No habrá otro igual en la historia de Boca Juniors. Artista. Poeta. Mágico. El número 10 Xeneize. El que hizo de su botín derecho el pincel más creativo de todos e inventó una historia fantástica. Irrepetible.
El hombre que cambió el paladar del hincha de Boca. En el medio del barro, la tierra, la sangre, el sudor, el coraje, las lágrimas, había lugar para tratar el balón de otra manera. Acariciarlo, besarlo, mimarlo. Cuidarlo. Defenderlo.
Desde que debutó allá por 1996 hasta mediados de 2014, Román se convirtió en la bandera de Boca en cada cancha del país y del mundo. Admirado por propios y extraños. Sólo a juzgar por la parte futbolística. Lo otro, hoy no tiene cabida. Ni siquiera su carrera dirigencial.
Nadie podrá negar que se convirtió en el máximo ídolo de la historia de Boca. Emblema. Y la admiración va más allá de los títulos conquistados. Llevó el fútbol de Boca a todos los rincones del mundo. Fuimos contemporáneos a un hombre que mostró que el fútbol es simple. O nos hizo creer que es sencillo.
Después de nueve años, Román, vuelve a pisar La Bombonera como jugador para despedirse de su gente. Esas personas que tendrán recuerdos imborrables durante su etapa de jugador. El gol más gritado, el título más festejado. El abrazo con tu viejo, tu abuelo, tu mamá, hermano, pareja, amigos o algún que otro bostero en la plaza, en la calle, en el café. Román nos unió a todos en el camino de la felicidad y nos hizo sentir todopoderosos. Imbatibles.
Llegó el último concierto. La última función. Todos los BOSTEROS nos merecíamos este acto de amor.