Aquella noche del 20 de setiembre de 1997 más de 60 mil personas despedían "el último concierto" de Soda Stereo en River. Desde arriba del escenario, entre la euforia del "nada más quedaaaaa..." y el alivio de soltar la mochila de la banda que cargaba desde hacía 15 años, Gustavo Cerati lanzó el gran eslogan del rock&pop argentino y latinoamericano: "¡Gracias, totales!", sucedido por ese guitarrazo inolvidable que cierra el último acorde del megahit "De música ligera".
La ¿improvisada? frase del líder de Soda quedó rebotando para siempre en los oídos de quienes estuvimos allí hace casi 17 años. Y fue el cierre perfecto, las palabras justas y precisas, para lacrar esa alianza entre artista y público que Cerati había sabido forjar y cultivar desde sus primeros días como músico, allá en los tempranos '80.
Cuando Soda apareció en la floreciente escena del "rock nacional" post Malvinas, la masividad era un concepto extraño para los músicos, incluso para los ya consagrados como Charly García y Luis Alberto Spinetta. Esa butaca vacía de ídolo pop estaba destinada a un veinteañero Gustavo Cerati, que lo tenía todo: talento, carisma, apariencia y visión de futuro, factores que explican mejor que nada la sodamanía que se desató de ahí en más en todo el continente.
Como John Lennon, como Mick Jagger, como Bono, Cerati había nacido para subirse a los escenarios. Allí arriba, detrás del micrófono y guitarra en mano, se convirtió en la bestia pop que compuso los estribillos y melodías que hasta hoy coreamos todos.
Antes de él, hacer rock en español ya era prestigioso, pero para un gueto. Se editaban muchos discos y había un mercado en auge para el género, pero la verdadera popularidad estaba en manos de artistas como Sandro, Palito Ortega y Leonardo Favio, contra los que rengaban en ese entonces los rockeros.
Pero un día aparecieron tres modernos con raros peinados nuevos cantando eso de que solo querían "ser del jet set" y todo cambió: el incipiente under mutó en rock de estadios aquí y en todo el continente. Y Soda demostró que calidad y cantidad podían combinarse en eso que llamaban música pop.
Con un cuidadoso y planificado uso de la imagen de la banda, y ganchos certeros en las letras de las canciones (por algo había elegido estudiar publicidad), Cerati empezó a instalar "marcas" en el público antes que nadie: habló de "sobredosis de TV", citó a la película "Nueve semanas y media" en el hit "Persiana americana", bautizó "la ciudad de la furia" a Buenos Aires y hasta se atrevió a reírse de aquella "música ligera" de sus comienzos en el disco definitivo de Soda, "Canción animal".
Y así como alimentó a las fieras también se alimentó él de ellas: Cerati aprovechó la histeria de la sodamanía para entrenarse en el arte de la masividad, que le forjó una habilidad de maestro de ceremonias casi inédita en las pampas rockeras. Y que le sirvió para inocular en sus seguidores, a cada estadio, a cada disco de oro, su apuesta por la belleza y el riesgo sonoro, otra combinación que solo él pudo hacer exitosa.
Así llegó a los '90, consagrado y agotado. De las giras, de los conciertos multitudinarios, del griterío de los fans... Y decidió arriar la bandera de la popularidad pero no la de la vanguardia, probando una aventura solista que le ganó el definitivo respeto de críticos, colegas y público.
El prestigio lo convenció: más vale solo que acompañado. Así, decidió enterrar a Soda, no sin antes darse un nuevo baño de masividad en una gira continental de despedida que terminó con aquel "Gracias totales".
Convertido ya en un padre fundador para las nuevas generaciones del rock, el siglo XXI lo encontró sin embargo en una nueva subida creativa, acorde con su eterna inquietud artística. Y cuando sus contemporáneos (Fito, Calamaro, Mateos) ya habían dejado atrás sus mejores años, él se despachó con discos clásicos. Hoy, su obra solista es la que mejor ha envejecido (si es que alguna de sus canciones pudiera ser considerada "vieja") y ha ido adoptando nuevos fieles. Muchos, después del ACV que truncó la carrera -pero no el legado- del gran artista de exportación de la música argentina.
¿Nada más queda? Sí, seguramente hay una obra inédita que ahora podrá ver la luz porque fue compuesta para eso: para ser internacional y popular.