Los quechuas no sólo son el pueblo originario más numeroso del continente,sino también el más célebre. Así han sido las cosas desde tiempos inmemoriales. Esto por mucho que les pese a otras comunidades emblemáticas como los aztecas o los mayas, cuyos miembros ya estarían mandando sus cartas de protesta a la sección “Quéjese y a ver qué pasa, calabaza”, si no fuera porque pelean por no extinguirse hace una camionada de siglos.
Buena parte del rutilante laurel fue bendición del mismísimo imperio incaico, al que los quechuas sirvieron de embrión genético, regando Sudamérica de su abolengo. Eso hasta que llegaron los españoles, que de la mano de asesinatos, pestes y CDs de Enrique Iglesias, hicieron que la población autóctona mermara notablemente. También colaboró en el declive la mezcla de razas. Al respecto, y trayendo a cuento un conocido chiste, el niño mestizo interpela la madre: “Mamá, mamá, no entiendo nada: ¿por qué vos sos morena y de facciones indígenas, papá es blanco y de rostro europeo, y yo soy colorado y de ojos verdes?”, a lo que su progenitora le responde: “Ay hijo, si supieras el festín multicultural que hubo esa noche…agradece que tenés pelo y no lana de alpaca”.
Con todo, los quechuas han sabido perpetrar su estirpe, y actualmente se calcula que son entre 4 y 11 millones (según las fuentes, muy alérgicas a llegar a acuerdos ellas). Los mismos se reparten en los territorios ayer ocupados por los incas: Perú, Bolivia y Ecuador fundamentalmente, y algunos sectores del sur de Colombia y norte de Argentina y Chile. Todos suelos sagrados según la cosmovisión quechua. “¿Cosmovi qué?”, pregunta un empresario minero, mientras desenrolla los fardos de dinamita en la plenitud de los Andes.
En relación a su filosofía y costumbres, hay que decir que los quechuas tradicionales conservan un fuerte sentido de la solidaridad y de la unión colectiva. Por ejemplo en el trabajo comunitario, denominado “minga” (“Minga que te vas a jugar al pool: Agarra esa pala ya”, espeta el padre al zángano del hijo). Fruto del esfuerzo mancomunado son los cultivos de papa, yuca, maíz, quínoa y otros vegetales, la base de su alimentación y de su economía. Algo similar ocurre con los coloridos y bellísimos productos textiles que elaboran artesanalmente. La diferencia es que a estos no se los comen sino que lo usan para vestirse.
Ligado al tema de la zafra es el Inti Raimi, festividad con la que los indígenas homenajean al Sol y agradecen la buena cosecha. Entonces, tiempo de música, bailes y mucha chicha, como para que hasta la Pachamama quede hablándole así al incandescente astro: “Hermanito… ¡Hip! ¿Vos sabés lo que yo te quiero a vos no?”.
Su influencia en el lunfardo argentino
“Choclo”, “carancho”, “mate”, “quincho”, “tacho”, “paspado”, “chaucha”, “humita”… todas palabras de origen quechua que forman parte del lunfardo argentino, y con la que podríamos armar frases como la que sigue: “Hey cabeza de choclo, no te hagás el carancho: largá el mate y andá a limpiar el quincho antes que te deje el tacho paspado como chaucha”. En este caso sobraría “humita”, que tranquilamente se puede guardar para la noche.
El particular viene a demostrar la influencia que esta lengua milenaria ha tenido en todo el continente, a pesar de las dificultades sufridas en cinco siglos de afrentas y Copas Libertadores. En ese sentido, vale mencionar lo que ocurre en Perú (por lejos el país con más quechua hablantes: alrededor de 3,5 millones de personas). Allí, muchos niños se niegan a aprender el idioma por la discriminación que sufren de parte sus compañeros. Otra vez el parásito de Jaimito metiendo la cuchara.