"O mamma, mamma, mamma, o mamma mamma, mamma ¿sai perché mi batte il cuore? Ho visto Maradona, ho visto Maradona, eh, mamma, innamorato son (oh mamá ¿Sabes porque me late el corazón? He visto a Maradona, he visto a Maradona, oh, mamá, enamorado estoy)", le cantaban los hinchas del Napoli a Maradona en los días en que los puso en el mapa, sacándolos campeones de Italia por primera vez (luego dos veces: 1987 y 1990, las únicas hasta ahora) y de la copa UEFA (1989).
Y le cantan todavía, haciendo cada vez más famosa la canción engendrada en las venas de un pueblo futbolero como pocos, y cada vez más grande la leyenda del mejor futbolista de todos los tiempos. Un tipo de carne y hueso que aquí, en la Nápoles del sur olvidado, es admirado como una deidad.
Se palpa en los puestitos de la Vía Toledo, su cara tiñendo camisetas, gorras, mochilas y llaveros de frases épicas. En los bares de mala muerte, con su retrato onda Jesucristo capitaneando los muros roídos, y en los cafetines más selectos, dónde vuelve a tirar gambetas y clavarla al ángulo con cada charla evocativa. También en los diarios, noticia cada dos por tres. Y sobre todo en el San Paolo, ese mítico estadio ubicado en el barrio de Fuorigrotta en el que fin de semana de por medio, los tifosi sueñan con épocas mejores y cuelgan las banderas de él, del 10.
Tiembla el viejo cemento de este coloso con capacidad para 60 mil espectadores cuando sale el equipo. La hinchada canta todo el partido, con un folclore y una pasión que pareciera salida del Río de la Plata. Algo debe tener que ver el “Pibe de Oro” en el asunto.