Mariano Garmendia, presidente del INTA, llegó a Mendoza para participar en la reunión anual del Fontagro, evento en el que alrededor de 100 investigadores y representantes de 21 países y 191 organizaciones de Latinoamérica, el Caribe y España analizaron a lo largo de tres jornadas los avances de los proyectos de investigación vinculados a la ganadería, suelos, cultivos, tecnología e innovación en la agricultura familiar.
El martes, en un breck del evento que cuenta con el apoyo del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura y del Banco Interamericano de Desarrollo, Garmendia recibió a Los Andes para charlar sobre biocombustibles, la potencialidad del agro, sustentabilidad y el equilibrio de las economías regionales.
El faltante del gasoil en el país y los cortes aprobados por la Nación marcaron la coyuntura con la que comenzó esta charla. “En el INTA está trabajando en algunos proyectos de desarrollo de biocombustibles. También está haciendo el análisis de la huella de carbono de los combustibles que parten de los granos de soja y maíz y del bioetanol derivado de la caña de azúcar”, explicó el ingeniero agrónomo nacido en Tucumán.
“Incluso está trabajando en una red de semilleros, en zonas donde potencialmente se puede desarrollar la caña de azúcar, principalmente en Chaco, Corrientes y en el norte de Santa Fe. La producción que se realiza en el Noroeste Argentino tiene 170.000 hectáreas cultivadas, pero tiene un potencial de 5.000.000 de hectáreas aptas para ser cultivadas; tranquilamente podría duplicar su superficie. Estamos trabajando en conjunto con Brasil, para fomentar el desarrollo del bioetanol”.
-¿Cuánto podría llegar a competir el desarrollo de los biocombustibles con el terreno para el cultivo de los alimentos?
-No creo que haya una competencia directa. Tenemos que plantear un crecimiento en el campo de desarrollo de los biocombustibles; Argentina exporta principalmente granos y debería pensar en un proceso de transformación.
Aquí se plantean dos grandes caminos, el más directo destinarlo a la producción animal y el otro, el de los biocombustibles. No sé por qué a veces insistimos en la dicotomía cuando pueden ser producciones complementarias. Creí que la pregunta iba a ser, cuánto competía el biocombustible con la nafta, con los derivados del petróleo, pero tampoco compiten en forma directa, son complementarios.
-El campo aportaría una respuesta para sortear la crisis de los combustibles...
-Tenemos un déficit comercial de más de 1.500 millones de dólares en combustibles. Hay que tratar de acortar esa brecha. El cambio climático interpela de una manera muy fuerte y tenemos que pensar en desarrollar cultivos que nos ayuden a producir la energía que necesita el país sin emisión de gases de efecto invernadero.
-Hay una propuesta fuerte del INTA para potenciar la sustentabilidad y un volver a lo orgánico. ¿En qué etapa están esos proyectos?
-Hay ciertos ejes de trabajo que ha impulsado el INTA como prioritarios y que tienen que ver con la competitividad, la sustentabilidad y la equidad. Todos queremos producciones más amigables con el ambiente; lo ideal sería por supuesto lo orgánico, por el bajo impacto en el medio ambiente, porque todas las actividades humanas alteran de alguna forma. Cuanto más nos acerquemos a los procesos de equilibrio, con alto niveles de rotación y mayor diversificación de la base, tendremos más desarrollo.
El 70% de las exportaciones argentinas son de base agropecuaria, con una relevancia del maíz y la soja; la fragilidad de nuestro sistema es alta porque cuando cae el precio de soja, lo sufrimos mucho. Tenemos que buscar producciones más sustentables que combinen distintos cultivos y nos den una solución a nosotros como país y al mundo.
-¿Cuáles serían esos proyectos que se deberían impulsar para lograr sustentabilidad?
-La sustentabilidad no es un proyecto, es una guía que atraviesa a todos los proyectos. La ganadería sustentable con monte integrado, el proceso de rotación de cultivos temporales con cultivos más tradicionales, los manejos cada vez más racionales y específicos de los agroquímicos, entre muchos otros.
