La fertilización de vides y frutales, apenas se termina la cosecha, es una labor que contribuye a que en la temporada siguiente haya un buen número de brotes y que su aparición sea pareja. Se trata de brindar nutrientes a la planta para que tenga una reserva para comenzar el nuevo ciclo en la primavera, antes de que las raíces empiecen a hacer nuevamente su trabajo de absorción. Sin embargo, este año, una serie de circunstancias confluyeron para no haya sido conveniente hacerla en un buen número de propiedades.
El ingeniero agrónomo Fabián Ruggeri, de Acovi (Asociación de Cooperativas Vitivinícolas Argentinas), planteó que, en la mayoría de los viñedos de las zonas Este y Norte, las vides no están en condiciones de absorber el fertilizante, porque la hoja tiene que estar en muy buen estado para procesar esa nutrición.
Ruggeri explicó que en esta temporada se sumaron las heladas tardías, las altas temperaturas de noviembre y diciembre, la escasez sostenida de agua y los fenómenos de granizo. Sin embargo, aún en aquellas propiedades que no se vieron afectadas por esta última contingencia, las hojas ya habían empezado a adquirir una tonalidad amarillenta o marrón hace un mes y medio. Esto implica, detalló, que habían entrado en un proceso de agotamiento, producto del estrés importante que implicó la confluencia de todos esos factores. Asimismo, mencionó que la peronóspora también fue avanzando lentamente, ya que las últimas curaciones se realizaron en noviembre y diciembre, mientras que en los meses siguientes hubo varias lluvias importantes y elevada humedad, lo que acentuó la presencia de esta enfermedad que va secando las hojas.
Por si fuera poco, hace unos días se produjo una helada, cuando las primeras suelen darse a fines de mayo, y afectó considerablemente a los viñedos del Este y el Norte, especialmente a los que son conducidos por espaldero.
Esta situación hace que no tenga sentido, en su opinión, realizar la fertilización postcosecha, excepto en viñedos puntuales, ya que el follaje no está en condiciones de fotosintetizar y evotranspirar para poder absorber los nutrientes de los fertilizantes y generar reservas. En cuanto a los que podrían realizar esta labor, Ruggeri indicó que ya deberían haberla hecho, ya que no se sabe cuándo volverán a registrarse temperaturas por debajo de cero.
Gustavo Aliquó, ingeniero agrónomo responsable del Laboratorio de Viticultura del INTA, expresó que quienes se vieron afectados por el granizo no han podido realizar esta fertilización, ya que los viñedos quedaron sin hojas y, los productores, sin recursos ni ánimo. Por otra parte, si se aplica fósforo –lo que indicó que sólo es necesario hacer cada dos años- sin contar con riego por goteo, se coloca en profundidad y se suele romper raíces, lo que tampoco es recomendable luego del daño que sufrieron las plantas.
Si bien indicó que algo del material orgánico que quedó en el suelo –luego de la caída de piedra- podría haber sido aprovechado por la planta, al no tener hojas no tuvo esa posibilidad. De ahí que consideró fundamental que los productores afectados se concentren en las fertilizaciones de primavera, para intentar que el rendimiento no sea vea tan afectado.
Es que estos nutrientes que se aplican después de cosechar la uva, cuando el producto de la fotosíntesis no se destina al crecimiento del racimo, sino a generar reservas, aseguran que la brotación sea pareja. De lo contrario, es de esperar que haya una menor cantidad de brotes y crecimiento a destiempo.
Aliquó señaló que, para intentar subsanar un poco esta situación, se puede adelantar la fertilización en primavera cuando el brote ya supere los 10 centímetros, que es cuando la planta empieza a absorber los nutrientes del suelo, en lugar de depender de los que acumuló antes del invierno. El momento ideal, indicó, es desde que la baya tiene el tamaño de un grano de pimienta y hasta que llega al de una arveja. Si se hace antes, los fertilizantes se pierden y después, pueden afectar la calidad de la uva.
