Así cómo Sol Ordaz, la remera que ganó la medalla de oro en singles, el marplatense Mauro Zelayeta (compañero del mendocino Amieva en el beach vóley) son hijos de atletas que estuvieron muy cerca de estar en un Juego Olímpico pero se quedaron en la puerta. Mientras que Juan Esteban de La Fuente siguió los pasos de su padre en el básquetbol y el boxeador Brian Arregui tiene apenas 18 años y una familia con dos hijos.
En el caso de Zelayeta, su mamá Ana María Comaschi había ganado su clasificación para los Juegos de Barcelona 1992 por una vacante que dejó una baja de último momento en el equipo de equitación. Entonces, el Comité Olímpico Argentino (COA) decidió cederle ese cupo al atletismo y a la campeona de héptatlon, cuyo récord nacional de 5.795 puntos se mantuvo hasta el año pasado.
Sin embargo, el 23 de julio de 1992, cuando Comaschi llegó a la Villa Olímpica catalana, su nombre no figuraba en la lista. El que estaba, por el contrario, era el de Griselda González, que había obtenido el récord argentino de 10.000 metros en Sevilla.
Ahí empezó su calvario. El jefe de misión de Argentina, el general Ernesto Alais --el mismo que nunca llegó con los tanques a Campo de Mayo para reprimir el alzamiento carapintada de Semana Santa en 1987--, no le dio soluciones. Tampoco pudo hacer demasiado el secretario de Deportes, Fernando Galmarini, quien organizó una reunión entre Alais y el presidente de la IAAF, Primo Nebiolo.
Aunque en el equipo de atletismo todos sabían que era Comaschi y no González la que iba a participar de esos Juegos Olímpicos ("El 19 de julio me llamó el presidente de la Confederación Argentina, Hugo La Nasa. Me indicó que se optó por Comaschi frente a la factibilidad de una mejor figuración”, declaró a El Gráfico Simón Silvestrini, jefe del equipo), el error burocrático del COA de no poner su nombre entre los deportistas acreditados la convertía en una "intrusa".
Como última carta, Nebiolo pidió que le mostraran el fax con la inscripción, pero Alais jamás pudo mostrarlo y Comaschi se quedó sin torneo.
Tal vez pensando que el error se podía subsanar hasta el comienzo de la competencia (el atletismo arranca en la segunda mitad de los Juegos Olímpicos), Comaschi se ocultó en una habitación del edificio de la delegación argentina en la Villa Olímpica. Incluso, llegó a esconderse debajo de una cama cuando pensó que iban a requisar el lugar.
El destrato del COA volvió a sentirlo en Barcelona, cuando solicitó un ticket para -al menos- estar en la ceremonia de apertura como espectadora. "No hay más entradas", le contestaron.
Al volver a Buenos Aires, la atleta comenzó una demanda contra el COA, presidido entonces por el coronel retirado Antonio Rodríguez, quien estuvo al frente del organismo por 28 años. Pidió una indemnización por "pérdida de chance deportiva y daño moral".
El juicio lo ganó ocho años más tarde, cuando ella tenía 33 años y Mauro, recién 20 días de vida. "Me siento feliz; estuve luchando sola desde el primer momento y se hizo justicia", dijo entonces. Fue resarcida con 90 mil pesos. Desde aquel día pasaron 18 años. Mauro ya es un hombre y junto a Bautista Amieva, su pareja de beach volley, busca una medalla en los Juegos Olímpicos de la Juventud. Comaschi siente al mendocino también como a un hijo, ya que desde enero los chicos viven juntos en su casa para llegar con mayor preparación a Buenos Aires 2018.
En el caso de Ordás, su mamá Dolores, que ya había participado en Atlanta 96 con solo 16 años, se quedaría sin ir a Sidney por tenerla en la panza. Y ella nació durante la actuación de su padre, Damián, en esos Juegos. “Ha cumplido el sueño que yo no pude por tenerla a ella”, cuenta Dolores.
En abril de 2008, Damián repartía sus jornadas como remisero y entrenador de remo en el club Canottieri Italiani. Iba en bicicleta controlando la preparación física de sus alumnos cuando se sintió mal. Tuvo un accidente cerebrovascular que le demandó mucho tiempo de recuperación. Sol tenía 7 años y a pesar de los genes deportivos, el remo todavía no figuraba en sus planes.
ntre dolorosas historias familiares y personales, incluido el distanciamiento posterior con su padre tras formar otra familia (Damián vio la consagración de su hija por TV), Sol pasó por muchos estados de ánimo, emociones y desafíos. Hasta que la vida la pintó de dorado.
Otro hijo de un ex olímpico es Juan Esteban de La Fuente, su papá fue un gran basquetbolista y estuvo, sin gran éxito, en los Juegos Olímpicos de Barcelona ’92 y Atlanta ’96. Ayer vio desde la tribuna en Puerto Madero como su hijo se consagraba. “El hizo una gran carrera. Me banca desde el primer día y el básquet me corre por las venas”, dijo el campeón olímpico.
Del otro lado del mostrador, aunque tiene 18 años, está Brian Arregui, el joven que se consagró en boxeo. Cuando tenía solamente 8 años, el oriundo de Villaguay (Entre Ríos) perdió a su padre. Un año más tarde se puso los guantes por primera vez. Brian, menor de cuatro hermanos, evolucionó con Darío Chanchito Pérez, su entrenador personal que paradójicamente se transformó en suegro con el paso del tiempo. El flamante campeón olímpico tuvo a su hija Briana junto a Paola, hija del preparador.
Tiene solamente 18 años y debió crecer de golpe por las responsabilidades que le deparó la vida. Y en los Juegos Olímpicos de la Juventud tiró la piña de su vida: con Briana en su cabeza y los consejos de Mariano Carrera, ex campeón mundial de la AMB y entrenador en la competencia.
En el Cenard se entrenó durante casi un año para poder colgarse hoy la medalla de oro. Con apenas 11.000 pesos de ingreso (provenientes de becas de Villaguay y Buenos Aires), se las ingenia para mantener sus gastos personales y enviar dinero a su casa para mantener a su familia y seguir adelante con la construcción de su hogar, donde vivirá con su mujer, Briana y Santino (4 años), hijo de Paola de una pareja anterior.
El capitán de los Pitbulls (selección argentina juvenil de boxeo), que idolatra a Lionel Messi y exhibe fotos en sus redes sociales junto a Sergio Maravilla Martínez y Marcela Tigresa Acuña, se sube a cada ring pensando en su ángel de la guarda, al que tiene tatuado en su pecho: Raúl, su padre. "Sólo le pido que me cuide para que no sufra mi vieja", implora.