Esta semana, por ejemplo, se presentó un trabajo sobre el alerta temprano para el tizón de la papa; para evitar que se pulverice sin necesidad, a destiempo o mal. Todo está cruzando por la misma visión. Cuando planificamos una carta de proyectos evaluamos la sustentabilidad ambiental de lo que estamos planteando y los ejes de equidad social y competitividad comercial. Todo esto juega para la construcción de una política pública para el desarrollo de un cultivo.
Esta es una visión incorporada en el INTA desde hace mucho tiempo,
-Habló de equidad social, ¿cómo se equilibran las economías regionales?
-Tenemos economías importantes a nivel regiones, como la vitivinícola para Mendoza o el limón en Tucumán, que son de punta. Pero evidentemente, el mayor desarrollo de la economía agropecuaria se concentrada en la región pampeana, todavía el motor de Argentina. Si bien es un país federal, le falta mucho más para federalizar las herramientas, probablemente invertir mucho más a las provincias en la construcción de infraestructura que acompañe el crecimiento de la producción. El país tiene una gran oportunidad como productor de alimentos, el mundo -creo yo- va a comprar casi todo lo que producimos.
-Hubo señales importantes del mercado, con la caída de la demanda de alimentos de China por la pandemia y ahora la demanda de harina a causa de la guerra de Rusia y Ucrania. ¿Qué productos pueden llegar a tener mejores oportunidades?
-Hay cosas que no visualizamos, como el litoral marítimo y el desarrollo de la acuicultura, que está en el orden del 5% de lo que consumimos. Creo que los procesos de agregado de valor son importantes; la ganadería es una gran oportunidad y se va a convertir en un “especality”. Es una carrera en la que en poco tiempo más quienes vendemos vamos a poder exigir un precio y no depender de quien compra. Tenemos que aprovechar nuestra naturaleza inteligentemente y vincularla con el turismo, por ejemplo, para generar una política integración.
Por supuesto que desde el INTA vamos acompañando los procesos de decisión de las políticas públicas que se dan a nivel de ministerio y Gobierno nacional. No es nuestra responsabilidad, pero tratamos de ayudar con cosas simples, aumentar la productividad, mejorar el valor agregado y fundamentalmente ayudar a la generación de empleo formales. Tenemos un 50% del país prácticamente en la pobreza y eso es algo que nos tiene que preocupar y ocupar a todos.
-Hablando de las economías regionales, los sectores productivos plantean una mejor calidad de vida para la ruralidad...
- El INTA, por iniciativa del Gobierno, participa en el Consejo Federal Agropecuario. En la última reunión, en Santiago del Estero, presentamos un pequeño trabajo sobre la conectividad. Queremos que los productores produzcan, pero no le damos por ahí las condiciones para que vivan tranquilos en el campo. Hoy la conectividad es un derecho que les permite a tejedoras del norte poder vender sus tejidos en linea, por ejemplo.
La pandemia nos ha puesto sobre la mesa la necesidad de tener un mundo conectado. En el INTA estamos rediseñando la conectividad. Vamos a tener una fuerte inversión 55 millones de dólares en el área y parte de esos fondos están direccionados a mejorar la digitalización completa del instituto.
Hay que mejorar las conexiones. Vivimos prácticamente a través del celular y la conectividad es una herramienta que puede posibilitar el acceso al crédito. Con tecnología, el desarrollo se da naturalmente.
Perfil
Junto a su familia, Garmendia es productor cañero. Es ingeniero agrónomo especialista en agronegocios. Fue director del INTA Famaillá (2011-2015) y se desempeñó como Secretario de Coordinación y Control de Gestión del Ministerio de Desarrollo Productivo de Tucumán. En 1997 ingresó al INTA como técnico de terreno del programa Pro-Huerta, donde realizó múltiples tareas como coordinador del Convenio INTA–Unidad para el Cambio Rural (UCAR) del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca.