La ruta de las momias de altura halladas en la Argentina -San Juan, Mendoza y Salta, a lo largo de la red vial incaica- se puede leer como un mapa de la controversia actual en torno a estos mensajeros del pasado.
En San Juan la momia del cerro El Toro (hallada en 1964) ha dejado de ser exhibida y su futuro es incierto. Agrupaciones de pueblos originarios reclaman la restitución del cuerpo. El museo creado en torno al hallazgo permanece cerrado hace un año, pero sus responsables procuran que la momia siga en custodia de científicos. "Es muy injusto negarle a la sociedad sanjuanina el conocimiento de su propia historia", señaló Teresa Michieli, doctora en historia y ex directora del museo.
El Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI) y la Universidad Nacional de San Juan (de la que depende el museo), por su parte, se alinean con la Ley nacional 25.517, de restitución de restos. La norma hace referencia a las "comunidades de pertenencia" de los restos humanos que se reclamen. Esto pone a la momia de El Toro en una zona gris, ya que se le atribuye origen incaico y no local.
El caso de Salta es la cara opuesta. El Museo de Arqueología de Alta Montaña (MAAM) exhibe en pleno centro de la capital salteña el santuario de altura hallado en el volcán Llullaillaco en 1999. Una niña, un niño y una joven de 15 años momificados por congelamiento y un importante ajuar fueron rescatados a metros de la cumbre (de 6.739m).
El museo combina conservación, puesta en valor y divulgación. De hecho, es una atracción turística de la ciudad de Salta. Allí, las momias se exhiben de a una por vez, en una sala especial que reproduce las condiciones de temperatura, luz y ambiente que las preservaron durante 500 años, en el volcán. Además de este sistema de "criopreservación" inédito en el país, la sala incluye una ambientación respetuosa y cartelería que advierte sobre lo que se va a contemplar. Tiene tanto público que el mes pasado, durante las vacaciones de invierno, el museo debió suspender las visitas guiadas, para poder recibir a los cerca de 1.500 visitantes diarios.
En Mendoza la situación es diferente a las de San Juan y Salta. El caso del niño sacrificado en el Aconcagua ha generado un 'pensamiento mágico' difícil de encuadrar: la noción de que haber retirado la momia de su enterratorio en la montaña afecta de algún modo a nuestro mundo contemporáneo. Esta idea de que 'no nieva porque se bajó la momia', es muy diferente a la problemática de respeto a la identidad y patrimonio de los pueblos originarios. (Originario, por otro lado, del actual Perú, si damos crédito a los estudios arqueológicos y de ADN).
Más allá de las interpretaciones a las que todos tenemos derecho, una eventual restitución de la momia a su santuario implicaría dificultades que no sabemos si se pueden salvar. Ya a los pocos años del hallazgo, expediciones científicas intentaron acceder al filo del cerro Pirámide y no lo lograron, entre ellas la arqueóloga Constanza Ceruti en el 2000. La pequeña terraza con sus pircas puede haber sido borrada de la faz de la montaña. Y si aún existe, y si una misión restauradora puede llegar hasta allí, también pueden hacerlo los "huaqueros" o cazadores de tesoros arqueológicos.
Otra diferencia es que el niño del Aconcagua nunca estuvo exhibido en forma pública. Desde su rescate en 1985, permanece en un freezer que a su vez se encuentra en una sala acondicionada en el CCT (Centro Científico Tecnológico). A pocos metros de la oficina de su principal custodio -y referente internacional en el dominio incaico en Cuyo- el arqueólogo Roberto Bárcena. Y el investigador no es muy amigo de la exposición pública de este "bien cultural".
Tiene sus razones, que explica con cortesía a quien las pida. De índole técnica, como los procedimientos (y riesgos) que implica manipular y exponer una momia de hace 500 años; de índole social, como el reparo a exhibir un cuerpo humano; y también de índole institucional. Bárcena, que a la par de su carrera académica ha ocupado puestos de gestión, como la dirección del CCT, descree de las iniciativas que no vengan acompañadas por un aval político y un presupuesto acorde, que garanticen su continuidad en el tiempo.
Esta cautela ha logrado mantener bien preservada a la momia durante 35 años. Pero por otro lado, en todos este período han sido escasas las acciones de “transferencia” (divulgación a la sociedad) de este relevante patrimonio de nuestro pasado.
Una iniciativa que podría dar respuestas a los distintos actores es la que propone el arqueólogo Víctor Durán: crear un museo o centro de interpretación al pie del Aconcagua, en Horcones. Allí, sugiere, podría colocarse la momia, que de algún modo estaría regresando al sitio donde estuvo por cinco siglos. Pero en un contexto controlado -es decir un sistema como el del MAAM salteño- que evite la degradación y también la depredación que sufriría a la intemperie. Sería una forma de poner en valor tanto este período de nuestro pasado como la zona de alta montaña, que sumaría otro atractivo turístico y cultural.
