Bajan de los cerros las primeras luces del día renovando las tonalidades de los techos de tejas y los frentes pastel. Tiñe de plata adoquines y desluce los faros de destellos amarillentos quitándole el poderío que ostentan cuando la negrura reina, entre tanto los resabios medievales cobran vida, los frisos de azulejos se desempolvan el alma y el Tajo retoma su curso antes de morir en el Atlántico. “Que outra cidade levantada sobre o mar, a beira rio, acabou por se elevar… entre dois braços de agua: um de sal, outro de nada. Água doce, água salgada… águas que abraçam Lisboa”
Alguien silba una melancólica melodía, entre el café y el dulce de Belén, apenas se sienten los primeros pasos, el tranvía, los coches, pronto –sabemos- esto será un caos. La Baixa con su plaza de Comercio de cara al agua es el epicentro lusitano.
Las calles y los negocios se encienden desde tempranas horas y no hay que distraerse con las copias de Ronaldo que caminan por doquier -con camisas y pantalones ajustados, con el corte de cabello perfecto, cada pelo alineado- pues se perderá la gracia de las edificaciones que hablan de tiempos imperiales y que mantienen un constante romance con la urbe que también se eleva moderna.
Confiterías, jugueterías, ferreterías y peluquerías se encuentran como extraídas de una foto amarillenta, con el mobiliario y los utensilios de lejanos tiempos. En las veredas destacan los mosaicos negros y blancos, y una guía señala inexorable el paso por la Praca do Rossio, con sus cafetines amorosos, los diarios abiertos con las noticias que la barra comenta. Ahí nomás el Teatro Nacional Dona María II y la Estacao Ferroviaria do Rossio, un encanto. A propósito la estación es de estilo manuelino, que se repetirá en otras construcciones, ya veremos. La característica es que combina arte gótico y mudéjar, estilo adorado por el Rey Manuel en el Medievo y por nosotros en la actualidad.
La Rua Augusta, le sigue en el itinerario de reliquias del siglo XVIII que va a parar al Tajo. A poco el Elevador de Santa Justa sube a quien guste hasta el pintoresco Barrio Alto.
Por lo bajo y como prácticamente todo por aquí, las edificaciones fueron erigidas en los días del Marqués de Pombal, cuyo mérito fue reconstruir la ciudad luego del magno terremoto que la destruyera hacia 1755. De aquellos días se aprecia el Teatro Nacional de Sao Carlos, el Palacio de Sao Bento (sede del Parlamento Nacional), el Aqueducto Das Águas Livres y la Basílica da Estrella. Luego ante la vista, la bella Avenida da Liberdade, se acerca en el tiempo y ya muy modernas resaltan las áreas que circundan el Parque Das Nacoes y los puentes Vasco da Gama (el más largo del continente: 17 kilómetros) y 25 de Abril.
Arriba, en el Alto
Retornemos al barrio Alto, al que hay que visitar al atardecer, cuando las líneas de lucecitas atraviesan las calles desparejas en las que se tienden mesas de mantelitos cuadrillé y comida tipo casera; bares de corte cosmopolita y otros mundanos con los tragos que se toman en toda Europa, aunque uno prefiera un vino verde porque está en Portugal. Bacalao en buñuelos o con salsa de camarones, cordero asado con arroz y menta, pez galo, róbalo a la romana, sardinas del atlántico, cocido a la portuguesa, feijoada... En este breve repaso de platos de la carta de un restaurante típico del Alto, se adivinan las influencias de dominados y dominadores, de las culturas que los tomaron por asalto, desde los fenicios en adelante, de las que ellos asaltaron como el caso de Brasil del que adquirieron productos que hoy forman parte del sello portugués.
En cualquier caso, las mixturas son bienvenidas. De ellas también surge otro de los signos lusitanos: el Fado. Por el barrio de arriba, por el Chiado, abundan los locales en los que un canto, un baile y un trago no dejan morir la noche. Del latín "fatum" que significa "destino", asentimos que sea este ritmo y sus dulces versos los que señalen el camino.
La mítica Alfama
¡A correr que se va el tranvía! Pero no se mueve, el chofer espera a los rezagados que suben como niño a montaña rusa de Disney esperando la adrenalina del paseo por la Alfama. Ya el interior de madera, la baja velocidad y la onda de quien conduce, parecen trasladarnos a otros tiempos, lejanos y relajados. Pronto sabremos que el viaje en sí es hacia el ayer. La barriada de obreros e inmigrantes no oculta su esencia mientras escala en planos superpuestos el cerro Sao Jorge.
