Del Monumental, a Lusail, pasando por el mítico estadio Azteca, las consagraciones argentinas siempre tuvieron una referencia obligada, ajustada bajo la mítica camiseta N° 10. Desde el talento natural con que fueron ungidos en los potreros de Bell Ville, Villa Fiorito y Rosario, respectivamente, los tres protagonistas de esta historia coronaron de gloria la bandera argentina y, nunca jamás una casualidad, finalizaron como máximos anotadores de sus equipos. Porque el liderazgo siempre debe ser subrayado con acciones.
El Matador, envuelto en bandera
Argentina organizó por primera, y única, vez un Mundial en su historia en 1978. Los tiempos del país lucían bastante convulsionados y fue a todas luces un acontecimiento político para la dictadura, que le dio una extrema popularidad y que puso al gobierno militar en las primeras planas internacionales, donde debía enfrentar lo que los funcionarios del régimen llamaban una “campaña antiArgentina” por la violación a los derechos humanos.
A 44 años de aquella cita mundialista, los recuerdos se agolpan en blanco y negro para la inmensa mayoría de los argentinos y en color para un selecto grupo que eligió ver los partidos en las pantallas de los cines (lugar elegido para la transmisión de los encuentros). Fue un punto de inflexión en la historia de los medios de comunicación en el país. Sin embargo, hubo que esperar hasta mayo de 1980 para que todos los televisores del país recibieran la señal a color.
El recorrido del equipo conducido por César Luis Menotti tuvo dos victorias consecutivas (2-1 ante Hungría e idéntico resultado vs. Francia) en el comienzo y un traspié ante la siempre candidata Italia (0-1). En este periplo, Mario Alberto Kempes no consiguió anotar goles. Sin embargo, el Matador demostró su calidad y su instinto goleador desde la segunda fase del torneo, en la que marcó los dos goles en la victoria 2-0 ante Polonia y otros dos en la goleada 6-0 ante Perú, para dar el salto a la gran final, ante una Holanda que asumía el título de “fútbol total”. Esos goles fueron un aviso de lo que vendría.
El nacido en Bell Ville, Córdoba, quien estuvo a punto de perderse el Mundial por una lesión en una rodilla, mostró su enorme talento y personalidad para comandar un triunfo que gestó la primera gran hazaña futbolera del seleccionado nacional.
Kempes apareció en todo su esplendor para abrir el marcador, aunque a poco del final, Dick Nanninga igualó y todo se trasladó al suplementario. Allí, otra vez el Matador con su coraje a cuestas para el segundo gol argentino y el cierre con Daniel Bertoni como protagonista. Punto final para el primer título mundialista argentino, con un recorrido que tuvo estos números: 5 victorias, un empate y una derrota. Además, anotó 15 goles y recibió 4 (sumó 3 vallas invictas).
Con la 10, casi sin saberlo, Mario Alberto Kempes, o el Matador, anotó 6 goles y finalizó como máximo anotador de la competencia, iniciando una tradición que llegaría a nuestros días: la pelota siempre al “10″.
Con el Diego, tocamos el cielo
Y aunque el fracaso de 1982 fue tan sorpresivo como doloroso, cuatro años después volveríamos a la cúspide del fútbol mundial.
Diego Armando Maradona, el de Fiorito, el que Javier Piccolo retrató maravillosamente: “Dicen que en el Mundial de 1986 nunca tocó el suelo con sus pies. Así se ha escuchado de la boca de sus compañeros y de las bocas que estuvieron en los estadios. A través del televisor, lamentablemente, no se vio. Pero es cierto”. El hombre que, con la 10 en la espalda, encaminó la consagración definitiva con la celeste y blanco como un manto sagrado.
Ese Diego poseía una condición de dios pagano que lo hizo inmortal a los ojos de sus fanáticos. Y aquel 1986, tras siete capítulos inolvidables, lo abrazó con el pueblo argentino para siempre.
El equipo de Carlos Bilardo tuvo un recorrido perfecto, invicto por suelo mexicano. Tras ganarles a Corea del Sur y Bulgaria, llegó el empate ante la difícil Italia (primer gol de Maradona) y la clasificación a la siguiente fase, donde Uruguay fue un duro escollo, Inglaterra sufrió las dos obras maestras del “10″ (el primero con la mano y luego el más lindo de la historia de los Mundiales) y Bélgica fue barrida sin piedad (con otras dos perlas del “10″). Argentina llegaba a la final ante Alemania, con un Diego en estupenda forma y cinco goles que lo convirtieron a la postre en el goleador del equipo nacional. Y lo que pasó en ese último partido es historia conocida. Argentina se repuso a un inesperado empate 2-2 y coronó con una magistral definición de Burruchaga (previo pase de Diego) la segunda estrella nacional.
Fueron seis victorias y un empate, con un total de 14 goles a favor y apenas 5 en contra, sumando 3 vallas invictas.
Aquella vez, Diego y la Copa del Mundo fueron una postal que elevaron al “10″ al altar mayor de deidades paganas de este bendito país.
Messi, el dueño de emoción
Que para volver a celebrar un título mundial tuvieron que pasar 36 años, quizás haya tenido mucho que ver con el desahogo que vivió el país tras la consagración. La espera fue larga y los intentos, múltiples. Nos dimos de cabeza contra la pared, quedamos a metros de la orilla en ocasiones y maldiciendo la mala fortuna.
Otra vez el “10″ como valor fundamental para un seleccionado que venía de quebrar la mala racha en finales. Otra vez con Lionel Messi como estandarte para intentar lo que antes no pudo. Y quizás como en ninguna de las dos anteriores consagraciones, pese a que el equipo deslumbró con su fútbol, su camino no fue un lecho de rosas. La caída con Arabia Saudita cortó algo más que una racha sin triunfos; fue un cachetazo que agitó fantasmas, esos que creíamos que ya no iban a volver.
Sin embargo, de la mano de un Messi magnánimo, supimos jugar los siete partidos, con un saldo de 4 victorias, 2 empates y una derrota, con 15 goles a favor y 8 en contra, alcanzando 3 vallas invictas. ¿Su goleador? Quien otro que el “10″, con 7 gritos (incluidos dos en la final).