"Necesito compañía, no puedo estar solo. Nadie puede estar solo. Necesito vivir con criaturas como yo. Y no soy una persona, soy un gato. Necesito estar en contacto con otros gatos". La voz de Gil Pereg, con sus inflexiones y silencios, reabre la incógnita. Sea sincero o fingido lo que dice, ¿cómo llega alguien a plantearle a un juez semejante cuestión?
Para empezar a entender hay que remontarse al verano pasado. El distrito Buena Nueva, en Guaymallén, está salpicado de baldíos y persiste un puñado de viñas y olivares. De lunes a viernes hay actividad. Los fines de semana, en cambio, las esquinas se tiñen de un lustre bucólico, sobre todo en los alrededores del cementerio. A ese paisaje llegaron las israelíes Pyrhia Saroussy (63) y Lily Pereg (54) el sábado 12 de enero. Venían a visitar a Gilad (38), hijo de Pyrhia y sobrino de Lily. Luego las mujeres desaparecieron.
"Alguien que me odia les hizo algo", repetía a la prensa el rapado Gilad, que en su documento argentino figura como Gil Pereg. El hombre declaró que los tres habían pasado el día en su predio de la calle Roca 6079, hasta que a eso de las 21 ellas salieron a tomar el colectivo de vuelta, rumbo al departamento que habían alquilado en Ciudad. Ese relato es la primera pieza de uno de los casos más extraños que recuerde la provincia.
¿Lo quiso alguien?
¿Alguien quiso a Pereg? Quizá sea la pregunta más desgarradora que puede formularse acerca de un ser humano. Y quien se interna en su historia la oye como un zumbido de fondo. Nacido en Israel el 16 de abril de 1981, Gilad prefería no usar el apellido de su padre. Un abuelo fue la figura paterna después de que el papá biológico abandonara a la familia, dejando a Pyrhia con cinco hijos. Quienes lo conocieron en aquel tiempo dicen que cuando murió el abuelo, en 2006, el comportamiento del joven cambió y se desató "un desorden psicológico que no fue diagnosticado completamente".
Se ha difundido que es un "genio". Él dice que terminó la secundaria a los 16 y que a los 24 ya era ingeniero. Se cree que luego completó estudios de posgrado. "Para mí estudiar era fácil", se jacta. En varios artículos periodísticos se menciona que es ex soldado y no faltan vecinos que lo consideran un espía, aunque de esto no hay pruebas. Y, si las hubiera, lo más probable es que se quemaran. Amnon Sarig, un familiar de Pereg, anota que Gilad "nunca fue reclutado".
Sí se sabe, en cambio, que tuvo líos en su país. Lo denunciaron por acoso y comportamiento indecente. Acumulaba basura en su residencia del Technion -el Instituto Israelí de Tecnología- y molestaba a las chicas mientras corría agitando sus dos metros de estatura, completamente desnudo, por el campus de estudiantes. Enfrentó cuestionamientos académicos y legales; sus deudas de juego se acumulaban. Y cuando en 2007 se sintió acorralado, escapó a Sudamérica (vestido).
"Al llegar, el Nico parecía un modelo europeo -cuenta María Salanau, la vecina de ojos claros que vive en la casa contigua al predio de Guaymallén-. Tenía el pelo atado y limpio, la barba cuidada. Me acuerdo que hasta vino a presentarse y a preguntarme si nos molestaba que él pusiera una cámara para vigilar la calle. Cuando caminaba, se cruzaba de vereda. Iba por el costado que da al cementerio, no por el que da a las casas. Solo. Muy solo. Siempre llevaba la misma bermuda y una única remera, fuera invierno o verano".
- ¿Cree que puede haber sido el asesino de las dos mujeres?
- No sé. Lo que puedo decirte es que acá no agredía a nadie. De hecho, cuando empezó a verse más deprimido, los pibes lo insultaban y hasta le tiraban piedras, y él no respondía. No reaccionaba.