Los atributos del caminante
Una larga travesía realizó el niño incaico del Aconcagua, desde los Andes peruanos hasta el límite austral del imperio. Un vestigio de su andar son las delicadas sandalias que calzaba. Y para otra larga travesía lo prepararon: el viaje al más allá que motivó su capacocha (sacrificio). Las estatuillas de valva marina spondylus, con sus pequeños textiles a escala y su alimento para el viaje, son el testimonio de esta ofrenda o "pago".
El ajuar del mensajero es parte de la colección del Museo de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNCuyo. La casa de estudios custodia este patrimonio con celo y profesionalismo pero sin presupuesto. Objetos de gran atractivo como una estatuilla de oro de un camélido, o la manta que vestía el niño, no pueden ser exhibidos, para priorizar la conservación y la seguridad. Por otro lado la ubicación del organismo en el subsuelo de Filosofía y Letras y sus horarios no favorecen la visita del público en general.
Los 'escaladores místicos' de los Andes
Desde que un inglés radicado en Chile le mencionara a Charles Darwin la existencia de de un gran "volcán" en la cordillera, el Aconcagua ha estado en el radar de los exploradores occidentales. Pero recién medio siglo después, en 1883, un europeo relevó las regiones altas de esta montaña (que no tiene actividad volcánica). El geólogo alemán Paul Güssfeldt y el arriero chileno Gilberto Salazar realizaron una exploración que los llevó a los 6.500 metros, una buena aventura de la que regresaron sanos y salvos. Durante años, la historia los consideró los primeros exploradores del Aconcagua. Sin embargo faltaban piezas en el rompecabezas.
El primer indicio de que la historia oficial omitía algo importante lo aportaron los montañistas Thomas Kopp y Lothar Herold en 1947. Ambos eran docentes emigrados de Alemania para radicarse en el norte argentino, y juntos ascendieron a la cumbre sur del Aconcagua (unos metros más baja que la principal), que se consideraba inexplorada.
Efectivamente, no hallaron vestigios de presencia humana en esta cima. Pero en la cresta que une ambas cumbres se toparon con algo inusual para esa altura. "De repente descubrimos un esqueleto -escribiría Kopp más tarde-. Era de un guanaco. Aún se veían los restos de la piel vellosa en la parte de la barriga; todo lo demás, eran huesos blanqueados por la acción del tiempo, por la intemperie. ¿Qué hacía este animal a esta altura de casi 7.000 metros? ¿Qué le había animado a subir?" (tomado de www.culturademontania.org.ar).
Este hallazgo en lo que hoy se llama "Filo del guanaco" también sorprendió a los especialistas, ya que estos animales no frecuentan cotas tan altas. Era más probable, se especuló, que hubiera llegado hasta allí conducido por una mano humana: ¿tal vez la de un caminante incaico, un pionero desconocido? (Herald, por su parte, probablemente haya sido la primera persona en pasar una noche en la cima. En 1948 subió sin compañía a la cumbre principal, pero sufrió ceguera temporaria y estuvo allí por 13 horas, a 6.960 m. Pudo bajar, pero perdió los 10 dedos de los pies).
Todavía no sabemos cómo fue a dar el esqueleto a la cresta del Aconcagua. Pero la respuesta podría seguir allí, en el alto filo barrido por el viento, de acuerdo a una línea de investigación del arqueólogo Víctor Durán. "Los huesos podrían revelar información importante -explica-. Por supuesto que se podría tratar de un guanaco que por algún motivo trepó casi hasta la cumbre; pero qué pasa si no fuera un guanaco, sino una llama, lo que confirmaría su procedencia incaica?" En el ámbito local hay especialistas que lo pueden determinar, asegura Durán. También "se puede hacer un estudio de ADN si hay restos de colágeno".
No son especulaciones al azar. El investigador dirige el Laboratorio de Paleoecología Humana (LPEH, de Ciencias Exactas de la UNCuyo). Este equipo fue responsable del hallazgo y rescate de dos importantes enterratorios en Las Cuevas, en el marco del estudio de los pueblos trashumantes que ocupaban la alta cordillera mendocina miles de años atrás. Durán además integró la expedición científica que rescató la momia incaica del niño del Aconcagua y su ajuar, depositados en un santuario a 5.300m.
El hallazgo de 1985 fue clave para descifrar parte de nuestro pasado y también para confirmar que los emisarios incas, los "escaladores místicos" llegados desde el Cuzco 500 años antes, "fueron los primeros en atreverse a escalar las cumbres más altas de los Andes", como los define la arqueóloga Constanza Ceruti.
Nicolás García es periodista. Trabajó en Los Andes, El Cronista, Telefé, revista Panorama. Colaboraciones sobre temas de montaña en La Nación, The Observer, Ministerio de Turismo de la Nación y otros. Autor de los libros "Montañas en alpargatas, la vida de Fernando Grajales" y "Mendoza, senderos de aventura". Textos para el libro "Aconcagua: Fotografías".