En pandemia, son muchos los cambios a los que nos hemos tenido que enfrentar, no sólo en las modalidades de trabajo sino en la escolaridad de nuestros hijos, nuevas formas de compras y pagos impositivos. También la gestión virtual de la mayor parte de nuestras prácticas sociales.
Cada rutina, gestada en el interior de la casa y fuera de ella, va permitiendo una estructura, un orden en el cual nuestra mente se apuntala. Así se crea una organización donde prima la seguridad, la anticipación de lo que uno enfrenta y las certezas tan necesarias para generar un sentimiento de confianza. Cuando estos apuntalamientos cambian, nos enfrentamos a un gran caos en el que es difícil determinar lo que será prioritario, y la confusión comienza a reinar en los procesos mentales. Es una particularidad de la pandemia; es lo rotundo de esta transformación, forzada por sostener la salud física de toda una población.
Todas las rutinas se han visto postergadas e incluso anuladas. Nuestra cotidianidad hizo un giro a un paradigma tecnologizado, devastando economías regionales y nacionales. La sensación de incertidumbre es gigante, ocasionando niveles altísimos de ansiedad y miedo. Las planificaciones deben construirse en la actividad diaria, no a largo plazo, como lo hacíamos en otros tiempos. El lazo social se ha visto quebrado en su punto más importante: la afectividad anclada en la presencia.
El aislamiento, la angustia, la incertidumbre, la ansiedad, son aspectos que van contribuyendo a que la calidad de vida afectiva de las personas se vea afectada en forma negativa, permitiendo el desarrollo de trastornos mentales tales como la depresión, los trastornos de ansiedad y las fobias de tipo social.
Nuestra mente se ve exigida a adaptarse a modalidades diferentes de vida. La plasticidad, la flexibilidad, son un ejercicio cognitivo difícil, necesarios para un camino que nos permita sobrevivir en realidades duras. Negociar entre lo que uno quiere, lo necesario y lo que posibilita la realidad, termina siendo un estrés diario.
Todo cambio implica una crisis. Toda crisis, una nueva manera de construir la realidad. Aprender con amor en este contexto es nuestro desafío, como humanidad y comunidad, como vecino y familia. Abrirse, bajar la exigencia, valorizar nuestros esfuerzos, reconstruir el lazo social y económico, es nuestra responsabilidad. La forma en cómo enfrentemos y metabolicemos en lo individual y en lo social esta pandemia, será lo que vamos a dejar como herencia a nuestras próximas generaciones. El amor, la creatividad y la grupalidad, son las herramientas por primacía, que nos protegen ante el desamparo de las crisis.
*La autora de la nota es licenciada en Psicología.