La ardua tarea educadora de los padres

La ardua tarea educadora de los padres
La ardua tarea educadora de los padres

Es tan apasionante la gran misión de educar, que parece imposible que haya padres que eludiendo responsabilidades deleguen tan honorable cometido. ¡Dar la vida y enseñar a vivirla! Dos empresas que superan las fuerzas humanas y que nos hacen sentir simples instrumentos de Dios, por lo cual lo primero será pedirle sus Dones y reclamar las gracias de estado que serán necesarias.

Son muchos los padres preocupados por preparar a los hijos para la vida; hacerles aprender mil cosas y que todo quede a nivel humano, en lo material; perdiendo la perspectiva de lo trascendente.

No es casual que sea la nuestra una época sumida en lo mundano y al mismo tiempo marcada por la angustia ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma? (Mc 8,36).

Para salir de ello lo único eficaz será recuperar la capacidad de admiración ante el bien. La simple capacitación e información por más aparatos electrónicos que se logre dominar no bastan para dominarse a sí mismo, ni ayudan a tomar decisiones en las difíciles circunstancias que se nos presentan a los jóvenes hoy, debido a la confusión de valores.

Es necesario enseñarnos a pensar para aprender a vivir, sólo las ideas claras impedirán que seamos juguetes del ambiente porque sabremos distinguir entre el bien y el mal que tan a menudo se confunden.

Resulta entonces esencial educarnos para la libertad, superando el deseo natural de tenernos siempre cerca y como dependientes de sí. Hay que prepararnos para ser libres.

Autoridad viene de “augere” que en latín significa dejar crecer; lo cual se nos debe permitir a los hijos en cuanto se nos quiera ayudar a ser cada vez más responsables y de buen criterio.

Sólo así se consigue vencer las inclinaciones: acompañando las órdenes y prohibiciones con las razones correspondientes, y tratando de que sean oportunas, justas y posibles de cumplir.

A la generación anterior le bastó el sentido del deber para acatar órdenes; tal vez hoy es necesario explicar el sentido de ellas y motivar su cumplimiento para, así, vencer las malas tendencias y adquirir las virtudes que ennoblecen la vida.

No hay que olvidar tampoco que la educación es una obra de amor, por eso lo primero será comprender a los hijos: educar a ese ser que Dios les entregó y no al que hubieran deseado tener. Se debe leer mucho sobre educación, pero leer en el alma de los hijos es todavía más importante.

Por último, la autoridad de los padres y la libertad de los hijos se armonizan a la luz del testimonio de vida: fray Ejemplo es el mejor predicador.

Los padres pueden utilizar los acontecimientos diarios para formar en libertad, mostrando criterios claros ante cada uno de ellos. Cuando seamos adultos pensaremos, no tanto en lo que nuestros padres dirían, sino en lo que habrían hecho en esa circunstancia.

Luz María Urrutigoity
DNI 44.538.398

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