Tras recorrer Egipto de norte a sur, tocaba pasar a Jordania, pequeño país de Asia. Este Reino de Medio Oriente gobernado por Su Majestad Abdullah II bin al Hussein es el más occidentalizado de los países árabes.
Partimos en bus desde El Cairo. Tuvimos que bordear la península del Sinaí. La zona está muy vigilada por atentados recientes contra turistas. En cada ciudad sube un agente vestido de civil con un revólver en la cintura a chequear los pasaportes.
A las cuatro de la mañana nos hicieron bajar repentinamente para un control de equipaje. Un perro fue olfateando la larga hilera de valijas y mochilas dispuestas al lado del micro. Yo bajé descalzo y adormilado. Valeria, mi compañera de viaje, siguió durmiendo y ni se enteró.
Llegamos a la terminal de Taba, la última ciudad de Egipto. Desde allí caminamos dos kilómetros hasta el límite israelí. Se paga una tasa de salida, te sellan el pasaporte y pisamos tierra de nadie durante unos cientos de metros.
Las montañas que bordean Israel están valladas con altas rejas y controladas por cámaras de vigilancia. Al llegar al cruce fronterizo hebreo comienza la paranoia. Hay que introducir el pasaporte por una pequeña abertura.
Dos hombres armados detrás de un cristal blindado te miran de arriba a abajo y controlan los documentos. Si todo les parece en orden suena un timbre y se abre un grueso portón de hierro. Nos hicieron atravesar un arco detector de metales.
Ya en las cabinas de inmigración Valeria pasó primero. Le pusieron un agente que hablaba castellano quien la sometió a un extenso cuestionario con preguntas tales como:
-¿Qué opina usted de los conflictos de Medio Oriente?
Quería saber qué países había visitado antes de llegar a Israel, a qué se dedicaba y hasta le pidió los pasajes aéreos de su vuelo de regreso a la Argentina. A su vez yo estaba siendo interrogado en inglés en el escritorio de al lado por una mujer. Todo iba bien hasta que me preguntó:
-¿Conoce usted a alguien en Israel?
Saqué una carpeta con mis anotaciones y le dije que había tenido contacto por internet con el Fray Carlos Molina quien dirige la Casa Nova de la Orden Franciscana en Jerusalén. Me pidió, o casi me manoteó, la carpeta y empezó a revisarla hoja por hoja preguntándome por los nombres de la agenda telefónica que tenía allí anotados.
Supongo que para ella debían ser potenciales terroristas. Le parecieron sospechosos mis apuntes sobre ciudades como Jerusalén, Tel Aviv o Belén. Me preguntó porqué no había arrancado esas hojas si no iba a usarlas.
Con cara de pocos amigos me mandó a sentar en un banco como un escolar en penitencia. En dos minutos se abrió una puerta y apareció otra mujer que me hizo pasar a un despacho sin ventanas.
Siguió interrogándome y me mandó a buscar la dichosa carpeta. La hojeó y volvió a preguntar lo mismo. Con la paciencia colmada le sugerí que googleara mi nombre. Observó mis fotos de otros viajes, vio mis libros publicados y esto pareció tranquilizarla.
Finalmente me devolvió el pasaporte con el sello de ingreso impreso en un papel aparte. Lo hacen para que no quede marca porque si uno viaja a ciertos países árabes (Líbano, Palestina, Siria) y ven sello israelí no te permiten el ingreso.
Libres al fin, tomamos un taxi para atravesar la ciudad de Eilat, balneario junto al Mar Rojo, rumbo al siguiente puesto fronterizo con Jordania. Pagamos 31 dólares de una visa (solo por haber estado una hora y media en su país) y continuamos a pie unos 200 metros hasta el límite jordano. Realizamos los trámites de rutina y el abono de una visa. Al ser zona franca portuaria te reintegran el valor al regresar si has estado más de 48 horas en el país. Como era viernes, día de descanso de los musulmanes, los taxis cobraban un plus el viaje hasta el centro de Aqaba.
Al día siguiente salimos en una combi de madrugada hacia Wadi Musa (el Valle de Moisés) donde teníamos cita con una de las Nuevas Siete Maravillas del Mundo: la ciudad de Petra. Alquilamos un par de bicis y pedaleamos colina abajo. La crearon los Nabateos quienes excavaron y tallaron sus hogares, templos y tumbas en el corazón de las montañas.
Vivieron allí hasta hace 2000 años cuando su cultura decayó y abandonaron el lugar. La magnífica obra quedó escondida durante milenios hasta que el explorador suizo J.L. Burckhardt la re-descubrió en 1812 dándola a conocer al mundo. Se paga una entrada exorbitante de ¡70 dólares! Es la más cara de las Siete Maravillas.
Se puede llegar a pie, en camello o en carreta. Pusimos a trabajar las piernas. Se atraviesa un cañón llamado Siq. Es el mismo donde se filmaron escenas de la película “Indiana Jones y la última cruzada”.
Al final de un camino rodeado de sinuosas formas rocosas aparece una abertura por la que se observa por primera vez la ciudad nabatea. La impactante fachada color rosa se llama El Tesoro. Es la icónica imagen de Petra.
Hacerse una foto allí es complicado por lo estrecho del lugar y por la aglomeración de beduinos ofreciendo sus camellos o burros y los demás viajeros pugnando por la misma toma.
Comenzamos el extenso recorrido.
En este lugar la gente vivía metida en esas construcciones en las entrañas de las colinas, valles y desfiladeros. Salimos a la calle de las fachadas, las tumbas reales, la iglesia bizantina y llegamos al anfiteatro que llegó a tener capacidad para 7000 espectadores hasta que un terremoto en el año 363 lo destruyó parcialmente.
