Trata de rozarle la mano, de llamarle la atención: le toca el brazo mientras hablan, hace preguntas, pero nota, de nuevo, que el interés del patrón ha decaído, que busca entre los invitados a alguien, pero ella insiste, no se da por vencida: entonces lo agarra de la mano y lo lleva afuera del gran salón donde sigue sonando la música, donde las parejas bailan, donde el resto de los invitados brinda con champagne, atraviesan lujosos salones alfombrados, salones con ventanales donde se refleja la luz de las arañas, lo lleva afuera del caserón de la estancia, a la galería que bordea los jardines, jardines que albergan un laberinto de arbustos, un laberinto que desemboca en la bodega donde se almacena el vino de exquisitas vendimias, (ojos mirones que los observan por los ventanales del gran salón), ella saca al patrón a la calidez de la noche, la noche que cae sobre la cordillera, sobre los cerros, sobre las plantaciones de viñedos, donde se escuchan los grillos, donde la brisa cálida mueve su cabello y hace bailar su vestido: ella hasta ahora no ha parado de hablar, el patrón se ha mantenido silencioso, pero ella nota que de a poco él se afloja, que se olvida de esa persona que antes buscaba, que se deja seducir por sus preguntas, por ese juego de palabras con que ella lo envuelve, hábil como una araña, paciente, meticulosa: y de pronto el patrón ríe, su pecho sube y baja, sus brazos la toman de la cintura y ella no puede dejar de admirar su sonrisa, la blanca sonrisa del patrón, y sabe que está un poco más cerca, sabe que podrá decirle más tarde a su padre, (que ahora los mira ansioso desde el gran salón), que todo va bien, que todo trascurre tal lo planificado: pero un ruido irrumpe desde el salón, el ruido de una bandeja golpeando contra el piso, el ruido de copas que se rompen, el patrón la ha soltado de la cintura y entra de nuevo al caserón, se abre paso entre la gente hasta llegar a los invitados que rodean a una mujer, una mujer arrodillada que levanta las copas rotas del piso, una mujer del servicio, una mujer joven, una mujer con un lunar arriba del labio, el patrón atraviesa el círculo de invitados, se inclina hacia la mujer, le dice algo al oído: ella ve todo desde el ventanal de la galería, ve la mano del patrón en la cintura de la mujer, ve la espalda del patrón perdiéndose ahora entre la gente, llevándose a la mujer, mientras la noche cae, mientras la música del salón se va apaciguando, mientras algunos invitados se van despidiendo, mientras que alguien dice que el baile ha terminado, que algunos invitados, si lo prefieren, pueden quedarse a dormir en las múltiples habitaciones de la estancia: ella no sabe qué hacer, pero ve que su padre que le hace una seña, entonces entiende, pide que la conduzcan a una habitación, se desviste frente a un espejo, se acuesta desnuda entre sábanas con aroma a lavanda, sábanas con racimos bordados: violetas, rojos y amarillos, se queda atenta a los ruidos de la noche, al canto de los grillos, a la posibilidad de que la puerta de la habitación se abra, a que el patrón se meta entre las sábanas, a la continuidad del plan: pero la espera se prolonga, el cuerpo comienza a relajarse, el canto de los grillos la adormece, hasta que al final se queda dormida, (sueña que es una araña, una araña que sube despacio por la espalda del patrón, que sube hasta llegar a la cabeza y desde ahí, despacio, empieza a envolverlo, lentamente, pacientemente, dulcemente, con hilos de seda fina, hilos pegajosos, hilos fuertes que inmovilizan al patrón, lo transforman en su presa: pero de repente un grito: la boca abierta de la mujer del lunar, abierta como un pozo negro, que busca comerse a la araña, masticarla, tragarla, matarla), se despierta sobresaltada, agitada se sienta en la cama, la luna brillante se asoma por la ventana, decide levantarse y salir, salir para despejar la cabeza: camina en camisón, la noche es caliente y clara, la noche es silenciosa y clara, camina con los pies descalzos sobre el pasto de los jardines que rodean la estancia, camina sin rumbo fijo, respirando el aire pegajoso de la noche, camina hasta unas construcciones chatas, separadas de la estancia, donde duerme el personal de servicio: de pronto escucha algo, un sonido que se escapa por una ventana, una ventana abierta, una ventana con cortinas que oscilan con la brisa, que dejan ver, en cada oscilación, unas figuras que se mueven dentro de una habitación: se acerca cautelosa, se acerca curiosa, la luz de la luna le revela detalles de las figuras: un hombre y una mujer: la mujer recostada medio cuerpo boca abajo, recostada y con los ojos abiertos, recostada y gimiendo: el hombre parado atrás de ella, parado y embistiendo, parado y gimiendo: ella ve que