Historias del Aconcagua: el exclusivo club de las 50 cumbres

Para un puñado de mendocinos llegar a la cima más elevada del continente es una experiencia más frecuente que la de su propio cumpleaños.

Historias del Aconcagua: el exclusivo club de las 50 cumbres
Historias del Aconcagua: el exclusivo club de las 50 cumbres

Son apenas unos metros de roca congelada, con condiciones que no llamaríamos turísticas. Temperaturas por debajo de cero, viento que castiga pero no aporta oxígeno, clima cambiante, cierto nivel de riesgo. Para la mayoría de las personas, subir el Aconcagua implica dejar la vida cotidiana y someterse a dos semanas de exposición a los elementos, en un sitio remoto. Y superar la prueba clave, "el día de cumbre", que demanda entre 8 y 12 horas caminando por eternas pendientes a más de 6.000 m de altura.

Para la mayoría de las personas, llegar a la cima más elevada del continente es una vivencia única, un desafío que se emprende una vez en la vida. Para un puñado de mendocinos, en cambio, es una experiencia más frecuente que la de su propio cumpleaños. Literalmente. 

Como Lito Sánchez (o Miguel, como casi nadie lo conoce). Nació hace 62 años pero ha estado en la cumbre 72 veces y va por más. O como Ulises Corvalán, 47 años, 55 cumbres y contando. Ambos integran un reducido club de habitantes de la altura, los guías de montaña locales que han superado los 50 ascensos. Se los puede contar con los dedos de una mano (Horacio Cunietti, Andy Jones y Esteban Perinetti completan este relevamiento no oficial, que podría tener alguna omisión).

Más allá del récord, de la cantidad de cumbres acumulada, este "club de las 50" sintetiza la madurez de una profesión muy "mendocina", la de guía de montaña. También pone en relieve el desarrollo de la actividad comercial en el Aconcagua, una verdadera industria con una generación de valor poco reconocida. 

"El Aconcagua es parte de mi familia, para mi es un padre, un hermano, un amigo. En los 27 años que llevo en esta montaña, me ha dado la posibilidad de formarme, de tener trabajo, de hacer amistades y de conocer el mundo". Lo dice Ulises Corvalán, un lujanino que pisó por primera vez el cerro en 1991, y que acaba de regresar de guiar en Rusia. Ulises ha llevado clientes al Everest, el Denali (ex McKinley, en Alaska) y demás rincones del planeta. Y lleva casi tres décadas de labor en el Aconcagua, a razón de 2 a 4 expediciones por verano. Los grandes espacios y la naturaleza salvaje del gran macizo andino vendrían a ser su oficina; pero en lugar de hastío por la rutina, el montañero transmite entusiasmo. "Tengo una sola palabra para el Aconcagua, y esa es gracias", asegura.


Guía de montaña. Ulises Corvalán en plena tarea, explicando las particularidades de la cordillera mendocina a una cliente extranjera.
Guía de montaña. Ulises Corvalán en plena tarea, explicando las particularidades de la cordillera mendocina a una cliente extranjera.

La mejor parte del oficio, cuentan los guías, es el vínculo con los clientes, aquellos "no iniciados" a los que estos anfitriones llevan al mundo de la altura. En palabras de Ulises, "es gratificante compartir ese proceso. En términos de montaña, 'los veo nacer' y en dos semanas puedo acompañar su crecimiento, hasta que cumplen su objetivo".

Hay un costo, claro. El guía lo llama "la consecuencia social". "En 27 temporadas que llevo, he pasado 25 navidades y años nuevos lejos de mi casa -enumera-. De hecho, aunque suene raro planifiqué el nacimiento de mi hija para que no coincidiera con la temporada de Aconcagua, y así poder estar en sus cumpleaños. Cuando falleció mi abuela y cuando se casó mi hermano yo estaba en Aconcagua. Cuando falleció mi viejo también estaba en la montaña". 

En términos similares se expresa Lito Sánchez. Reservado para hablar de sí mismo y caminador sin fin, Lito es un referente del montañismo nacional. Fue el primer argentino en llegar a una cumbre de más de 8.000m en los Himalayas, el Cho Oyu (1993), además de diversos logros deportivos en el Aconcagua. Uno de ellos es la continuidad asombrosa: hace un par de veranos subió el Glaciar de los Polacos, una de las rutas de alta dificultad del cerro, y lo hizo guiando clientes. Su primer cumbre la había logrado 34 años antes, en en año 1983.

