¿Cómo promover la salud mental en las instituciones educativas?

Compartimos la palabra de Fernando Bertonati quien, este viernes 24 de junio, disertará en el Ciclo de Encuentros Virtuales de Medios en la Educación.

¿Cómo promover la salud mental en las instituciones educativas?

Si partimos de los hechos, nuestras instituciones educativas han cambiado. Y ese cambio se debe a que, a partir de la pandemia, el mundo cambió, cambiaron los sujetos. Definitivamente, no somos los mismos. En lo demás, en sus formas, solo por momentos, el mundo parecería ser el mismo y, la escuela, también.

Las instituciones educativas tuvieron que repensarse, cuestionar sus modos de abordaje de la tarea educativa. Además, quedaron al descubierto las vulnerabilidades del sistema. Por más que algunos se consideren los salvadores de la educación, lo cierto es que, en nuestro país y en nuestra provincia, muchos quedaron fuera del sistema y, los que no, quedaron heridos.

Desde allí surgen emergentes que tienen que ver con la salud mental, tanto de niños y adolescentes, como de sus padres y docentes. Si bien el problema es sistémico, abarcando lo cultural, lo político, lo social, la salud, en general, las heridas de la pandemia han dejado abiertas sus cicatrices en la salud mental de quienes forman parte de las comunidades educativas.

Una realidad que interpela

Pensemos en algunos fenómenos. Desde el cese del confinamiento y el regreso a las aulas aumentaron las ideaciones y los intentos de suicidio en menores. Muchos padres, madres y docentes están desconcertados y no encuentran la forma de acompañar las dificultades de niños y adolescentes. El mundo virtual “explotó” pero, allí, parece reinar un mundo donde, muchas veces, el adulto está lejos y las instituciones educativas ausentes -casos de bullying, ciberacoso, grooming, entre otros-.

Puede también considerarse un fenómeno que muchos docentes no quieren o no pueden (en términos de imposibilidad psicológica) volver a las aulas. Así, aumentaron las licencias y los cambios de funciones, muchas veces enmascarados en otras patologías, pero que tienen su origen en la salud mental. Este es el panorama de una postpandemia educativa desafiante, donde los Servicios de Orientación escolar deberían ser una prioridad, una emergencia, en donde se pueda abordar y, si es posible, prevenir el daño de quienes quedaron en la vulnerabilidad: niños y adolescentes.

¿Qué es la salud mental?

Podemos poner nuestro punto de partida en una definición común, la de la Organización Mundial de la Salud, que tiene que ver con el estado de completo bienestar mental, físico y social. Pero cuando hablamos de bienestar, no significa que vivamos sin dificultades. Ese bienestar consiste en un equilibrio en donde el sujeto pueda enfrentar las dificultades que la vida le presenta, porque es absurdo pensar una vida sin conflictos. Si bien es un anhelo de todo ser humano no enfrentar conflictos, este deseo es sólo parte de la fantasía. La vida está atravesada por conflictos que se nos presentan que, a veces, se pueden resolver y, en otras oportunidades, no, pero con los que tenemos que vivir.

Como dicen las psicoanalistas Susana Brignoni y Graciela Esebbag: “La vida de las personas y podemos decir, de los niños en particular, está constantemente sometida a una tensión. La tensión que existe entre las demandas generales, las de lo social (léase la escuela, el trabajo, los amigos, la familia, etc.) y las demandas particulares, es decir los deseos, goces y satisfacciones propios de cada sujeto. Esta tensión implica entonces la existencia de conflictos. Es decir que no podemos pensar en el bienestar como algo estático o equivalente a la ausencia de conflicto, sino más bien como un bienestar en constante movimiento, como efecto de un trabajo a realizar sobre el conflicto, potenciando la creatividad a través de su dialectización”.

Esto quiere decir, en el pensamiento de las autoras, que el conflicto es inherente a la constitución del psiquismo, que forma parte de nuestra propia existencia. Y este conflicto supone enfrentarse con lo desconocido de cada uno, entre lo sabido y lo no sabido, entre lo posible y lo que no.

Las mismas autoras nos dicen: “Es, en esta lucha, en la posibilidad de inventar resoluciones particulares del conflicto psíquico en que puede alcanzarse un estado cercano al de la salud”.

Entonces, desde esta concepción, ¿Cómo hacemos para promover lo que entendemos por salud mental en las instituciones educativas?.

