Geishas en Kioto

En las tradicionales calles de Gion, viajeros de todo el mundo puede descubrir el imaginario colectivo de esas figuras seductoras de rostros pálidos.

Geishas en Kioto

En Kioto los viajeros más aventureros se lanzan a la búsqueda de geishas por las calles del tradicional barrio de Gion. Otros  más perezosos,  se conforman con verlas en alguno de los banquetes que las tienen como protagonistas y, presas del “hágalo usted mismo” no faltan las turistas –tanto japonesas como occidentales- que alquilan el atuendo para ser, al menos por un día, una de ellas.  ¿Pero quiénes son esas figuras de rostros pálidos y pasos cortos que desprenden tanto misterio y despiertan tanta intriga?

El origen

Presentes en el imaginario colectivo como mujeres seductoras, más de uno probablemente se sorprenda al saber que esta tradición japonesa, que sobrevive hasta nuestros días, fue iniciada por hombres. Para algunos, su antecedente fueron los taikomochi - en español significa el que lleva el tambor - que eran hombres encargados de entretener mediante bailes y narraciones a los señores feudales de ese entonces.

Para otros, fueron los kabuki odori los que dieron comienzo a la figura de la geisha. Estos eran bailarines de teatro ambulante que pintaban, al igual que las geishas, su rostro de blanco y eran los encargados no sólo de bailar ante samuráis sino también de servirles sake y realizar ceremonias del té.

De una u otra manera, en lo que coinciden ambas historias es que fueron varones quienes iniciaron esta actividad.

Se dice que fue alrededor de 1750 cuando apareció la primera onna geisha - es decir, mujer -, una cortesana llamada Kikuna que se autoproclamó como tal. Sin embargo, las labores de cortesanas y geishas no tardaron en distanciarse y, rápidamente, éstas últimas devinieron en mujeres dedicadas al aspecto artístico del entretenimiento –música, poesía, baile- dentro de los barrios del placer.

Con sus ingresos amenazados por estas figuras que no pagaban impuestos y que tenían permitido entretener a sus clientes fuera de los límites de estas zonas rojas, los propietarios de los burdeles decidieron armar un kenban - en español, registro - que fue un sistema para mantenerlas controladas bajo normas y reglamentos que ellos proponían y, que funciona hasta nuestros días, a modo de sindicato.

¿Cuáles eran estas normas? No podían vestir kimonos vistosos, ni trabajar fuera de los barrios del placer - a excepción de algunas fechas determinadas como, por ejemplo, Año Nuevo -, debían ser contratadas en grupos de al menos tres para evitar posibles lazos con sus clientes, entre otras condiciones. Fue así, y como quien no quiere la cosa, que las geishas comenzaron a diferenciarse cada vez más de las cortesanas y lograron desarrollar un estatus propio dentro de la cultura japonesa.

La geisha moderna

Atrás quedaron los tiempos en que las niñas eran vendidas por sus padres a casas de geishas. Hoy, quien decide convertirse en una lo hace conducida por su propia voluntad.  Quizá por eso, desde 1920 - década que se considera de auge para el gremio - hasta nuestros días, la cifra fue de 80 mil a tan sólo mil geishas. Aunque en el medio, la Segunda Guerra Mundial hizo su aporte. En aquel entonces, bares, casas de té y de geishas fueron obligadas a cerrar y sus empleadas enviadas a trabajar en fábricas. Japón se concentraba, primero en la guerra y después en su recuperación y las cortesanas - que se hacían llamar geishas - en los soldados norteamericanos. Quizá de ahí, la confusión que impera en Occidente respecto de las actividades  que llevan a cabo estas damas.

Lo cierto es que, en el Japón contemporáneo, cada vez son menos las mujeres que deciden dedicar sus años de juventud a formarse en este fino arte, tan centenario como arduo y que supone, al menos, un lustro de estudios sólo para pasar de maiko - como se llama a las aprendices - a geisha.

Acaso por sus elegantes kimonos, por la historia centenaria y misteriosa que las precede o por estar (casi) en extinción, es que ver a una geisha es una de esas experiencias que se tatúan en el recuerdo.

Algunas curiosidades

Un incienso es lo que utilizaban las geishas para marcar la duración del servicio y la tradición se mantiene, en algunos lugares, hasta nuestros días. 
 
Okiya es el nombre que reciben las casas donde se forman las geishas.

Desde 150 euros cuesta en la actualidad por acudir a un banquete con geishas aunque los precios pueden ascender –y superar - fácilmente los 400 euros.

Desde 25 euros cuesta alquilar un kimono.

Ochaya - o casas de té - es donde las geishas entretienen a sus clientes. Aquí se hacen celebraciones y banquetes de negocios.

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