En esos 34 años el Aconcagua cambió completamente, y ambos guías fueron testigos y protagonistas de esa transformación. Las enormes laderas donde unos pocos andinistas se medían contra el cerro dieron lugar a un polo de turismo aventura, donde los servicios y la estandarización del turismo fueron acotando las incertidumbres y libertades de la aventura. Y sus riesgos.

Mientras que en el verano 19982/83 se vendieron 263 permisos de ascenso y trekking, tres temporadas después (85/86) los ingresos fueron de 639 andinistas. Para 1995-96 la cifra había subido a 2.963 permisos de ingreso al Aconcagua. Y en la temporada 2005/6 se alcanzaron los 7.290 tickets entregados, de acuerdo a las estadísticas oficiales del Parque Provincial Aconcagua. Luego la cifra bajó y recientemente retomó el crecimiento, en torno a los 7.000 ingresantes para ascenso y trekking.

En cuanto a riesgos, la temporada que finalizó en febrero de este año fue la primera en mucho tiempo en que no se registraron muertes en el Aconcagua, versus por ejemplo la temporada del 2000, que fue la peor del cerro, con 6 personas fallecidas. Entre ellos el peor accidente que se registró. La caída fatal de 4 chicos, entre ellos el joven de Punta de Vacas Walter Toconás.

"El cerro pasó de ser un objetivo deportivo de élite a transformarse en algo comercial al alcance de casi cualquier persona", explica Corvalán. "Los guías y las empresas que prestan servicios supieron adaptarse a ese cambio, y la comunidad que funciona en los campamentos base también. Pero la gestión del Parque no", dice tajante. "Si lo comparamos con el fútbol, en el juego de subir el Aconcagua los jugadores que están en la cancha andan perfecto; la patrulla de rescate, los médicos, los guías, los guardaparques, arrieros, la gente que trabaja en las empresas. Digamos que los 11 jugadores de la Selección andan perfecto, pero la AFA es un desastre."

Matías Sergo y la nueva escuela 

Hasta hace unos años, la figura del porteador, o "porter" de Aconcagua era algo de lo más rústico que se podía encontrar. Chicos que pasaban cuatro meses a más de 4.000 metros en los campamentos base, acarreando los equipos de los montañistas que buscaban la cumbre. Habitantes del cerro tanto como los guías, pero sin las condiciones de comunicación con los visitantes. (Y sin mucho afecto por las convenciones de la sociedad).

Pocos quedan de esa vieja escuela y actualmente los porteadores son, por así decirlo, una especie más refinada. Con logros deportivos propios, como el de Matías Sergo. Con 29 años, este maipucino ostenta un récord muy codiciado, el del menor tiempo en realizar la circunvalación del Aconcagua o ruta 360º. Es decir, ingresar por Punta de Vacas, ir a la cumbre y bajar por Horcones, completando así una impresionante vuelta a la montaña; en 27 horas 2 minutos. Para ponerlo en contexto, las expediciones comerciales demoran entre 14 y 17 días en realizar este trayecto.

Matías es un ejemplo de una nueva camada de montañistas, que tienen un claro enfoque deportivo. Cuentan con las ventajas de la mayor infraestructura disponible la montaña (desde Internet hasta alimentación adecuada y preparada por cocineros profesionales). Por eso Matías también se adueñó la temporada pasada de otro logro notable: fue diez veces a la cumbre del Aconcagua en la misma temporada (considerando cada ascenso desde el campamento base, a 4.300 metros, hasta la cumbre de 6.960m).

Nicolás García es periodista. Trabajó en Los Andes, El Cronista, Telefé, revista Panorama. Colaboraciones sobre temas de montaña en La Nación, The Observer, Ministerio de Turismo de la Nación y otros. Autor de los libros "Montañas en alpargatas, la vida de Fernando Grajales" y "Mendoza, senderos de aventura". Textos para el libro "Aconcagua: Fotografías".

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