En estas fechas vale la pena tenerlo en claro. Consumir no es lo mismo que el consumismo. Según los especialistas, el consumismo es cuando la actividad de consumir se vuelve patológica, cuando la tendencia a adquirir, gastar o comprar bienes se torna inmoderada. O sea, comprar sin necesidad.
Tal como plantea el psicólogo Julio Luna al decir que “puede volverse patológico cuando la persona lo utiliza no sólo para obtener lo que desea o cubrir una necesidad, sino cuando se usa para llenar vacíos emocionales y cuando se ha depositado ahí la satisfacción que no se encuentra en otros lados.
En la época navideña, por ejemplo, si uno cree que son fechas para estar en familia y no lo está, es probable que los objetos y los "regalos" cumplan con la función de llenar ese vacío interior”.
El modelo de sociedad actual justifica constantemente al máximo el consumismo: tener más “nos hace felices” o nos coloca en una posición de relevancia y bienestar social. “Carencias emocionales, afectivas y psicológicas son la principal característica de los consumidores compulsivos”, comparte el profesional. Comprar porque está de moda o porque alguien más lo tiene, comprar para aparentar o sentirse parte de...
“El tema del estatus que proporciona en la sociedad, influye de la misma forma. La idea de consumo excesivo, implica en sí misma que se consuman cosas innecesarias. El consumo ‘adecuado’ es más lento e involucra, además de comprar y renovar permanentemente, la idea de reparar, rehusar, reciclar y compartir las cosas”, agrega Luna.
Está claro que las publicidades apelan a los deseos, expectativas y parámetros (que ellos mismos crean y replican) de las personas tratando “de reducir el tiempo de satisfacción por el objeto o servicio obtenido y planteando la nueva versión del producto, o el nuevo producto, como la ‘verdadera’ posesión que satisfacerá las necesidades y expectativas del consumidor.
También se suele enfatizar que la vida ‘normal’ es aburrida, monótona, desmotivante y que necesita ‘acción, cambio’”, comenta el psicólogo. Esto se repite constantemente y con una velocidad cada vez más acelerada, justificándose en los avances de la tecnología o la facilidad para adquirirlos. Una vez satisfecho el deseo, aparece la frustración y empieza el ciclo de consumo nuevamente.
Luna analiza que “el consumo genera satisfacción de necesidades, no precisamente felicidad. La felicidad derivaría en todo caso de la asociación que se hubiera hecho de esas necesidades satisfechas y ser feliz. En el consumo excesivo sucede, justamente, lo contrario.
Se satisfacen necesidades que no tienen nada que ver con la felicidad de la persona porque el sujeto mueve el ‘lugar de la felicidad’ permanentemente y es prácticamente imposible ‘atraparlo’.
La relación que existe entre consumo y felicidad es que si se consume como los demás, uno se siente ‘feliz’ de no haber quedado fuera o excluido. Sin participar de todo eso, según se nos ha pregonado, no somos felices sino que nos aburrimos y escuchamos todo el tiempo que ‘nos perdemos de algo’”.
Podemos estar de acuerdo al afirmar que el sistema económico actual crea necesidades artificiales y la herramienta principal para atrapar a la gente es la publicidad. Constantemente estamos recibiendo información sobre nuevos productos, servicios, ofertas y es tan avasallante que necesitamos tener algo de todo ese abanico de productos o servicios: el ver-querer-comprar ya es un clásico.
Se piensa que el consumo desenfrenado lleva a una progresiva pérdida de identidad personal, ya que se consume de acuerdo a lo que las estrategias publicitarias plantean: nos hacen sentir diferentes, especiales y únicos cuando en realidad solo somos un grupo de personas que compran lo mismo.
Frente a esto, Luna comparte que el punto de la identidad personal y el consumismo está variando de acuerdo a las épocas. “Primero era consumir para satisfacer necesidades, como quien tiene una huerta y saca tomates para la ensalada del día. Después fue consumir para tener estatus, llenar vacíos, ser parte de la sociedad, ‘igualar’ las vidas propias con las de los otros, ahora se promueve la unicidad de la experiencia, se personaliza el consumo (aunque termine siendo muy similar siempre a la de los otros) y se apela al deseo individualista y diferenciado de cada persona. Queremos todo y lo queremos ya. No se trata sólo de objetos, pasa también con la información (estamos mirando cada 40 segundos el Twitter, el periódico, las notificaciones), las experiencias (queremos probar de todo, ahora que "somos jóvenes" o "antes de morir" o "mientras tenemos salud), los servicios (queremos trato especial, diferente, inmediato, personalizado), etc”.
Todo esto nos ha transformado en el Frankenstein del sistema económico. Sistema que ha generado no solo la diferencia social de acuerdo a cuánto es lo que tiene cada clase para gastar y por lo tanto para comprar sino que esto ha generado “una alta competencia entre las personas”, dice la socióloga Alicia Fernández.
“Nos hemos basado en el materialismo y el consumismo como estilo de vida y esto lleva indudablemente a generar abismos entre los que pueden comprar algo y los que no, considerando también si eso que se compra es necesario o solo de adquiere para aparentar ser más y mejor que otro”, agrega.
Y como plantea la socióloga, “como sociedad es bueno lograr diferenciar la calidad de vida que queremos llevar de la cantidad de cosas que queremos poseer”.
El caso de los jóvenes
"Las generaciones de hoy consumen mucho más que la anterior, con el tiempo las conductas consumistas de las sociedades han aumentado progresivamente", comenta la socióloga Alicia Fernández.
La especialista agrega que "seguimos patrones al consumir: podemos hacerlo para subsistir en la sociedad en la cual vivimos, podemos hacerlo de manera planificada o podemos también, caer presos a las estrategias del marketing".
Pero, como sabemos, todo es fugaz en la sociedad actual: cuando se logra satisfacer una necesidad aparece una nueva que tenemos que alcanzar. Un círculo que afecta a todos por igual, más aún a los más jóvenes.