Rapate que vienen visitas
Las dos hermanas israelíes solían encontrarse, aunque Pyrhia vivía en Israel y Lily en Australia. Entre reunión y reunión, intercambiaban comentarios por las redes sociales: "Espero que puedas venirte a Australia" o "No lo sé, quizá podría ser en Viena". Cuando el empleo en el Estado de Pyrhia y las clases de microbiología de Lily lo permitían, se veían unos días. Esta vez, sin embargo, el viaje no era un descanso: desde diciembre se estaban comunicando con Gilad, el hijo de Pyrhia que vivía en Argentina, y posiblemente notaron que no andaba bien, a pesar de los dólares que su madre le enviaba y las sociedades que él dirigía. Por eso decidieron que su próximo destino sería Mendoza.
En Guaymallén los vecinos se sorprendieron por el cambio de look: "Nicolás" había reemplazado la mezcla de cemento y barro que tenía en la cabeza por un rapado que lo volvía irreconocible. Se lo veía, además, un poco más limpio. "¡Ja! Este debe estar esperando a alguien ¡Ja!", cuenta que se dijo a sí misma una vieja que da la impresión de asomarse desde una película de Favio.
Luego de llegar el 11 de enero y alquilar un departamento en el tercer piso de un edificio en calle España, Pyrhia y Lily acordaron un encuentro con Gilad para el día siguiente. Es posible que Pyrhia, que había estado en Cuyo 10 años atrás, le mostrara la ciudad a su hermana.
Los que se toparon fugazmente con ellas las recuerdan cordiales y reservadas. El sábado 12 las mujeres tuvieron su último desayuno. Algunos testigos dicen haberlas visto en el Jockey Club. Luego Gilad llegó y fue con una de ellas hasta una panadería para comprar facturas o algún producto similar.
Cerca de media mañana, unas cámaras de seguridad registran a los tres caminando por calle Lavalle, rumbo a la parada del colectivo, y un chofer de la línea 120 recuerda haber visto a "dos mujeres y un tipo que hablaban fuerte en su idioma" y se bajaron cerca del cementerio de Guaymallén.
Las cámaras del cementerio también grabaron a Pereg cargando una valija y a las dos mujeres caminando cerca de él. Y ahí surge un punto ciego. Gil Pereg dice que pasaron el día juntos y que al atardecer les indicó el camino para ir a la parada del colectivo que las llevaría de vuelta, en calle Tirasso. No hay registro de eso. Las cámaras las ven llegar pero nunca salir.
Búsqueda internacional
"¡Alguien que me odia les hizo algo!", insistía Gil Pereg ante la prensa. El caso no tardó en ganar repercusión internacional. Mendoza, un centro turístico importante, no podía permitir la desaparición de dos extranjeras. Era un asunto policial, pero también publicitario.
El viernes 18 de enero llegó la cónsul de Israel, Yahel Nahir, junto con algunos miembros de las fuerzas de seguridad israelíes: uno vivía en Costa Rica y decía -sin mucha elocuencia- que era surfista; otro venía directamente del Consulado de Buenos Aires. También llegó gente de la familia Pereg, como Moshe (66), contador, vegetariano y amante de las montañas, además de hermano de las mujeres. Y desde Oceanía vino John, el compañero de Lily desde hacía casi 10 años.
Se inició la campaña Missing in Mendoza, dedicada a recaudar fondos para encontrar a las mujeres. Incluso el martes 22 llegó a la provincia Heidi Markmann, la cónsul de Australia. Quería saber qué había pasado con Lily, ya que la señora tenía ciudadanía de ese país desde los años 90. En la misma semana, el gobierno de Alfredo Cornejo ofreció 300.000 pesos a quien diera información relevante, y con idéntico fin los familiares y amigos de Pyrhia y Lily pusieron a disposición otros 50.000.
Moshe, quien no había visto a Gilad en más de una década, dio a la Policía muestras de ADN para colaborar con la búsqueda. Su sobrino se negó, alegando que él no era "un criminal". Los policías fruncían el ceño.
"En la etapa inicial había cosas que no cerraban", recuerda la fiscal de Homicidios Claudia Ríos Ortiz. Llamaba la atención que el denunciante insistiera tanto en "recuperar su dinero" cuando sus familiares estaban con paradero desconocido. Iba y volvía a la fiscalía, intentando decirse y desdecirse. Igual las pruebas se acumulaban.
