Abandonar la zona de confort, buscar nuevos desafíos y comenzar -o continuar- una tradición familiar en el mundo de la vitivinicultura. Eso hizo Estela Perinetti hace dos años cuando decidió patear el tablero y abandonó después más de 20 años el Grupo Catena, donde fue parte de Escorihuela, Caro, Luca y Catena Zapata, y comenzó a dedicarse de lleno a su proyecto personal: Las Estelas.
“Fue un momento en el que decidí dar el salto”, dijo en una charla con Los Andes. Así como desafió el inequívoco legado familiar cuando eligió la agronomía y enología sobre la medicina, volvió a arriesgarse con un proyecto que promete convertirse en una empresa vitivinícola de vinos de alto nivel.
La idea de aprovechar las uvas de la finca familiar de El Peral en Tupungato para hacer sus propios vinos ya venía en ella desde hace tiempo, pero no fue hasta fines de 2019 que lanzó su primera cosecha con las uvas de 2016 con un portfolio muy sencillo de dos vinos y 3.000 botellas, que ahora sigue creciendo con nuevos varietales y cantidad de litros de vinos -hasta llegar a 50.000 en la cosecha 2020-, con la idea de alcanzar pronto las 100.000 botellas que se comercializan en el mercado interno y Estados Unidos.
“Las Estelas es por mi mamá, mi abuela y yo, que las tres nos llamamos igual. También, porque si bien los propietarios fueron hombres, las que llevaron toda la producción de la finca hacia la vitivinicultura fueron ellas. Sobre todo, mi mamá, que aunque es médica viene de una familia muy vitivinícola con mucha historia en la provincia. La que llevó la decisión de cambiar a variedades tintas fue ella y un poco eso lo secundé, por eso Las Estelas”, resumió Perinetti, dejando en claro que en su historia familiar siempre las mujeres tuvieron un lugar importante.
- ¿Por qué nace Las Estelas?
- Fue la decisión de aplicar todo mi expertise como enóloga, ingeniera agrónoma y la experiencia gerencial y comercial para mi propio proyecto. Trabajé durante más de 20 años con la familia Catena en distintos proyectos. Empecé con Escorihuela Gascón, desarrollé el proyecto de Caro y lo dirigí durante 12 años. Después tuve 7 u 8 años a cargo de Luca y también me hice cargo de la enología de La Pirámide dentro del equipo de Alejandro Vigil. Siempre tuve mi propiedad y siempre elaboré vinos de allí. Conocía su potencial de calidad y fue un momento en el que decidí finalmente dar el salto.
Las circunstancias se van dando. Yo podría haber empezado cinco años antes, pero las cosas no se dieron. Con la familia Catena mantengo una excelente relación y ellos me animaron a avanzar. Me hubiera encantado seguir, pero no podía congeniar las dos cosas. Lo intenté y no me daba el tiempo, mi proyecto iba quedando relegado.
- ¿Está pensado para el mercado externo?
- Honestamente, arranqué apuntando a la exportación y en el mercado doméstico pensé que iba a vender poco, pero la verdad es que en el mercado interno estoy vendiendo casi tanto como en exportación y estoy restringiendo clientes porque no me da la capacidad. Pensé que con la pandemia todo iba a ir más lento y sin embargo se movió dentro de los parámetros esperados o más.
Por su puesto aún es muy chiquito y la idea de este año es darle otro impulso, transformarlo hacia una estructura empresarial y no tanto un proyecto familiar. Con la pandemia se retrasó todo, pero ahora estamos más preparados.
Romper las estructuras
Cuando era solo una adolescente, el destino de Estela Perinetti parecía ser inevitablemente el de la medicina. Con sus abuelos, tíos y padres médicos, el camino estaba allanado para el ingreso a la carrera universitaria, pero “la enología la eligió” y así nació una nueva historia.
- Con una tradición médica en la familia tan arraigada, ¿cómo surgió la idea de estudiar agronomía?
- En un principio pensé en estudiar ambas carreras a la vez, para ver cuál me gustaba, esas locuras que se te ocurren cuando tenés 17 años. Como carrera las dos me gustaban por ser científicas, que unen algo biológico con ciencias exactas. Pero al tener tantos ejemplos de médicos en mi familia sabía que no quería pasar mi vida trabajando en un hospital, a lo mejor me equivoqué -risas-. Por eso tomé la decisión de empezar con agronomía y me re enganché, aunque tampoco pensé que me iba a dedicar a la enología. Si bien siempre me gustó el tema del vino y mi abuelo me enseñaba bastante, me parecía un buen hobby. Pero resultó que tenía buen paladar y para hacer los cortes de los vinos que hacían en la facultad me convocaban para el panel de degustación. De repente yo me quería dedicar a otra cosa, pero siempre terminaba relacionada con la viticultura. Me gané varias becas en la especialidad y así me fue llevando. Siento que la enología me eligió a mí y no yo a ella.
Yo me recibí en los 90′ cuando esto empezaba a cambiar y a renovarse, con nueva tecnología, nuevas zonas, otros varietales, más altura.
- Cuando arrancó, no solo desde lo técnico o tecnológico era muy distinto, en ese momento estaba muy reservado para los hombres, ¿cómo fue ese camino?
- Creo que no me equivoco si te digo que en la viticultura fui la primera mujer en trabajar en la actividad privada. Salvo que fueran propietarias, hasta ese momento, las colegas que estaban trabajando lo hacían como investigadoras.
No me fue tan difícil por ahí que me aceptaran productores chicos donde trabajaba como consultora independiente. No les importa si es hombre o mujer, vos les solucionás las cosas y listo, pero las empresas tenían mucha resistencia a contratar mujeres.
De hecho, yo me recibí con medalla de oro, hablaba cuatro idiomas, tenía estudios en el exterior cuando era poco común y me ganaba el puesto alguno que ni tenía carnet de conducir, solo porque era hombre.
- ¿Cuándo se dio el quiebre en tu caso?
- Eso fue hasta que me presenté en Catena. Ahí no tenían ese tipo de problemas. Incluso, la mitad de sus cargos jerárquicos al día de hoy están ocupados por mujeres. Me dieron Escorihuela Gascón a cargo a los tres meses de haber ingresado y me dieron toda la confianza para trabajar con un montón de variedades que no eran comunes y ver si se adaptaban a la zona.
- ¿Cuánto ha cambiado el escenario para las mujeres?
- Hemos logrado tener un lugar. Hace cinco años y medio, después de ver que siempre eran cuatro o cinco las mujeres que se mencionaban o estaban en cargos jerárquicos y realmente no estamos llegando al reconocimiento público, propuse juntarnos a autoalimentarnos, compartir nuestros conocimientos, experiencia, degustar vinos con un objetivo profesional.
Con la ayuda de María Laura Ortíz, armamos un Club de Mujeres Profesionales del Vino. En principio éramos 12 y hoy somos 119 mujeres que están en cargos de decisión.
No está pensado desde un punto feminista o de lucha combativo, pero después de 20 años en la industria te das cuenta de que hay cosas que se siguen haciendo igual. Cada vez hay más mujeres, lo que está muy bueno, pero es nuestro deber mostrar nuestro trabajo, comunicar, hacer que la prensa nos preste atención.
Hoy priorizar a un hombre sobre una mujer solo por el género no tiene lógica. Yo tengo tres hijos y nunca me tuvieron que poner un reemplazo. Cuando hay gente responsable y dispuesta a trabajar, todo funciona. Todo lo relacionado al club ha durado y servido más de lo que pensamos en un principio.