Como pueblo en gran parte nos hemos acostumbrado a vivir en la marginalidad, más allá de los límites de la ley, donde hay que saber arreglárselas como sea y donde la gran virtud es ser caradura, piola, engañador, etc. Como esos niños que se han visto obligados a criarse en la calle; pero esta vida cada vez nos cuesta más y se nos van multiplicando los problemas e incomodidades tales como vivir aislados del resto, deber arreglarnos con lo que tenemos o conseguimos de otros marginales y empobrecernos en forma creciente. Pero nosotros estamos convencidos que somos muy inteligentes porque no respetamos ninguna norma, no como los tontos que pagan impuestos y viven en el sistema.
Así las cosas parece que empezamos a darnos cuenta que los supuestos giles están mejor que nosotros, viven mejor, más tranquilos, pueden viajar, comen mejor, parecen disfrutar más y más barato.
Por un momento supongamos que el niño criado en las calles, un día es atrapado y llevado a prisión, y ve como su vida se desmorona mientras que la de los otros parece ser estable, tranquila sin tantos peligros ni sobresaltos. Esto lo lleva a reflexionar y germina en su cabeza la idea de reformarse e integrarse con todo el mundo. Sabe que no será fácil, tendrá que pasar muchas pruebas. No importa, está decidido y elige seguir a alguien responsable.
Pero las pruebas son duras, demasiado a veces: tener que pagar por cosas que antes salían gratis, tener que cumplir normas y respetar a los otros. Es verdaderamente frustrante y existe la tentación de volver a la vida bandida, solo hay que escuchar a los que hablan de lo bien que estábamos antes.
Como sociedad tenemos que aprender a pagar por nuestros errores y a tener la fortaleza de seguir por el camino de lo institucional y el respeto a las leyes y normas; no porque tengamos reveses podemos bajar los brazos y volver a lo que sabemos nos hace mal.
Pensemos en nosotros como ex convictos que queremos vivir decentemente y reinsertarnos en la sociedad y en lo duro que debe ser eso.
Cristian Jorge
DNI 22.559.171
