Gladiador de la vida y el fútbol

Mientras pelea contra la grave enfermedad que sufre pequeño hijo Alejo, Hernán Moya se ganó un lugar en Beltrán y ante Talleres fue la figura.

Gladiador de la vida y el fútbol

Ese loco festejo tras convertir el primer gol de Beltrán en un torneo de carácter federal tenía un destinatario nítido: el pequeño Alejo Benjamín, quien estaba junto a mamá Silvia y su hermana Francesca en la platea del estadio “Rafael Alonso”. Y no era para menos. Es que al igual que en la cancha, Hernán Moya también es un luchador de la vida.

En agosto de 2015 -justo un mes y medio después de haber desembarcado en el plantel del Fraile- a su pequeño hijo de un año y tres meses le descubrieron un glioma del nervio óptico, que es un tipo de tumor cerebral.

Desde ese día, nada volvió a ser igual en la familia Moya Mirábile. El pequeño Alejo estuvo internado en el hospital Notti casi un mes, Hernán abandonó la práctica del fútbol y las 21 noches que su hijo permaneció en el nosocomio él durmió en el auto y lejos de Francesca, su otra hija de cinco años.

“El obstáculo que me puso la vida intenté canalizarlo como una revancha por el lado del fútbol. Volví a jugar en setiembre por el apoyo de mi familia y de la gente de Beltrán. Si no seguía en el club, sentía que le fallaba a mis compañeros y al cuerpo técnico. Trabajé duro para ganarme un lugar en el equipo y por suerte el domingo se me dio el gol”, cuenta agradecido el oriundo de Tres Porteñas, quien llegó al club prácticamente en silencio (de la mano del Tanque Migliori) y de la misma manera se ganó un lugar entre los titulares.

Hoy es pieza clave, y alguien muy querido por la gente. “Al principio ni me registraban, je, pero gracias a Dios pude jugar los últimos partidos del torneo de la Liga y cuando salimos campeones me abracé con todos. Ahora hasta corto el pasto de la cancha. Es algo que hago con mucho gusto y como un favor porque considero que es gente humilde y que quiere avanzar”.

Mucho antes de que el destino lo pusiera en este difícil trance con la afección que padece su hijo, Moya no la tuvo fácil. “A los 8 años iba a cosechar con mi vieja y a los 13 me iba sólo en bicicleta desde Tres Porteñas hasta el club San Martín (33 kilómetros) para entrenar. Tardaba más de una hora y media”.

Hoy, 16 años después de aquellos días, el Pato la sigue peleando.

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