La locura estuvo contenida durante 108 meses y anoche floreció desde el corazón de todos los fanáticos. Es que Rivadavia siente el básquet de una manera muy especial; es su sangre, su vida, su oxígeno. Y el Naranja es una de las escuelas más importantes de la provincia en la disciplina. Una cuna inagotable de talentos. Por estas y otras razones, Rivadavia merece ser feliz.
Por eso la emoción en las tribunas del Chelo Centorbi, Camello Francese, Petaca Bitar, Sosa y Villaescusa. Todos exjugadores de la entidad, hoy dirigentes, que entienden a la perfección esta sensación de cortar las redes con la camiseta que llevan desde la cuna.
Adentro, saltan como locos Stefano Arancibia, Guido Francese, Khalil Adaro, Chiquito Trejo, Juan Cruz Sosa... Todos formados en el Polideportivo Leopoldo Brozovix, abrazados por familias y un sentimiento que se transmite de generación en generación, adoptando como hijos dilectos a Franco Sampaulise, Tobías Cravero y Alejo Andrés, además de ese talento nacido en Estados Unidos llamado Jonah Underwood.
Y en medio de tanta felicidad, todos los abrazos tienen un destinatario común: Fernando “el Hueso” Ronco. El entrenador que llegó para confirmar que siempre se vuelve al primer amor. El jugador con más títulos de la entidad esteña, ese que eligió calzarse el buzo de DT para incorporar una nueva estrella al firmamento naranja. Sin dudas fue una noche especial para él: es el primero en gritar campeón como jugador y también como entrenador de la primera división provincial.
Rivadavia es un justo campeón. Fue de menor a mayor en el torneo. Jugó la reclasificación, arrasó y llegó el turno de los playoffs. La primera estación fue San José, donde perdió el primero y supo reponerse en los dos siguientes. Incluso, en el tercero brindó una verdadera exhibición y superó con claridad al Santo en su cancha.
En semifinales, el rival fue otro abonado a estas instancias: Anzorena, el número uno de la fase clasificatoria. ¿El resultado? 2-0 a favor del Naranja y pasaje a la definición.
Y allí, como una especie de revancha, un año después volvió a toparse con el Apache, otra escuela de básquet única en Mendoza. Justo el mismo equipo que le arrebató el título Apertura con una reacción made in sangre y luto, tras perder el primer partido por 25 puntos. Ahora no se podía escapar. Y eso que en el segundo duelo de esta serie, Atenas ganó de guapo. Sin embargo, este Rivadavia es otra cosa. Anoche tuvo una reacción fenomenal para sacarse la espina y volver a escribir su nombre con tinta de oro.
Volvió un gigante; volvió el Naranja. Y la vuelta fue en caravana desde San Martín a Rivadavia para recorrer las calles del departamento. Tal como pasó en la década del ‘80 o un poco más acá, en el 2010. Porque, nadie se atreva a negarlo, Rivadavia es sinónimo de campeón. ¡Salud!