En el reciente reporte anual del Senasa, sobre producción orgánica en Argentina, se señala que Mendoza en un año pasó de tener 201 establecimientos a tener 231 ( 15% más). Eso la ubica como la segunda provincia del país en cantidad (por detrás de Río Negro, con 265, y por delante de Buenos Aires, con 177). Especialistas locales coinciden en el crecimiento, motivado por el consumo internacional y un incipiente mercado interno.
En el reporte también se observa que en Mendoza se cosechó el 12% de superficie nacional de producción vegetal (por detrás de Buenos Aires, con un 39% de esa superficie nacional) y, principalmente, se dedicó a cultivos industriales y hortalizas como vid, aceitunas, ajo y ciruelas. Incluso, la hortaliza orgánica más cultivada en 2020 fue el ajo (56%), destacándose Mendoza.
Desde la delegación regional del Movimiento Argentino para la Producción Orgánica (MAPO), consideran que el buen momento actual del sector es fruto de un trabajo que se inició hace treinta años. Puntualmente, en 1992, Argentina decidió adecuarse a la normativa europea para poder exportar productos orgánicos, y hoy se maneja bajo la ley nacional 25.127.
Vicente Defelice, un referente local del MAPO, considera que desde hace 20 años el sector es de los de mayor crecimiento en superficie y producción, en especial durante 2020: “Cuando iniciamos nos costó mucho. Nos preguntaban cómo se escribía la palabra ‘orgánico’. A nivel MAPO vimos que el año pasado dio un salto muy grande con la pandemia. La gente empezó a preocuparse por su salud y qué tipo de alimentos consumía”.
Para Defelice, se trata de un valor agregado que está avalado por una certificación y que ayuda a abrir mercados. “Yo digo que primero voy a vender y después voy a producir. Todo depende de lo que quiero hacer y a dónde quiero apuntar. Hay que buscar estos nichos de mercado”, señala este productor de rosa mosqueta y alfalfa. Incluso, considera que si se “despiertan” mercados como India y China, no van a dar abasto.
Algunas de las desventajas que se señalan de una producción orgánica respecto de una tradicional es que cuenta con otros costos (principalmente la certificación) y que hay un menor rendimiento. Además, se deben esperar en general tres años de “transición” para pasar de un sistema tradicional a uno orgánico certificado.
Ser o no ser orgánico
¿Qué hace que una producción sea considerada como orgánica? Silvia Greco, profesora de la Facultad de Ciencias Agrarias de la UNCuyo y auditora de certificación orgánica, comenta que este tipo de producción (también llamada ecológica o biológica) se basa en mantener la fertilidad del suelo y conservar la biodiversidad.
“El objetivo es producir alimentos saludables, nutritivos y sin residuos de agroquímicos. No se permite la aplicación de agroquímicos. Se utilizan abonos orgánicos como humus de lombriz y compost y hay una lista de insumos permitidos para controlar plagas”, explica esta docente. Además, aclara que para la elaboración de productos industriales como vinos o jugo concentrado, también se deben incluir componentes naturales.
Greco señala que en Mendoza, por las características climáticas de la zona, los cultivos más sencillos para hacer producción orgánica son viñedos, olivos y nogales. Sí es más difícil trabajar otras producciones hortícolas como ajo y zapallo. Además, en una escala menor, hay productores familiares que venden frutas y verduras ecológicas en ferias o por delivery.
Si bien hay países con distintas normas, Greco explica que en general todas las certificaciones piden evitar el uso de transgénicos y promover la biodiversidad. La norma argentina sigue a la europea, lo que hace más sencillo exportar, y también durante el proceso se tiene en cuenta la normativa de Estados Unidos (muy similar) para poder acceder a ese mercado.
Desde la Dirección de Agricultura de Mendoza, su directora, Valentina Navarro Canafoglia, comenta que el sector representa un gran interés y han realizado reuniones para escuchar sus demandas. Algunas de ellas son financiamiento, capacitaciones, promover el consumo local, crear incentivos fiscales y financieros y profundizar la investigación y desarrollo de insumos.
“Hay interés en muchos productores, pero a varios les cuesta mantener la transición entre una producción tradicional y una de tipo orgánica. Ser orgánico es una ventaja competitiva, es algo que se puede verificar y permite acceder a mercados internacionales con un mejor precio”, comenta la funcionaria a la vez que planea una próxima reunión con MAPO.
Algunos de los problemas que notan desde la dirección de Agricultura es la todavía escasa cantidad de productores, empresas elaboradoras y profesionales formados en este tipo de producción. Además, notan una demanda interna poco desarrollada, una baja participación en ferias internacionales y falta de promoción e información para el consumidor, entre otras.
