Luna de miel arriba de una Harley

Un matrimonio celebró así su casamiento, pero realizaron más viajes que les permitieron abrir su cabeza para enfrentar otras situaciones.

Luna de miel arriba de una Harley
Luna de miel arriba de una Harley

Cuando era niño, guardaba fotografías de mis padres en una caja de zapatos vieja y rota. A menudo contemplaba las imágenes donde posaban con la Harley Davidson Knucklehead 1947 de mi papá e intentaba imaginar cómo eran sus vidas antes de que yo naciera. Me preguntaba cómo había sido para un hombre blanco de los Apalaches y una mujer salvadoreña andar en motocicleta por todo el país en los años de la posguerra. ¿Cómo había perdurado su amor en una época en la que muchos estadounidenses eran hostiles al matrimonio interracial?

Mi padre, Ralph, se unió a la Marina en 1942. Ese mismo año, mi madre, Amanda, y su familia emigraron a San Francisco desde El Salvador. Mi madre, que tenía 16 años en ese momento, comenzó a trabajar en una fábrica, donde cosía los agujeros de bala en los chalecos salvavidas de la Marina, y lavaba la sangre de la tela antes de que fueran enviados de vuelta a las embarcaciones en el Pacífico sur.

Después de la guerra, mi papá se mudó a San Francisco. Planeaba ahorrar para comprar una Harley y recorrer todo el país en ella. Mis padres se conocieron en una cafetería en el Mission District de la ciudad. Mi papá fingía que leía The San Francisco Chronicle mientras le echaba un ojo a mi mamá desde su mesa. "¡Ay, sus ojos tan verdes!", me contaba mi mamá cuando era niño. Él tenía ojos verdes, el color de la fecundidad en El Salvador.

Finalmente, reunió el valor para acercarse a ella y preguntarle si podía acompañarla. Él no entendía ni una palabra de español. Después de seis meses, se casaron.

Mi papá a la larga ahorró suficiente dinero para comprar la Harley. En su luna de miel, viajaron a Tennessee para conocer a la familia de él. Fue el primero de siete viajes que hicieron por Estados Unidos en esa motocicleta. Regresaban al Mission District de San Francisco para visitar a mi abuela cuando mamá extrañaba su hogar. Sin embargo, después de dos semanas, se subían a la motocicleta de nuevo para regresar a Tennessee. En algunas ocasiones, simplemente seguían su pasión por viajar: se montaban en la motocicleta y emprendían el camino. Cuando yo tenía 16 años, las fotografías y sus historias eran difíciles de procesar. Es doloroso para un adolescente saber que sus padres eran mucho más interesantes de lo que él jamás podría ser.

Tal vez estaban demasiado cegados por su amor para preocuparse por cuestiones raciales, pero en Tennessee, recibieron una gran dosis. Mis abuelos blancos nunca habían escuchado de El Salvador. No tenían ni la más remota idea de quién, o qué, era mi madre. No era negra, pero estaban seguros de que no era blanca. Le dijeron a mi papá que había manchado su apellido y les preocupaba que los nietos nacieran con piel morena.

Nos fuimos de San Francisco de manera definitiva cuando yo tenía 4 años. Pasé la mayor parte de mi infancia en los montes Apalaches, donde, en la década de los sesenta, mi madre y yo éramos los únicos latinos en el pueblo de Rogersville, Tennessee. En ese entonces, yo era una rareza, una mezcla entre un residente local blanco y un extranjero moreno. En el léxico local, un mestizo. Un mulato.

Algunas personas creen que los latinos en nuestra frontera sur son una amenaza para el estilo de vida estadounidense. Sin embargo, los miles de migrantes provenientes de México y Centroamérica que trabajan en nuestros cultivos y matan a nuestras gallinas son parte del tejido social de este país. En el proceso, se enamoran, tal como mis padres lo hicieron. Yo soy parte de ese mestizaje, de la mezcla multicultural de Estados Unidos.

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