En navegación, 50.000 millas marinas equivalen a dos vueltas completas al mundo. Si se suman los 12 años de navegación que el filósofo y escritor mendocino Julio Ozán Lavoisier (79) tiene en su haber al mando de veleros –que él mismo compraba y ponía a punto– su itinerario llega a esa cifra récord. Un récord del que ni siquiera se vanagloria ni que quiso registrar en otro lado que no sea su memoria, su experiencia, su curtida piel y sus canosos cabellos.
"Nunca fui en una sola dirección. He recorrido el Atlántico y el Pacífico en diferentes direcciones", sintetiza Julio con su parsimonia característica. "Nací en Mendoza, pero más de la mitad de mi vida la he vivido fuera de Mendoza", reflexiona, acomodado en uno de los sillones de su casa en La Crucesita, la última en la zona, y que tiene a la cordillera a sus espaldas.
Este año se cumplió medio siglo de una de las primeras aventuras que encaró Julio junto a su hermano y compañero de viajes Pepe –ya fallecido–, y que lo llevó a navegar durante más de un año por el Pacífico.
"Fue bastante improvisado, ya que como mendocinos no sabíamos nada de navegación. Pero un día decidimos que queríamos ver las cosas de otra manera, y se nos ocurrió la idea paradisíaca de las islas del Pacífico", inicia su relato Julio, quien bajo ningún punto de vista evidencia los casi 80 años; al menos en apariencia.
En noviembre de 1969, los hermanos Ozán Lavoisier partieron de Quintero (Chile). Compraron un velero viejo, lo reacondicionaron (el propio Julio aprendió cómo trabajar con la madera) y zarparon. "Nos largamos sin saber mucho de navegación. Fue un poquito alocado, y creo que tuvimos suerte", acota el protagonista de la travesía, que llegó a su forzado fin en diciembre de 1970 en Fiyi. "Nos agarró una tormenta fea, y el barco se descuajeringó entero. Estuvimos tres días enteros enfrentando la tormenta. El barco ya no daba más", acota.
Paraíso inexplorado
De Quintero fueron tres los tripulantes que partieron, ya que a los hermanos se les sumó un amigo a último momento. Y del mismo modo en que fue el último en "subirse", también fue el primero en "bajarse". Tras 40 días de navegación, el tercer marino se quedó en las Islas Marquesas, el primer archipiélago de la Polinesia Francesa, donde hizo escala el velero. Fue más precisamente en Hiva'Oa.
"Llevábamos algo de comida para el viaje, pero con la humedad se echó a perder. Quedaron unas verduras secas que llevábamos. Y nos la arreglábamos con la pesca", sigue en su reconstrucción Ozán Lavoisier. Lejos de la georreferenciación y del GPS –instrumentos que permiten completar en la actualidad el viaje aún antes de emprenderlo–, hace 50 años fueron brújulas y un sextante las principales guías para los hermanos.
El panorama en esa zona del planeta Tierra hace 50 años era muy distinto al actual. La mayoría de esas islas era remotamente conocida por algunos intrépidos expedicionarios, y nadie imaginaba que más cerca del siglo XXI serían eje de una explosión turística.
"Tuvimos suerte de que la civilización no hubiese llegado todavía a arrasar con todo. Ahora debe de estar todo muy explotado con el turismo", supone. Ozán Lavoisier no volvió luego de esta expedición al lugar, por lo que siempre guardará en su memoria las postales de un paraíso poco habitado y explorado, prácticamente virgen.
"Cuando llegamos a las Islas Marquesas nos dijeron que era la primera vez que veían un barco occidental. De hecho, en la bahía a la que llegamos vivía una única familia. Y nos llenaron el barco de cocos y ananás. En todos los lugares donde estuvimos la gente nos invitaba a sus casas, aunque durante la expedición nosotros dormimos siempre en el barco", continúa Julio.
En su breve estadía en la primera de las islas donde hicieron escala, Ozán Lavoisier protagonizó casi por accidente uno de los hallazgos que jamás olvidará. "Salimos a caminar, subimos a un cerro y en la cima había un cementerio pequeñito. Una de las tumbas tenía el nombre de Paul Gauguin. ¡Nadie sabía que estaba ahí!", rememora sonriente el aventurero. Por estos días, la tumba del pintor francés es atractivo para todos los turistas que llegan al lugar.
