El trámite más difícil para el paciente que recibe la noticia de la gravedad de su caso es asumir la dureza del diagnóstico y entender que rebelarse contra el rigor de los estudios no remediará nada. Que la negación, en suma, nunca es el camino para emprender el tratamiento necesario, aunque este no sea simple ni fácil de sobrellevar.
Lo anterior se aplica a lo que nos viene sucediendo en materia educativa, donde el diagnóstico que año tras año nos entregan las pruebas Pisa (Programa Internacional para la Evaluación de los Estudiantes, promovido por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, Ocde) ratifica en cada ocasión que ya no somos lo que fuimos muchas décadas atrás en materia educativa y que hemos perdido el rumbo. Peor aún, que no hemos hecho casi nada para volver a encontrarlo.
Los números de los registros obtenidos en septiembre de 2022 en 81 países nos muestran instalados en uno de los últimos lugares del listado, con un retroceso de 17 puestos en Matemáticas y 11 en Lenguas desde 2018 (puesto 66 en el primer caso y 58 en el segundo), detrás de Chile, Uruguay y México en la compulsa regional. Para entender la traducción de estos datos, baste citar que entre los alumnos de 15 años el 66% no aprueba el piso exigible en Matemáticas y el 46% reprueba Lenguas, amén de un 44% que lo hace en Ciencias.
Subyace en estos datos crudos una flagrante necesidad de sincerar los que nos ha pasado y lo que no hicimos, tanto como lo que se hizo mal. Durante décadas, la cuestión educativa ha atravesado a los gobiernos de distinto signo que la consideraron una carga difícil de sobrellevar e implementaron reformas entre audaces y disparatadas, muchas de ellas compradas a bajo precio en el mostrador de las novedades, a caballo de corrientes de moda y del discurso de algún iluminado de turno. Así, la currícula fue manoseada, se eliminaron materias vitales, se adoptaron criterios pedagógicos de moderna ineficacia y, cuando todo probó ser inadecuado, se aprobó a la construcción de la estadística. Esto es, a hacerle decir a los números lo que la realidad contradecía.
El dato más cruel fue el facilismo instalado para que se promoviera a todos a toda costa, la desaparición de las exigencias de rendimiento mínimo y el ataque a la meritocracia por ser esta discriminadora. Así llegamos adonde estamos, con períodos lectivos que no se cumplen, docentes mal pagos que tienen un alto índice de ausentismo, y gremios que resisten todo atisbo de revisión de saberes y capacitaciones.
Llegados a este punto, ya sabemos todo lo que hemos barrido bajo la alfombra por años. Sólo resta saber si seguiremos comprando soluciones mágicas o entenderemos que se debe volver a la educación considerada como trabajo para docentes y estudiantes. Y como una obligación ineludible para quienquiera que gobierne y debe comenzar por comprender que no se trata de vouchers ni nada por el estilo.