Ruggeri consideró que las consecuencias de saltear este proceso luego de la cosecha se verán en la próxima temporada. También mencionó que se pueden revertir, en parte, si se realiza una aplicación en primavera. Si bien planteó que cada técnico tiene su criterio, él prefiere demorar la fertilización que muchos productores hacen a fines de agosto, con un riego profundo, porque el nitrógeno, como la úrea, están inmediatamente disponibles porque son muy solubles, pero se pierden, ya que las raíces no están moviéndose aún. De ahí que recomiende atrasarla hasta fines de setiembre.
De todos modos, señaló que la brotación y hasta el momento en que la primera o segunda hoja están expandidas, se produce con las reservas que la planta tenía guardadas. Recién el crecimiento posterior depende de la síntesis nueva, que puede mejorarse con el agregado de nutrientes. Pero es de esperar que haya menor cantidad de brotes y que la fertilización en primavera sólo ayude a que las uvas alcancen un tamaño mayor.
Por otra parte, expresó que éste va a ser un año bien complicado para que los productores puedan cumplir con sus labores, ya que la bolsa de úrea pasó de tener un costo de entre $ 4.500 y $ 5.500 a $ 12 mil, lo que significa que tendrá un impacto importante en los costos. Si bien ha habido una recomposición en el precio de la uva, también hubo una merma en la producción, por lo que son pocos los que pueden aprovechar este beneficio.
Además, las agroquímicas, que solían ofrecer financiación propia, producto de las negociaciones con los laboratorios, han reducido los plazos y, a partir de un cierto tiempo, los intereses suben en forma considerable. Ruggeri sumó que quienes no han podido realizar la fertilización postcosecha –y tienen los recursos para comprar ahora los fertilizantes y guardarlos- se preguntan si les conviene hacerlo ahora porque, como es un producto importado, no saben si el dólar va a subir o se va a mantener bastante controlado.
Análisis previos
Ante este panorama de suba de precios, sin duda los productores deben asegurarse de hacer un uso muy eficiente de estos productos ya que, además, su utilización en exceso tiene efectos negativos. Gustavo Aliquó mencionó que, antes de hacer una fertilización, se aconseja realizar un análisis de suelo, que es más barato que una bolsa de agroquímicos. El estudio permitirá determinar la cantidad de nutrientes que hay y si se puede acompañar por otro foliar, porque puede haber una buena cantidad de minerales en el sustrato que la planta, por alguna razón, no esté tomando. Por ejemplo, porque el pH no es el adecuado.
El ingeniero del INTA resaltó que estos análisis indican si hace falta fertilizar y qué cantidad de producto utilizar porque si no, se puede perder dinero y salinizar el suelo, ya que los fertilizantes son sales y, en el contexto de crisis hídrica, esto está siendo cada vez más un problema.
Otro de los elementos a tener en cuenta es el momento de aplicación. Cuando se fertiliza postcosecha, la planta aún debe tener las hojas verdes y las temperaturas ser agradables, para que se produzca la fotosíntesis y la planta pueda procesar esos nutrientes para generar reservas. Cuando la labor se realiza en primavera, hay que aguardar a que las raíces vuelvan a absorber los compuestos presentes en el suelo ya que, de lo contrario, el producto se irá con el agua de riego, sin que sea aprovechado por el vegetal.
Por supuesto que, para ahorrar, también se debe utilizar el producto en la cantidad adecuada. Víctor Lipinski, ingeniero agrónomo y docente de la Facultad de Ciencias Agrarias de la UNCuyo, indicó que esto varía según la especie y variedad, el estado de la planta, su rendimiento y el tipo de suelo (los arenosos suelen ser más pobres).
Otra forma de optimizar el uso de agroquímicos es hacer verdeos de invierno, como la vicia, que se siembra inoculada con rhizobium, una bacteria que retiene el nitrógeno. Lipinski detalló que, en primavera, cuando está por florecer la vid, se corta esta planta y se entierra, con lo que va liberando este elemento de modo paulatino. Bien regada, añadió, puede llegar a retener hasta 120 o 150 kilos de nitrógeno por hectárea, aunque los valores medios son de 50 a 100 kilos.