Luego de este primer tramo hasta Hiva'Oa, la aventura continuó hasta el archipiélago Tuamotu, también en la Polinesia. "Es una zona muy peligrosa, un archipiélago muy bajo y de noche no se ven muchas de las islas. Es un peligro para el barco. Pero también es un paraíso hermoso. En las islas de coral se forman lagos de mar en el medio. Y vivía muy poca gente", aclara.
En el Pacífico las distancias entre isla e isla son muy amplias. Y el viaje continuó hasta Tahití, capital de la Polinesia Francesa. "Fue la primera gran ciudad en la que estuvimos, y vivía más gente. En Tahití estuvimos casi un mes, porque había que arreglar el velero", sigue.
En Samoa, Julio y Pepe compartieron sus días con "la gente más feliz" que han conocido en sus vidas. "No es la riqueza ni la economía lo que da la felicidad. Ellos tenían lo justo para subsistir, pero eran alegres. Salían con sus canoas a pescar, y lo hacían cantando. Si traían un solo pescado, era lo que comían con su familia todo el día; acompañado de coco y otras frutas. Pero siempre alegres y hospitalarios; sin complejos ni tabúes por el sexo que pueden tener los occidentales", recuerda. Y sonríe. En Bora Bora, por ejemplo, aprovecharon a más no poder la pesca submarina de ese paradisíaco sitio.
Incluso, los aventureros llegaron a estar en el Atolón de Mururoa (dentro de las islas Tuamotu, siempre en la Polinesia). Precisamente esta fue la isla donde los franceses llevaron adelante experimentos atómicos, y donde hicieron volar precisamente una parte de la isla.
La tormenta
Luego de 13 meses de travesía, y cuando ya habían llegado a Fiyi, la naturaleza decidió que la primera expedición había llegado a su fin. Esa expedición que lo tuvo, por ejemplo, nadando en la superficie cuando lo sorprendieron más de cinco aletas de tiburón que lo merodeaban. Y de las que sólo tuvo una forma de zafar: nadar despacito hasta el velero.
"La tormenta nos agarró cerca de la entrada a unos arrecifes. Son muy angostos y un mal cálculo puede terminar con todo. Los arrecifes muchas veces se convierten en cementerios de barcos. Por eso no quedó otra alternativa que afrontarla. Hasta que pasó, pero el barco ya no aguantaba más. Y ahí terminó la travesía", concluye. Y uno sabe que es sólo uno de tantos relatos.
El proyecto que hoy lo ocupa es un documental
Julio Ozán Lavoisier y su hermano Pepe comenzaron hace ya años a trabajar en el proyecto del documental "La Tradición Hindú". Luego de la muerte de Pepe, Julio continuó el trabajo con el realizador audiovisual Carlos Canale.
"Hace siete años estamos editando material de los viajes míos y de mi hermano durante los últimos 30 años. La intención es hacer que la gente conozca esta cultura en occidente", detalla el referente, y acota que en ese país hay 11.000 textos sagrados frente al único que tienen el Cristianismo y el Islam. "La pobreza en India es consecuencia de 250 años de colonialismo del Islam y de 250 años de colonialismo inglés. Pero en la etapa oscura del Medioevo en occidente, India era floreciente", cierra.
Referente del hinduismo y del budismo
En los últimos 30 años, Ozán Lavoisier descubrió y se sumergió en la filosofía oriental. Pese a que estudió la occidental primero en Mendoza y luego en Francia, es más lo que le quedó de sus experiencias vividas. "La filosofía y los viajes van de la mano. Yo he aprendido más de los viajes que de la universidad, la naturaleza va abriendo páginas que otras cosas no. Y yo nunca viajé de turista. En los barcos llevaba una biblioteca, siempre escribiendo o leyendo", resume.
Como en alta mar, Julio vive su vida en la casa que él mismo construyó en La Crucesita, en parte de los terrenos que heredó de su padre hace 20 años.
El mendocino ya ha escrito ocho libros. En los 70 comenzó su conexión con el hinduismo y el budismo, al tiempo que empezaba a romper con la cultura occidental.