Los adelantados terminaron de ver el partido frente a las vidrieras de calle San Martín y Rivadavia; los vendedores de banderas, los curiosos, las cámaras de televisión, los silbidos, las emociones, los gritos, todos estaban allí aguantando la respiración hasta que con la interminable corrida del "Pity" Martínez llegó el desahogo. Un mendocino ponía el broche final al encuentro.
Los primeros fueron al Kilómetro 0, los otros no dejaban de saltar ante los bocinazos de los autos que rondaban por el perímetro. Más extenso que un campo de fútbol, un callejón de 200 metros vallados por seguridad. Un anillo custodiado desde Rivadavia a Catamarca y viceversa. La peatonal también estaba bajo vigilancia.
"Se mueven de aquí para allá", cantaban desafinando los fanáticos de la banda. Los que quedaban en el Liverpool fueron retardando lo más posible su marcha hasta el centro de los festejos. Tal vez como una invitación para los que desfilaban provenientes del sur por la Avenida San Martín.
Leandro y Exequiel caminaban por la vereda este, vestidos de negro con una franja roja que les cruzaba el pecho. "El partido lo vimos solos, cada uno en su casa. Con estos partidos no sabés que puede pasar", repetían los adolecentes que venían de la 5ta.
La música era ruido y el ruido un compás maravilloso para quienes se sumaban a la pequeña masa de simpatizantes. A las 19.30, algunas camisetas de boca transitaron de lado, como dejando un espacio liberado, la alegría se había hecho esperar por semanas, no era tiempo de nada más.
La provincia de Mendoza se volvió a vestir de los colores de River Plate, como lo hizo en los primeros días de marzo, cuando el Millonario venció a Boca por 2-0 y ganó la Supercopa Argentina.