La materia orgánica resultante también tiene efectos benéficos para el control de organismos en el suelo, ya que mejora las condiciones físicas. Lo mismo sucede con el guano de gallina, caballo o vaca que, además, mejoran la retención de agua en los que son arenosos y la aireación en los que son compactos. Sin embargo, aclaró que cada productor deberá evaluar el costo-beneficio, ya que es una técnica más ecológica, pero requiere de mano de obra, agua y combustible.
En la misma línea Aliquó mencionó que los sarmientos tienen nutrientes, por lo que, si se incorporan al suelo, pueden aportar al desarrollo de microorganismos benéficos que ayudan a las raíces a mejorar la captación de alimento. Lo mismo sucede con las hojas que caen al suelo y se terminan descomponiendo. Lo único que no se recicla es el racimo, por lo que se puede considerar cuál fue la producción y, a partir de ello, calcular cuántos minerales se utilizaron en la temporada -existen cálculos aproximados de los requerimientos por quintal-, para reponer sólo lo que se utilizó. Aunque lo ideal, insistió, es realizar un análisis de suelo.
El responsable del Laboratorio de Viticultura del INTA planteó que hay que tener conciencia de que la vid es muy noble, por lo que, si no se fertiliza un año, tal vez no sea notorio el impacto en la producción, pero después de dos o tres temporadas, se empieza a desgastar y, cuando se aplica el fertilizante, los resultados no se observan de inmediato, sino que la recuperación también toma su tiempo. Se trata, resaltó Aliquó, de una práctica que se debe realizar de modo sostenido para que el viñedo sea sustentable económica y productivamente.
Qué nutrientes se necesitan
El nutriente que se suele aplicar todos los años es el nitrógeno y las cantidades dependen del vigor de la planta explica Lipinski. Si bien se puede incrementar el rendimiento al utilizar mayor cantidad de este nutriente, también se debe tratar de alcanzar un equilibrio para que no disminuya la calidad.
En términos generales, en los viñedos que se cultivan para vinificar, se usa entre 30 y 100 kilos por hectárea, aunque en las uvas para mesa se suele incrementar. Se aconseja, sumó el ingeniero agrónomo, repartir ese total en un 60% en el momento posterior a la cosecha y el 40% restante en la primavera avanzada. Si la planta, cuando alcanzó los ocho centímetros de largo en el entrenudo, presenta un buen vigor, no es necesario fertilizar.
En cuanto al potasio, indicó que los suelos mendocinos suelen presentar niveles bastante elevados de estos minerales pero, si hay deficiencia, es decir si tiene menos de 150 partes por millón, se puede aplicar en el momento del envero (en la vid). Lipinski señaló que es importante realizar un análisis previo, ya que es un fertilizante caro y, cuando hay exceso en la tierra, se produce un desequilibrio que impide la absorción de otros nutrientes, como el magnesio. De hecho, ha observado dificultades con la captación de magnesio, pero no porque falte sino porque hay exceso de calcio o de potasio.
El fósforo, en tanto, sí es fundamental para la planta, pero la vid necesita muy pequeñas cantidades por año: unos 20 kilos anuales por hectárea, aplicados en la postcosecha, o 40 kilos de pentóxido.
Si en la finca no se cuenta con riego por goteo, se debe aplicar con máquina cerca de las raíces porque, a diferencia del nitrógeno, no tiene una buena movilidad en el suelo. La profundidad debería ser, detalló, de 5 a 10 centímetros, para reducir lo más posible el daño.
También han observado buena respuesta con la fertilización foliar con boro en el momento de la floración –excepto en Lavalle, donde hay mayor presencia en el agua-, ya que favorece el cuaje, sobre todo cuando hay viento Zonda en primavera, ya que mitiga el efecto negativo de este fenómeno.