Ante la belleza del afuera el viajero salta del medio de transporte al que encontrará en otra parada, pero nadie puede perderse la oportunidad de extraviarse en la Alfama. Entre sus calles laberínticas, los pasadizos imposibles y las cuestas que, cómo cuesta subirlas, hay casonas enormes de hasta 5 pisos hoy refuncionalizadas algunas, otras en deterioro melancólico. Más escalinatas, algunas abuelas con cara de dibujito animado bajan vestidas de negro con las bolsas para las compras. Los chicos apuran el paso para las escuelas y los turistas registran todo lo que pueden. Los graffitis compiten con los azulejos y los souvenirs con las auténticas piezas de arte que pueblan ateliers a puertas abiertas. Por fin el Castelo de Sao Jorge, del siglo XI, ofrece un descanso en la cumbre. Sus muros de piedra que se divisan desde los cerros contiguos y desde la Baixa ahora en primer plano.
Entre verdes continúa el repaso del más pintoresco de los barrios lusitanos, esta vez hasta el mirador de Santa Luzia, aunque si prestan atención habrá tantos miradores como paradas se realicen. Tan sólo hace falta erguir la mirada sobre los techos rojos que como un manto cubren la ladera.
Frente a la Catedral, de Sé -con bellísimos rosetones- se espera el tranvía, y mejor aún la foto precisa en la que el más avezado capturará el templo y el transporte de una vez. Pero lo cierto es que no hay que ser muy experto para lograrlo pues otra vez el chofer demuestra su buena onda, conduce más lento que de costumbre y se acomoda a los clicks.
Tierra de navegantes
Con el Tajo como guía el camino lleva a Belém, y al Atlántico. Y ahí frente al agua son homenajeados los navegantes portugueses, en el Monumento a los Descubrimientos. A metros el Museo de la Marina, y un poco más allá la bella Torre de Belem, la fortaleza que recuerda al imperio.Desde la rosa de los vientos dibujada en el suelo, si no se pierde la mirada en el horizonte y con ese azul, el juicio, hay que cruzar hacia el Monasterio de los Jerónimos. Se trata de un complejo de estilo manuelino patrimonio de la humanidad, que es uno de los mejores exponentes religiosos de la urbe.Un vistazo por sus galerías y cúpulas, un recuento de santos y rezos, y el imperioso llamado del cartel vecino: Confitería de Belem. Y no es desatinado el impulso pues con la masa que se desarma en la boca y el dulce que aflora denso mientras el azúcar impalpable vuela por los aires, constatamos que esto es invento divino.
PARA VER
Azulejos. En el Barrio Alto la zona del Chiado con construcciones cuyas fachadas estás decoradas con azulejos. Precisamente la casa del pintor Ferreira das Tabuletas, uno de los representantes de la pintura en azulejos del siglo XIX.
Café. En el mismo alto, Café la Brasileira, ícono de la ciudad, con la escultura de Fernando Pessoa entre sus mesas, la foto más buscada. Además tanto el brebaje como los platos, son deliciosos.
Peces. Situado en el Parque de las Naciones el Oceanario alberga peces de diversos mares en hábitats perfectamente recreados. Es el 2do oceanario en importancia de toda Europa.
Playas. Imperdibles, Estoril y Cascais. A minutos, arenas doradas y una mar turquesa impactante. Hay balnearios para todos los gustos.
Museo de Carruajes y el de los azulejos. Los mejores relatos de la urbe.
Siempre el 28
Es el recorrido más buscado por los viajeros, el del tranvía 28. Desde el barrio de Gracia recorre el largo del mismo nombre pasando por la Iglesia de San Vicente de Fora.
Continúa hacia el barrio de Alfama, uno de los más pintorescos por su pasado medieval y el constante trajinar de viajeros del orbe, que se cruzan con las señoras que van de compras y los artistas que transportan a pie sus obras.
Atraviesa la pendiente calle de las Escolas Gerais. El Largo de las Portas do Sol, deja ver el río y sube hasta el Castillo de San Jorge. Luego se dirige al centro pero antes pasa por la Catedral, por la hermosa Iglesia de San Antonio, y desciende hasta la Baixa, cruzándola por la animada Calle Conceição.
Pero no es todo: no hay que moverse del asiento más que para registrar alguna imagen. El vehículo sube nuevamente, esta vez al Chiado, pasa por la Brasileira, la confitería memorable, y sigue hasta Estrela pasando por el parlamento y el Convento de San Bento. Una síntesis de Lisboa por 5 euros.