Por el otro lado, algunas oportunidades que ven desde el Gobierno son el continuo crecimiento de la demanda mundial y un mayor interés del consumidor local, así como condiciones climáticas favorables para la producción orgánica. Además, hay producciones no explotadas aún, como fruta local o productos ganaderos (leche o queso de cabra, miel y huevos).
Vino orgánico
Si se mira la industria vitivinícola orgánica, durante 2020 se exportaron 10.455 toneladas de vino. El primer comprador fue la Unión Europea (6.683 toneladas) y el segundo fue el Reino Unido (1.497 toneladas). El Senasa indica que las ventas respecto de 2019 aumentaron un 24% (2.016 toneladas más) y después de la caña de azúcar es el principal producto industrializado orgánico a nivel nacional.
Alberto Cecchín, titular de la bodega Familia Cecchín y referente en producción orgánica, analiza que la provincia ha crecido en hectáreas de viñas orgánicas durante el último año, siguiendo la tendencia general. De todos modos, con la caída general del consumo, desde enero de este año se están resintiendo las ventas en el mercado local.
“El camino ha sido bastante duro, pero desde hace 8 años hasta ahora ha ido creciendo el consumo orgánico en Argentina. Nosotros también exportamos y eso nos dio la facilidad de poder continuar durante todos estos años”, analiza Cecchín. En su visión, el consumidor toma cada vez más conciencia de qué productos consume y eso explica el aumento general.
Mendoza cuenta con algunas ventajas para la producción vitivinícola orgánica, como la sequedad del ambiente, y para la elaboración del vino se pueden aplicar levaduras naturales. “Es la misma receta que usaba mi bisabuelo; antes no se conocía de químicos. Lo nuestro es igual, sólo que con maquinaria y tecnología moderna”, ilustra Cecchín.
Edgardo Cónsoli, gerente agrícola de Santa Julia, es parte de otra de las bodegas que producen de manera orgánica desde fines de los ’90. De 20 hectáreas que tenían en ese momento, ahora tienen 320 bajo cultivo orgánico y notan que hay más espacios para poder comercializar estos productos. Cónsoli explica que para controlar enfermedades propias de la vitivinicultura, como el oídio o la peronóspora, se usa cobre y azufre, dos minerales naturales. “La vitivinicultura no tenía que controlar insectos hasta que llegó la Lobesia botrana, o polilla de la vid. Tenemos herramientas como técnicas de confusión sexual y una droga derivada de fermentaciones, no de síntesis química”, detalla el ingeniero agrónomo. En lo que se refiere a fertilizantes, en vez de compuestos químicos para nutrir la viña se usa compost elaborado con orujo de la bodega y se puede utilizar también guano. Además se siembra pastura para mejorar la nutrición y la materia orgánica del suelo. “Todos los procesos deben estar en certificación orgánica. No se puede usar otra cosa”, reafirma Cónsoli.
En números
132 mil toneladas de producción nacional
En Argentina, durante 2020 creció la cantidad de establecimientos y superficie dedicada a la producción orgánica y se certificaron 132 mil toneladas de producción. Los datos corresponden al Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa), con una cosecha un 20% mayor que en 2019 y siguiendo una tendencia positiva en esta última década.
La información figura en el último reporte anual sobre la Situación de la Producción Orgánica en la Argentina 2020, elaborado por Senasa. En superficie, se cuentan 4,4 millones de hectáreas, la mayor de los últimos 20 años, pero la gran mayoría de ellas corresponden a la producción ganadera. Las hectáreas correspondientes sólo a producción vegetal fueron de 232.000 ha.
El número total de explotaciones agropecuarias bajo seguimiento orgánico pasó en un año de 1.269 a 1.343 establecimientos, es decir que aumentó un 6%. Si se cuentan los establecimientos por regiones, en la Patagonia hay 428; en Cuyo, 308; en región Pampeana, 255; en el NEA, 202 y en el NOA, 132. A nivel provincial, se destacó el aumento en las provincias de Mendoza (15%), Entre Ríos (24%) y Córdoba (37%).
“Del total de 132.000 toneladas de productos orgánicos certificados, 97% (128.600 ton) tuvieron por destino la exportación. Los principales mercados a los que se envió la producción orgánica argentina fueron la Unión Europea y Estados Unidos, al tiempo que el mercado local sigue mostrando signos de crecimiento”, informó el Senasa.
Desde el organismo detallan que el mayor volumen de exportaciones lo conforman cereales y oleaginosas (trigo y soja), frutas (pera y manzana), hortalizas (ajo) y productos industrializados (azúcar y vino). Durante 2020 se sumaron a ese grupo el jugo concentrado de manzana, el arándano y el arroz blanco e integral.
El mercado interno absorbe poco de estos productos: sólo el 2,8%. Sin embargo, las empresas certificadoras estiman que ha crecido la producción orgánica con destino al consumo final, con productos industrializados como harina zootécnica, ciruela en frasco, harina de trigo, ciruela deshidratada, vino y azúcar de caña.