Se descubrió, sin ir más lejos, que tenía pasajes para salir del país en esos días, sabiendo que su madre y su tía venían a verlo. Misteriosamente, se quedó en Mendoza. Aún no había elementos para imputarlo. Gil Pereg era solamente un testigo, pero pronto tendría que dar muchas explicaciones.
Hitler in love
Poco se sabe acerca de cómo llegó Gilad a Argentina. Hay pistas que lo ubican inicialmente en San Martín, a 40 kilómetros de la Ciudad de Mendoza, como si hubiera aterrizado en un paracaídas. En esa localidad, Floda Reltih -así se hacía llamar- vivió sobre calle Belgrano, entre 9 de julio y Balcarce, justo frente a la plaza departamental. Ahí puso un restaurante que estaba casi siempre vacío y unas canchas de paddle que funcionaban algo mejor. Por las noches, el gigante dormía dentro de un auto viejo.
El coiffeur "Richard" Liguzzi no se olvida de aquel cliente. "Entraba a la peluquería con un tupper lleno de huevos duros. Yo le decía que no ingresara porque, entre eso y la baranda que traía, no se podía estar en el negocio", desliza. Se le formaban rastas insalubres, "y lo primero que hacía cuando lo veía llegar era lavarle un poco ese pelo". Floda pedía que le desenredaran la maraña, pero se irritaba si lo querían emprolijar. Ricardo, de todos modos, cuenta que alguna vez consiguió que se dejara cortar las puntas, y al oírlo se intuye cierto orgullo de peluquero.
- ¿De qué hablaban mientras le cortabas el pelo?
- Él me decía que era noruego y que había llegado acá porque unos argentinos en Brasil le habían ofrecido un negocio que resultó ser una estafa. Entonces se había ido a Buenos Aires a ver si los encontraba, y resultó que uno de estos estafadores era mendocino. Persiguiendo a este mendocino llegó a la provincia, aunque nunca pudo atraparlo. Después, en los avisos clasificados del diario, vio un local en San Martín a buen precio. Ahí puso las canchas y el restaurante con guita que le mandaba la madre.
La cuenta de Facebook de "Nicolás" Gil Pereg muestra una foto de esa época, cuando era simplemente "el Floda" o "El vikingo". No está solo en la imagen: hay alguien más. Sin embargo, el cuerpo y la cara de esa otra persona están recortados. En su lugar se ve un rectángulo blanco. Un vacío.
Este diario pudo saber que la foto proviene de un cumpleaños: el álbum completo -que llegó a la redacción con pelos de gato y una esquela donde un pulso maniático había escrito FLODA junto al nombre de una mujer- muestra una arista inesperada del israelí. Porque resulta que sí: Floda tuvo una novia. Alguien besó e hizo sonreír a este hombre que hoy parece haber cortado los puentes que lo unían a la sociedad.
Es más, esa chica vive. Es la que fue tapada por el rectángulo blanco en la foto del perfil del Facebook. No quiere dar su nombre y cuando le tocó ir a declarar pidió no cruzarse con el detenido porque su vínculo con Floda derivó en acosos y persecuciones. Contó que se había alejado de él por sus exabruptos xenófobos, sus ataques de ira, su costumbre de hablar con mil teléfonos y los dudosos "clientes" que lo visitaban en autos de alta gama.
Para colmo, el capítulo sanmartiniano terminó con una denuncia por abuso sexual. Aunque el Floda fue sobreseído porque la causa prescribió, muchos asocian su partida con este problema.
Un día se mudó a Guaymallén. El grandote cambiaba de barrio y todavía nadie había notado la clave tenebrosa de su alias: Floda Reltih, leído al revés, es Adolf Hitler.
Encontrá el próximo domingo la segunda entrega.
* (Mendoza, 1980) Escritor, periodista y docente. Su libro "Preguntas de los elefantes" reúne las crónicas que escribió mientras cruzaba África. Es licenciado en Comunicación (UBA) y actualmente prepara su tesis del Doctorado en Letras (UNCuyo).