Este primer aniversario del ascenso de Independiente Rivadavia a la máxima categoría no solo revive el logro deportivo, sino una declaración de identidad. El equipo supo llegar a la cima como la cordillera que custodia Mendoza: con paciencia, persistencia y esa grandeza que se ve desde cualquier punto de la provincia.
Para el fútbol argentino, los ascensos son la prueba definitiva del amor al juego, un motor que impulsa a clubes a codearse con los grandes de Buenos Aires, de Rosario, de La Plata... Pero para la Lepra mendocina, subir era más que eso. El objetivo se convirtió en una decisión: la de poner esa camiseta azul en el mapa futbolero de la Primera División.
Aquel ascenso sacó a relucir el fútbol que más identificó a los hinchas: el del esfuerzo colectivo, que fue tallando una epopeya monumental. Por eso, el eco de aquel logro hoy sigue retumbando en el coqueto Bautista Gargantini, que, custodiado por la Cordillera de los Andes, es prueba fiel de la gran leyenda leprosa.