El campeón del mundo siempre cumple. No para de ganar, gustar y ¿golear? Sí, porque el 1-0 ante Paraguay fue tan exiguo como amarrete y mentiroso. ¡Qué hermoso es el fútbol cuando se juega como lo hace la Selección Argentina! Cuando el juego fluye desde el fondo y el equipo se ordena a partir de la posesión útil.
Argentina fue un equipo con la voracidad e intensidad necesarias para aplastar a su adversario en las dos facetas que exige este juego. En la defensiva, para presionar y recuperar rápido la pelota cuando la tenía el rival y, en la ofensiva, para atacar con un estilo directo que puso cuatro o cinco veces a sus delanteros de cara al arco defendido por Coronel.
Ante un equipo que ofrecía espacios a espaldas de sus volantes, la Selección primero encontró la apertura del marcador en una pelota parada y después mostró el modelo de juego que ya es su sello.
Argentina hizo el 1-0 con una jugada preparada de pelota parada y después justificó esa ventaja buscando el segundo gol con una producción colectiva realmente para el aplauso.
Sin Messi y Di María, los bastiones históricos de un equipo que se sostiene en un altísimo nivel, Argentina dio una exhibición de fútbol en el primer tiempo. Lo mejor que mostró el equipo de Scaloni anoche fue, primero, el compromiso de todos para saltar a la presión colectiva. A partir del cumplimiento de ese primer objetivo de no dejar progresar a Paraguay en las transiciones ofensivas vía Miguel Almirón.
La Scaloneta trasladó al césped híbrido del Monumental los altísimos niveles individuales que cada uno de estos jugadores exhibe en sus respectivos clubes todos los fines de semana. Entonces, todos juntos, jugando con la cohesión grupal y el sentido táctico de los grandes equipos, hace de esta selección un conjunto temible que parece no tener techo.
Si Argentina no se fue al entretiempo goleando 3-0 (por lo menos) fue por obra y gracia de la impericia a la hora de la definición frente al arco defendido por Carlos Coronel. Porque entre Julián, Lautaro y, principalmente, Nico González, la Albiceleste fabricó no menos de cinco situaciones nítidas para ampliar el marcador después del gol madrugador de “Ota”.
Todo lo que propuso e idearon Scaloni y su cuerpo técnico como plan de partido funcionó en ese primer tiempo. El tándem MacAllister-Enzo Fernández, con el del Liverpool gestionando perfectamente desde el eje, se complementó a la perfección, De Paul se cerró para generar superioridad sobre el doble cinco guaraní (Campuzano-Sánchez) y tuvo alas para soltarse en ataque. Por las bandas, Molina y Nico González llegaron siempre como extremos y Julián y Lautaro alternaron en el pivoteo para ser indetectables (especialmente el primero) para los centrales paraguayos. El fondo, salvo esa distracción que generó la diagonal de Sosa que desvió el “Dibu” en el inicio del complemento, no tuvo fisuras.
El ingreso de Messi (por un Julián Álvarez que no estaba para salir) en el amanecer del segundo acto hizo que la Selección bajara un poco los decibles. Argentina bajó el ritmo y se notó en la falta de movilidad que hubo en algunos tramos. Inteligente, el equipo se defendió con la pelota y después de que Messi no pudo hacer el gol olímpico que viene buscando, el equipo la movió de lado a lado para atraer la presión de un Paraguay que no se salió del libreto de seguir esperando el error no forzado.
El ingreso de Paredes por Enzo no modificó nada. Argentina la siguió moviendo de lado a lado con precisión, y generó un par de ataques más con el sello de un equipo al que sólo le faltó contundencia en Lautaro y Nico González como para liquidar la historia. El caño derecho le negó el 2-0 a Messi en el descuento. Fue un 1-0 mentiroso porque la Selección goleó a Paraguay.