Enrique Ruiz Blanco es, además, coordinador de Educación a Distancia y científico Investigador del Instituto de Investigaciones de la Facultad de Ciencias Sociales y Administrativas de la Universidad del Aconcagua.
Décadas atrás, cierta empresa líder de informática promocionaba, en un video de tono futurista, cómo las TIC cambiarían nuestras vidas. El hilo narrativo pasaba por un día común en la vida de una familia norteamericana y la historia comenzaba al despuntar el alba. La primera escena presentaba a una mujer preparándose para el trabajo. Peinado de peluquería, maquillaje, ropa y accesorios nos describían a una ejecutiva de alto rango y el broche de la escena es que su estilo era elegante… de la cintura para arriba. Bajaba a la sala de estar, llamaba a desayunar su hijo y se preparaba para una reunión por videoconferencia. Su hijo le reprochaba el pantalón pijama y las pantuflas. Ella le explicaba que eso no salía en cámara y, así, con el remate pochoclero, se vendía la idea central: trabajar desde la casa tiene sus beneficios. En fin, el video continuaba en ese tono y, en honor a la verdad, acertó en muchas de sus predicciones, incluyendo las transacciones bancarias en línea y la información personal en la Nube.
El tiempo pasó, las tecnologías del futuro se convirtieron en las tecnologías del pasado, las computadoras de escritorio cedieron su lugar a las notebooks, aparecieron los teléfonos inteligentes, Internet se volvió miles de veces más rápida y la Web pasó a ser semántica. Al final, nos cambió la vida, pero no el trabajo. Y qué pena, porque cuando todos los países tuvieron que implementar medidas de aislamiento social por la pandemia de Covid-19, el teletrabajo se convirtió en la opción más segura en términos sanitarios.
A principios del 2020, solo un porcentaje muy bajo de la población conocía o podía trabajar en esta modalidad. Se estima que solo un 16,7 % de los asalariados (sin incluir servicio doméstico) podía trabajar en esta modalidad total o parcialmente. De haber estado más presente en nuestra cultura, no nos hubiera costado tanto adaptarnos, especialmente a los docentes. Pero hablemos del tema, porque todo tiene su explicación.
Nada nuevo bajo el sol
El teletrabajo no es una opción de la Era Digital. Se trata una modalidad laboral en la que el trabajador desempeña su actividad fuera de las instalaciones del empleador, típicamente, desde su propia casa. El medio por el cual el trabajador entrega el producto o servicio fruto de su esfuerzo son las tecnologías de la información y comunicación (TIC). El término teletrabajo fue acuñado por Jack Nilles, un ingeniero de la NASA, en 1973. En aquel entonces Internet era, básicamente, una red militar y las tecnologías consolidadas eran el teletipo y el fax. Como referencia, la Web, tal como lo conocemos hoy, aparecería veinte años después.
Por lógica, los pioneros de esta modalidad fueron aquellos profesionales cuya fuente de trabajo era la información como, por ejemplo, los periodistas. Pero, con la aparición de nuevas tecnologías, el teletrabajo expandió rápidamente sus horizontes ofreciendo opciones a un mayor número de personas. Para el 2019, el teletrabajo era el sustento de industrias multimillonarias como la de desarrollo de software, centros de atención telefónica, traducción y diseño gráfico, entre otros.
El caso paradigmático es el de la docencia. El insumo básico de un docente es la información, ¿verdad?. Entonces, a priori, uno podía pensar que todos los docentes estaban en condiciones de hacer teletrabajo. Bueno, sí y no. El dictado de clases tiene, como base, el proceso comunicacional y, para eso, nada mejor que las TIC. El problema fue el acceso dispar a las tecnologías.
Hablemos de tecnologías
Vivimos en un mundo rodeado de tecnologías y quizás pensemos que, simplemente, están ahí para ser usadas. Pero nuestra relación con ellas es más compleja que una mera circunstancia de uso instrumental. Autores como Werner Rammert sostienen que la sociedad utiliza la tecnología para sus fines pero, antes, planifica su diseño y producción sobre la base de desarrollos científicos que han surgido de la evolución del pensamiento humano.
Las tecnologías no se pueden pensar en general. Hay millones de tecnologías en el mundo. Algunas nos gustan y otras nos parecen detestables. Quizás nos guste conducir un automóvil -que es una tecnología-, pero no nos guste usar una netbook -que también es una tecnología-. Todo depende de qué tan fácil sea usarla y de lo que represente en nuestra vida porque, ante todo, tienen una enorme carga simbólica.