la mujer la mira, ella descubre en esa mirada un pedido, descubre que el gemido de la mujer se parece a un llanto, un llanto bajito, que se entrecorta con cada embestida del hombre, que se agudiza pidiendo ayuda, bajo una luna brillante, una luna redonda, una luna metálica que le permite ver más cosas: las lágrimas plateadas de la mujer, la piel transpirada de la mujer, el pecho del hombre poblado por un pelaje negro, (un pelaje de animal), que embiste con furia a la mujer, que embiste con rabia, con saña, y la brisa termina de abrir el cortinado y la luna revela los detalles finales: el lunar de la mujer: el lunar arriba del labio de la mujer, y la sonrisa del hombre: la blanca sonrisa del hombre, del patrón, que ahora la mira, mientras embiste a la mujer la mira a ella, y la sonrisa se le hace más ancha, más blanca, y se transforma en una mueca obscena: la noche silenciosa se llena del llanto bajito de la mujer y la mueca obscena del patrón, entonces ella se aleja de la ventana, se aleja asustada, sale corriendo hacia la noche, hacia la silueta oscura de los jardines que bordean la galería de la estancia: no para de correr y pierde el rumbo, pierde las referencias, ve un sendero de arbustos y se deja guiar, un sendero que gira hacia un lado y hacia el otro, que da vueltas y vueltas, hasta que se da cuenta que está perdida, perdida dentro de los jardines, dentro del laberinto: desesperada busca la salida, corre y los arbustos le raspan las piernas, tropieza y cae, siente que su camisón se desgarra, siente que sus senos quedan a la vista: se levanta y sigue corriendo, pero cae de nuevo, una rama la lastima, se toca con una mano la parte interior del muslo y siente algo tibio y húmedo, entonces empieza a gritar, grita y grita en medio de la noche, ve un resplandor por encima de los arbustos: se encienden las luces de la estancia, (salen algunos invitados alertados por los gritos, sale su padre) y ella lanza un último grito que la desvanece, que la hace caer al suelo húmedo del laberinto, hasta que siente que alguien la levanta, que alguien la lleva en brazos, trata de decir algo, pero no sabe explicar, no puede explicar: abre los ojos y ve la cara de su padre, la cara ansiosa de su padre, que la lleva hacia las luces de la galería de la estancia, mientras los invitados la rodean, mientras su padre la sostiene en brazos y pregunta qué pasó, qué pasó, pero ella no sabe qué responder, está asustada, no para de llorar mientras trata de taparse los senos con la bata, cuando de imprevisto aparece la silueta del patrón, una silueta que irrumpe desde la noche, que se acerca a la claridad de la galería y extiende los brazos, extiende los brazos hacia su padre, que la entrega al patrón, que la lleva hacia un costado de la galería y la deposita sobre un diván: se da cuenta que tiene manchado el camisón, que un hilo de sangre se le escurre entre sus piernas: todos se callan, el silencio de la noche se hace profundo, su padre la mira, la interroga, pero no sabe qué decir, no sabe si decir lo que vio, no sabe si mentir: la mirada del padre la urge a hablar, la alienta a pensar rápido, y aceleradamente sabe, sí sabe qué decir: controla su llanto y mira a su padre: dice que alguien la atacó, (escucha las voces alarmadas de todos, ve los ojos aterrorizados de todos) y después mira al patrón, lo abraza del cuello, le dice que la lleve a su habitación, que necesita descansar: y entonces le acerca los labios al oído y agrega despacio, susurrante, que alguien la atacó y la violó, se separa apenas y lo mira a los ojos, le sostiene la mirada y confirma con la cabeza: dice que sí, que sí, que sí, y vuelve a abandonarse en un llanto escandaloso, un llanto que le descubre de nuevo los senos, senos que ahora el patrón cubre con su pecho, acariciándole la espalda, consolándola, y ella percibe que sus caricias, suaves al principio, se van haciendo un poco más ásperas, más bruscas, que algo en sus maneras se vuelto más urgente y precipitado: entonces sabe: sabe con la seguridad que le dan esas caricias endurecidas, que cuando el patrón vuelva a mirarla, va a hacerlo de una forma diferente, de una forma diferente y mejor, y entonces sí: el patrón volverá a embestir con furia, con rabia, con saña, y ella, recostada boca abajo sobre la cama, apenas resistiendo, apenas gimiendo, completará su plan de araña: boca abajo recostada sobre la cama podrá mirar, a través de los ventanales de la estancia, cómo la noche cae sobre la cordillera, sobre los cerros, sobre las plantaciones de viñedos.
La blanca sonrisa del patrón - Por Fabricio Capelli
Séptima entrega de la serie "Cuentos mendocinos inéditos", que publica Los Andes cada domingo.
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