El conflicto como punto de partida

Es fundamental ponerse a trabajar en el conflicto. Esto quiere decir que debemos, porque es un deber, poner en palabras lo que está pasando en nuestras instituciones. Suele subestimarse el poder de la escucha como intervención. La posibilidad de ser escuchados nos permite encontrar un lugar donde ser sujetos, donde la palabra que subjetiviza circule, donde encontrar un lugar en el otro que posibilite una existencia posible.

Por parte de los educadores, entre ellos los padres y madres, no solo los profesionales de la educación, es importante partir de un “no saber” sobre el otro que nos posibilite el encuentro. Debemos aceptar que muchas veces no sabemos qué le pasa a ese niño, adolescente, a esa familia.

Después de la pandemia, sabemos menos. Menos de ese dolor e incertidumbre por la que han tenido que transitar. Partir de una sabia ignorancia nos permite encontrar algo de esa verdad que el otro no entiende pero que lleva y demanda en las escuelas, también en las universidades, diciendo: “Quiero que me escuchen”, “No estoy bien, necesito ayuda”. Ese no saber es como el del filósofo griego al acercarse a los jóvenes de su querida Atenas: el no saber socrático permite hacer que surja la verdad que hay en el otro y que incluso para él es un enigma, su vida es un enigma.

Desde ese punto, es posible encontrar espacios y dispositivos de intervención que posibiliten un devenir humano saludable, una vida más estable. Porque esto permitiría un vínculo con los niños y adolescentes, también con los padres, que en psicoanálisis se llama “transferencia”. Si quieren, es lo que posibilita un marco de confianza que es la base de toda relación sana, sanante. Es lo que posibilita el vínculo después de tiempos de des-vinculación, y ese vínculo es lo que permite enfrentar lo incierto, ese vacío que muchos niños y adolescentes experimentan y que llaman vacío, angustia, si es que pueden nombrarlo. A veces, esto aparece enmascarado, en situaciones de violencia, en agresiones o en episodios de autolesión. El vínculo posibilita ir encontrando respuestas que permitan vivir.

Lic. Fernando Bertonatti
Lic. Fernando Bertonatti

¿Qué dispositivos permitirían promover la salud mental en nuestras instituciones educativas?

Hoy es fundamental la promoción del diálogo, generando espacios de escucha y participación de los estudiantes y también de las madres y padres. Saber de eso que nos pasa, pero que no sabemos nombrarlo ni definirlo. A veces, comienza por problemáticas comunes como las económicas, las sociales, las de vinculación, entre otras. Pero no es el silencio ni la negación una salida saludable. Además, la capacitación docente debe dar un giro a nuevos lugares en donde se ponga, sobre la mesa, el malestar docente, el desgaste, el exceso de demanda, repensando la escuela desde un lugar que tiene que ser resignificado, no precisamente promocionando sujetos presos de consumo y el “bienestar” que muchas veces se intenta imponer y que tanto daño causa.

Por último, ha llegado el momento en que nuestras instituciones educativas cuenten con personal interdisciplinar que pueda realizar un abordaje preventivo a través de diferentes dispositivos educativos, vinculados con los dispositivos de salud: trabajar en red. Y es una deuda de nuestra sociedad que estas redes funcionen en tiempos adecuados, con el personal idóneo y con los recursos suficientes para enfrentar una situación que, se entiende, será cada vez más compleja.

Termino con una experiencia, una consulta. En una comunidad educativa, con situaciones de extrema vulnerabilidad social y económica en sus estudiantes y sus familias, se presenta la dificultad de que sus docentes empiezan a enfermarse. Quieren trabajar, pero no pueden, en términos simples dicen “no nos da el cuero, estamos destrozados”. La directora, en un primer momento pensó que era una excusa, pero empezó a realizar intervenciones que posibilitaran el diálogo. Esto que pasa en los primeros meses del año, hoy ya no es un problema. Los docentes necesitaban ser acompañados, escuchados, encontrar espacios de intercambio en grupos de reflexión. Las familias necesitaban ser convocadas, de diferentes modos, a ser partícipes de los desafíos que se presentaban en la escuela y que eran los de sus hijos. La tarea no es que se normalizó ni los conflictos se resolvieron. Están en eso, están trabajando en eso, sabiendo que hay algo no sabido: la escuela cambió. Pero repito, el silencio y la negación no son el camino.

Fernando Bertonati es Licenciado y Profesor en Psicología, Profesor de Filosofía y Diplomado en Docencia Universitaria.

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