Ya sea por su costo o sus prestaciones, las tecnologías, tal como aparecen en el mercado, representan estatus social, poder adquisitivo y nivel educativo. En términos de Pierre Bourdieu, esto produce distinciones entre sectores más educados y menos educados, intelectuales y gente de negocios. El desarrollo tecnológico, volviendo a Werner Rammert, está indiscutiblemente atado a condicionantes culturales de contexto, políticos y económicos.
Por lo tanto, contar con todas las tecnologías necesarias para trabajar desde la casa no es algo que esté al alcance de todos. Para acceder a ellas hay que contar con un capital económico, cierto capital cultural y un contexto político favorable. Durante muchos años, el programa Conectar Igualdad sirvió a este propósito acortando la brecha digital y, como mínimo, permitió que los docentes tuvieran una computadora en sus hogares para preparar sus clases y evaluar los trabajos de sus alumnos.
Debido a la situación de emergencia, cuando se les pidió a los docentes que dieran clases virtuales, no había margen de maniobra. Para aquellos docentes que ya tenían acceso a la tecnología, pasar a la modalidad de teletrabajo fue solo encender sus netbooks. Para los demás, no fue tan fácil.
De los nuevos usos y costumbres
Tras unos meses un poco tortuosos, los docentes que incursionaron en el teletrabajo comenzaron a descubrir un mundo nuevo. Por ejemplo, que las interminables reuniones de trabajo se podían reemplazar por un mail. Que no había timbres y que entrar a dar clases dependía de la puntualidad da cada uno. Que se requiere un alto grado de disciplina y organización para terminar todas las tareas del día. Y que se puede usar pijama de la cintura para abajo.
Es regla: todo lo que se ve en pantalla fue preparado para ser visto. Se aplica para la fotografía, el cine, la televisión y hasta en los videos de TikTok. Aunque nos guste creer que lo que vemos en pantalla es la realidad, siempre hay alguien que miró antes que nosotros, seleccionó un encuadre y decidió qué íbamos a ver y qué no.
Así, como quien no quiere la cosa, los docentes pasaron de hacer láminas en goma Eva a elaborar decorados caseros. La computadora apoyada sobre una pila de libros para ajustar la altura y los veladores robados para una mejor iluminación. Por suerte, el ingenio y la solidaridad se propagan rápido por la Web. En todo el mundo, los docentes tuvieron que resolver los mismos problemas, así que compartieron las soluciones que encontraban. Es lo que Nicholas Burbules denomina aprendizaje ubicuo. Hoy todos enseñamos y todos aprendemos. Por lo menos, en eso estamos juntos.
En un mundo ideal…
Con todo dicho, el teletrabajo no es para todos. Por ejemplo, quienes elegimos la educación a distancia amamos el teletrabajo, nos encanta y lo disfrutamos por su incomparable flexibilidad, pero es una cuestión de elección.
Del otro lado, quienes eligieron la educación presencial sueñan con volver a caminar por las aulas que es su lugar en el mundo, ¡Y tan simbólico!. Allí somos docentes (así, con pecho hinchado y la cabeza erguida). En nuestras casas no somos docentes ni caminamos con aire de dignidad. Allí nos llaman por nuestro nombre y a nosotros nos gusta que nos digan “profe” o “seño”. Además, el café no es igual de rico. El que nos gusta está en la sala de maestros, porque lo pagamos entre todos y porque lo hizo un celador con mucho cariño. ¿Cómo se reemplaza eso en la casa?.
En un mundo ideal, cada docente podría elegir su espacio y modalidad de trabajo. Lo que ya no se puede elegir es una educación sin tecnologías. Eso ya no existe. Hace años que los docentes usamos la Web para preparar nuestras clases. Y nuestros alumnos para resolver las tareas. Así que esa parte de la educación ya no tiene vuelta atrás.
Finalmente, para ser positivos, señalaremos el costado más humano del teletrabajo: la posibilidad de estar con nuestros seres queridos. En los momentos más difíciles de la pandemia, nos permitió estar con nuestros hijos, con nuestras mascotas, con nuestros padres o con nuestra pareja. Pudimos estar cerca, abrazarnos, integrar las horas del trabajo con las horas de la familia. Eso también se vio (literal, se vio por Zoom). La seño con el gato que se atravesaba en cámara. Los chicos diciendo: “¿Mamá, venís a jugar?” “¡No puedo, estoy dando clases!”.
Quizás hoy nos preocupemos por el esfuerzo de trabajar en casa pero, cuando todo esto pase, lo que quedará en el recuerdo serán los buenos momentos compartidos.