Entre los prejuicios vinculados a una producción sustentable, uno de los más escuchados es que no sólo es más costosa, sino que los rindes son menores. José Portela, ingeniero agronómo que trabaja en la Estación Experimental Agropecuaria La Consulta del INTA, reconoce que con las fincas sucede lo mismo que con los seres humanos: si viven tomando medicación, vitaminas y suplementos para sostener un cierto ritmo cotidiano, es probable que, al dejarlos, ese rendimiento decaiga durante un tiempo, hasta recuperar la salud. Sin embargo, resaltó que las tecnologías e insumos que se utilizan en las producciones intensivas son muy costosas.
Gastón Crauchuk, a cargo del Área de Agroecología y Controladores Biológicos del Iscamen (Instituto de Sanidad y Calidad Agropecuaria de Mendoza), contó que han desarrollado 17 capacitaciones para acompañar la transición desde una producción convencional a una agroecológica. Y que siempre le explican al productor que, como mínimo, se requieren de tres años para reconstruir la biota natural del suelo, compuesta por numerosos y diversos microorganismos, hongos y bacterias, que deben estar en equilibrio; lo que se logra con la aplicación de compost, materia orgánica y hormonas.
A partir de esa recuperación, plantea, ya se tiene el 50% del camino recorrido hacia la agroecología. Además, se deben crear corredores biológicos con plantas y flores, que son fundamentales para que los controladores -animales e insectos que se alimentan de las plagas- puedan descansar, protegerse del sol y trasladarse de una hilera a otra. “Para nosotros no existe el concepto de maleza”, resalta. Y suma que, si el predio no tiene estos controladores, el Iscamen los entrega, porque tiene un laboratorio de cría de vaquitas de San Antonio, crisopas, mantis y parasitoides; y, además, los técnicos enseñan cómo liberarlos y hacer las propias crías.
Las capacitaciones incluyen, entre otros temas, cómo elaborar purines orgánicos (fertilizantes) o macerados para defender las plantas -como extracto de ajo o de las pelotitas del árbol del paraíso-, a compostar, y a utilizar hormonas que se pueden preparar en casa, en lugar de urea o fosforados.
Sobre quienes más buscan este asesoramiento, Crauchuk contó que, por un lado, son productores que exportan o quieren hacerlo, porque saben que el mercado internacional está demandando este tipo de prácticas. Pero, en el otro extremo, se encuentran los “huerteros”, personas que se quedaron sin trabajo durante la pandemia y se acercaron al Iscamen para poder armar su propia huerta. Desde el organismo armaron grupos de trabajo, les enseñaron a preparar la tierra, a cultivar, y les entregaron plantines y controladores, y estas personas no sólo lograron autoabastecerse de alimentos saludables, sino también vender.
Además, el último grupo en crearse, de Las Catitas, donó el excedente, que no consumieron ni comercializaron, a la escuela hogar de Ñacuñán. En Mendoza, hay unos 1.200 productores agroecológicos, la mayoría pequeños, a los que se suman unos 300 orgánicos (con certificación). El responsable del Área de Agroecología resalta que es más barato producir de esta manera y que el costo más alto, en un principio, es la mano de obra, mientras que el producto final tiene un sabor muy diferente al de la agricultura convencional.