres nos daban permiso, nos dejaban cosechar. Los niños llevábamos tachos de 10 kilos y, cada dos viajes, nos daban una ficha”, cuenta con nostalgia Aciar. Habla de los paseos por los callejones camino a la escuela, de los juegos y de las tareas que se realizaban en las instalaciones que fueron fundadas en 1883. “Detrás de la bodega había unos corrales. Allí íbamos a buscar los caballos ensillados para los hijos de los patrones”.
“En Trapiche también había una fábrica de aceite de oliva, una herrería y una caldera. Atrás de los jardines corría una acequia de cemento, donde pasaba el agua que servía para enfriar el vino”. Don Leonardo quería que la vida de Eleodoro estuviera ligada a la industria vitivinícola,
“Con mi hermano íbamos a la escuela en calle Roca, establecimiento que había donado la firma para la que trabajaba mi padre. Quinto y sexto grado los hice en Don Bosco, en Rodeo del medio. Mi padre quería que siguiera estudiando porque allí se aprendía enología”, dice.
“Cuando dejé la escuela me fui a trabajar a una bicicletería, a un taller en donde también se arreglaban motos. Después mi tío me llevó a una compañía francesa que vendía productos para bodegas.
Allí hombreaba bolsas de tierra filtrante y de carbón decolorante… me había comprometido a que si me tocaba el servicio militar presentaba la renuncia, y dejé la renuncia sobre la mesa. Cuando salí del servicio empecé a trabajar en la finca que tenía mi padre”.
“Él había comprado un terreno en La Primavera, Guaymallén. Ésa fue nuestra casa de solteros; allí trabajaba la chacra.
Mi padre me dijo que aprendiera a cortar carne y volví a trabajar con el muchacho de la bicicletería, porque en Coquimbito se había puesto una carnicería y le iba muy bien.
Con el tiempo montó una sucursal en Luján y viajaba todos los días desde La Primavera. Me hice cargo del negocio y a los dos años me casé… Trabajé mucho con Ana María, mi mujer, y compré la casa en donde vivo. Ella es la propulsora de todas las cosas”.
El regreso a la tierra
Don Elio es la finca que enorgullece a Eleodoro Aciar, un viñedo de 1910 en Perdriel, Luján de Cuyo. “La finca está en calle Olavarría. Es un viñedo que plantó un capitán de apellido Pereira. Era parte de las uvas para la Bodega Lagarde, pero luego hicieron varias parcelas y compré cinco hectáreas”, sostiene el viñatero. Hace 38 años que mantiene productivas estas plantas de malbec, mientras el avance de la urbanización va cercando los terrenos aledaños.
“Elio es el nombre que le puso mi mujer a la finca, porque decía que Eleodoro era muy largo”, sostiene mientras sonríe. Por las características singulares del terroir, el clima y la mano del hombre, el malbec que lleva su nombre recibió 93 puntos de Robert Parker. “No se cómo se puede explicar lo que siento por el vino; tal vez es orgullo. Cuando en 2008 me dieron el premio al mejor productor de uva del Grupo Peñaflor, me sentí muy halagado”.
“Un día llegó un grupo de turistas a filmar a mi finca. Querían conocer de dónde era la uva con la que elaboraban vinos de alta calidad”, contó Eleodoro. Tal vez allí comprendió que ese viñedo, que compró en 1982, refleja una gran personalidad en el vino de color rubí oscuro, de perfume a tierra húmeda, y sabor a arándanos, cereza negra y frambuesa. Unas 300 plantas de árboles frutales le dan un contorno a esta propiedad. “Una señora me avisó que vendían esta finca, que había sido propiedad del capitán Pereira y que el banco la había parcelado. Mi padre me acompañó para hablar en la inmobiliaria. Él era conocido de los Cavañaro. La idea era que mi hermano Raúl compara una parte de la finca de diez hectáreas y yo la restante, pero él dijo que no podría cumplir con los pagos a los 120 días y yo decidí comprar cinco hectáreas. A los siete años logré escriturar la propiedad”, contó don Eleodoro mientras mira el entorno.
“La zona se está loteando, se construyen barrios. Creo que con los años no va a a quedar nada de esto” sostiene mientras baja la mirada con cierto grado de tristeza. Una brisa fresca sopla a media mañana. En el alto de la propiedad los perros toman sol. Para cambiar el tema, Eleodoro recuerda la cancha de fútbol entre los olivares, la pelota cocida con tientos y la invitación para jugar en las inferiores de Maipú… Con el tiempo volvió a la Bodega Trapiche, el lugar del inicio. “Empecé vendiéndole uva a Giol, pasé a Lagarde y desde hace más de 35 años a Trapiche. En la bodega todos me conocen”. “Dejé de atender el mercadito hace algunos años. Hoy le dedico mi tiempo a la finca y a los nietos. Mi señora nos motoriza. Hemos construido un pequeño galpón para el empaque de fruta fresca. Mis hijos lo trabajan y tenemos un puesto en la feria. Antes las cosas las hacíamos con nuestros padres y ahora con nuestros hijos. El trabajo lo continuarán ellos. Tenemos tres fincas y dos tienen malbec”, finaliza don Eleodoro Aciar. En Perdriel, una brisa fresca sopla a media mañana.