Despertó nuestra curiosidad un árbol solitario en medio de la sequedad del lugar. Era un pistacho de 450 años bajo cuya sombra un beduino vendía souvenirs.
El Monasterio es la otra construcción simbólica de Petra. Se ubica en lo alto de las montañas. Llegar allá arriba implica un gran esfuerzo en la forma de 850 escalones rudimentarios (parecen más) tallados entre cañadones y precipicios.
El sol del verano jordano pegaba fuerte. Contamos hasta tres y subimos el primer escalón. Luego de 50 minutos llegamos a destino.
A la derecha se yergue el consabido Monasterio al cual no se puede ingresar. Hicimos fotos en la fachada y nos premiamos con un jugo de naranja recién exprimido. Nos dispusimos a observar lo detalles de la obra y tuvimos que soportar a dos mujeres chinas que vociferaban entre sí rompiendo la armonía del lugar.
Descendimos lentamente hasta la salida para volver en bici al hotel. Desde la terraza de la habitación apreciamos el atardecer tomando un té y preparándonos para madrugar al otro día rumbo al Mar Muerto.
A las seis de la mañana nos pasó a buscar un coche para llevarnos al Bahr el-Miyet (en árabe) o al Yam Yam Melah (en hebreo). Son los nombres que recibe este espejo de agua donde ocurrieron varios sucesos mencionados en la Biblia. Desde las montañas de Wadi Musa iniciamos un abrupto descenso.
Parecía que nuca terminábamos de bajar y entonces fui consciente de que íbamos camino al lugar más bajo del Planeta Tierra. La evaporación natural y la mano de hombre que extrae potasa y otros minerales han provocado la retracción de la superficie original que era de 395 metros bajo el nivel del mar. La cifra actual es de 410 metros y bajando.
Su principal afluente es el sagrado río Jordán donde fue bautizado Jesucristo. En los aledaños del Mar Muerto se encontraban las ciudades de Sodoma y Gomorra. Un cartel indica el lugar donde la Mujer de Lot quedó convertida en estatua de sal tras girar su cabeza y observar la ira de Dios que descendió sobre estas ciudades libertinas, según el Génesis.
Yo estaba muy interesado en desvelar si era cierto lo que había escuchado toda mi vida acerca de que se puede flotar sin ningún esfuerzo en estas aguas. Para comprobarlo fuimos al balneario de la playa de Amman.
Es indispensable contar con instalaciones que tengan duchas de agua corriente para quitarse la sal y los minerales tras la inmersión. La concentración salina en el Mar Muerto es mayor a la de todos los océanos del mundo juntos.
El agua era cristalina, tibia y había enormes formaciones de sal que semejaban bancos de coral. Allí no hay vida de ninguna especie. Recomiendan encarecidamente no sumergir la cabeza ya que el contacto con los ojos y lastimaduras de la piel es peligroso. Valeria se dejó caer de espaldas y ¡Flotó liviana como madera balsa! Fui tras ella.
La sensación es indescriptible.
Es como arrojar un corcho. Una fuerza invisible te saca a la superficie y te mantiene a flote, aún colocándote de costado o boca abajo (siempre con la cabeza afuera). No hay forma de hundirse. Tomé un libro y me hice una foto leyendo plácidamente con la costa israelí al otro lado y muy vigilada.
Nos untamos el cuerpo con lodo que posee alto poder curativo. Lo dejamos actuar y volvimos a darnos un chapuzón. Los egipcios venían a estas aguas buscando el fango y la potasa que utilizaban para los embalsamamientos.
A Valeria le resbaló una gotita de agua desde su pelo. Le entró en el ojo y le ardió muchísimo hasta que se pudo lavar en la ducha. El sabor del agua más que salada es prácticamente ácida. Jordania es tan pequeño que en la tarde del mismo día volvimos a Aqaba y nos sumergimos en el cristalino Mar Rojo, la meca mundial de los buceadores.
Al otro día volvimos a cruzar la triple frontera rogando que el trámite fuera menos engorroso. Cuando estábamos en el control israelí una mujer detrás del vidrio escaneó mi pasaporte, tecleó algo en la computadora y levantó la vista para preguntarme:
-¿Conoce usted a alguien en Israel? Volver a empezar…
Datos útiles
www.visitpetra.jo (información general)
www.aqaba.jo (información sobre buceo)
www.wadirumnaturetours.com (información para excursiones por el desierto de Wadi Rum)
La Visa cuesta 60 dólares y se tramita en el Aeropuerto de Amán. Los pasos fronterizos terrestres más comunes desde Israel son el Puente Rey Hussein al norte y Wadi Araba/Aqaba al sur.
Recomendamos el paso sur ya que se tramita en la misma frontera y además reintegran el dinero por estancias mayores a 48 horas. Hay que conservar un formulario que entregan para presentarlo al irse del país.
Valor de la entrada a Petra: 70 dólares
Las playas para bañarse en el Mar Muerto pertenecen a los hoteles y hay que estar alojado en alguno de ellos. Para ir por el día lo mejor es la playa pública de Ammán que cobra 15 dólares
Agua Mineral medio litro: 40 centavos de dólar
Coca-Cola 33 cl: 60 centavos de dólar
Cerveza: 5/7 dólares
Menú de comida rápida: 6 dólares
Pizza grande. 6 dólares
Hostel: 9/10 dólares
Hotel 3 estrellas: 50/70 dólares