Un abrazo más grande que los estadios de Qatar (y en la vía pública)

Argentina volvió a dar muestras de que la demostración de amor a la camiseta albiceleste no entiende de fronteras ni de limitaciones culturales. El sentir criollo afloró en Lusail y fue un verdadero desahogo.

Un abrazo más grande que los estadios de Qatar (y en la vía pública)
Di María y Messi se abrazan para festejar un gol de Argentina ante México. (Prensa Fifa).

Las demostraciones de cariño en la vía pública están prohibidas en Qatar. Sin embargo, por 90 minutos nos olvidamos de todo eso. Fue un desahogo, un grito desaforado que nació espontáneo, genuino, desde las entrañas hasta el corazón. Leo Messi es capaz de levantar hasta un muerto. Estar a más de 14 mil kilómetros de casa cubriendo un Mundial de Fútbol implica que uno se emocione más de la cuenta. Y si el hecho de ver a cualquier hincha vistiendo la celeste y blanca por las calles de Souq Waqif, El Corniche, West Bay, Lusail o el metro que va a Al Wakra es un verdadero motivo de orgullo, ni hablar cuando empieza a sonar el himno y desde los cuatro costados del estadio se sienten nítidas sus estrofas.

Argentina no tenía margen de error. Por eso, los primeros veinte minutos del equipo (y de nosotros) transcurrieron con los nervios de punta. En los primeros veinte minutos Argentina tuvo una posesión (59%) inútil de la pelota, en la que ni siquiera logró pisar el área mexicana.

Las imprecisiones abundaron y México tenía bien estudiado el libro del catenaccio, con el juego áspero incluido para cortar cualquier intento de desequilibrio. Sobraron los pases laterales, faltó el juego hacia adelante, la movilidad y los desmarques. Argentina estaba atada, nosotros también. El nudo en la garganta, el cosquilleo en el estómago y la ansiedad a flor de piel. El estadio de Lusail era un verdadero polvorín. Todos raspaban, había olor a final.

En el primer tiempo no pasó nada, no anotamos prácticamente ninguna jugada clara de gol. Apenas dos aproximaciones: un centro de Montiel que se perdió lejos del palo derecho, y un par de cabezazos de Messi y Lautaro Martínez muy desviados, por arriba del travesaño. Con México bien parado, Argentina no podía progresar con el juego por dentro, y la de Chávez sobre De Paul hacía estragos. Los aztecas tuvieron dos: antes de los 10′, con un tiro libre desde la izquierda que no pudo conectar Herrera.

El “Dibu” Martínez se puso el traje de Superman y volando sobre su derecha atrapó un tiro libre de Vega que pedía ángulo. La preocupación era mayúscula si se tiene en cuenta que a México le servía el empate para seguir invicto y llegar a la última fecha con grandes chances de clasificar. A Argentina, en cambio, se le acortaba el tiempo y el margen de error se achicaba cada vez más.

A pesar que había jugadores que pedían el cambio a gritos, Scaloni mandó a la cancha a los mismos once para el segundo tiempo. Sin embargo, tardó doce minutos en darse cuenta de que al mediocampo argentino le hacía falta otra dinámica a partir de la circulación de la pelota. En consecuencia, decidió mandar al campo de juego a Enzo Fernández (por Guido Rodríguez). Y a partir de allí hubo un punto de inflexión que cambió el partido. Un click determinante que volcó el trámite a favor de la albiceleste,

Con la jerarquía y personalidad que lo caracterizan al ex volante de River, la Selección cambió el ritmo. No sólo porque tuvo una marcha más, sino porque sus pases fueron en campo contrario y se empezó a jugar a su velocidad. México intentaba salir jugando al pelotazo largo para “Chuky” Lozano, pero Lisandro Martínez y Nicolás Otamendi controlaron perfecto la situación.

Mac Allister redondeó un buen primer tiempo, sin embargo su capacidad para tomar buenas decisiones no tuvo eco en el resto. Al rato nomás se vinieron para la cancha Julián Álvarez y Nahuel Molina. Y en la primera de cambio, tras un segundo fatal de distracción de la marca asignada, Messi recibió en la medialuna y sacó un zurdazo bajo, cruzado, pegado al poste izquierdo. El grito desaforado surgió como primera reacción. Acto seguido, el alarido devino en abrazos entre los colegas de la silla de al lado, la otra y la otra de un poco más allá. El único capaz de abrir el partido era él, el mejor jugador del mundo, el que nos trae la esperanza de que todo es posible aún cuando parece imposible: Lionel Andrés Messi.

Después del 1-0 hubo un tiempo para retroceder un poco en el campo y pararse de contragolpe. México siguió tibio, noble, timorato. Se quedó sin respuestas, a pesar de que lo intentó. El broche de oro lo puso Enzo Fernández, dueño de una pegada prodigiosa a la que le sacó brillo en el 2-0. ¡Qué golazo, pibe! Porque, a pesar de que juega como un grande hacer rato, tiene tan solo 21 años.

La historia dirá que la noche del 26 de noviembre de 2022, Argentina conquistó su primer triunfo en el Mundial de Qatar, que volaron lapiceras, cubos, micrófonos, auriculares y todo lo que estuviese a mano. El desahogo y los abrazos fueron tan grandes como el estadio donde la Selección jugó sus primeros dos partidos (Lusail). Ahora será tiempo de mudarse al estadio 974, el de los contenedores. ¿Serán capaces de contener otra vez tantos nervios y demostraciones de amor a una camiseta?

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