Misofonía: ¡no tolero el ruido!

A veces hay sonidos que generan “nerviosismo” y nos quitan el humor. Escuchar a alguien masticar chicle, sorber líquidos, respirar entrecortado -entre otras situaciones- provoca en algunas personas una sensación de irritación insostenible que, a pesar de

Misofonía: ¡no tolero el ruido!

"¡Qué se callen todos!". Si te resulta conocida esta expresión y la repetís -tanto en silencio como a los gritos-, quizás te parezca interesante saber por qué es que ocurre.

Algunas personas no toleran los sonidos que provienen del mundo que los rodea: mascar, sorber, respirar, toser, entre otros. Hay un sinfín de situaciones que generan una sensibilidad al sonido que, en algunos casos, se transforma en una fobia conocida como "misofonía".

Esta fobia -muy común en estos tiempos- se trata de una "sensibilidad" al sonido que puede traducirse como "odio o molestia por el sonido". Forma parte de la lista de enfermedades raras y es caratulada así porque, entre otras cosas, causa miedo, ansiedad y hasta aislamiento en aquellos que la padecen.

La misofonía, tal como explican los portales de conocimiento científico, es una respuesta muy intensa del sistema nervioso autónomo y el sistema límbico a ciertos sonidos "normales", con una hiperactivación anormal del sistema auditivo.

Esto puede generar en quien lo sufre "cuadros de estrés e ira muy difíciles de controlar y que, muchas veces, terminan minimizándose con el aislamiento de esos escenarios considerados como molestos", analiza Laura Giménez, psicóloga. 

Básicamente, este malestar es una fobia que tiene como punto de partida la poca tolerancia a los sonidos que emiten el cuerpo de las demás personas u objetos que nos rodean.

"Lo curioso es que estos ruidos suelen ser bajos: entre los 40 y 50 decibelios; pero, aun así, resultan intolerables para las personas que padecen esta fobia", agrega la profesional.

Las razones que la causan pueden ser diversas. Desde el simple hecho de tener una personalidad poco tolerante, el estrés reinante que termina absorbiendo todo en la vida, como "experiencias negativas relacionadas con sonidos en diferentes frecuencias" añade la especialista.

Sea cual fuere su procedencia, hay algo muy claro y es que "se lo considera un trastorno neurológico que merece atención médica", comenta.

"Puede generar irritabilidad y suma molestia y aun así desconocer que se padece de esta fobia", dice Macarena Lázaro, también psicóloga; dando a entender que el número de personas que sufren esta patología puede ser alto y ni siquiera saben que la sufren.

Es que al ser una nueva enfermedad, sobre la que no existe demasiada evidencia, resulta complicado detectarla e, incluso, diagnosticarla.

Lo cierto es que, quien la padece, sufre una fuerte sensibilidad a los sonidos de otros y, muchas veces, "anticipan esos sonidos… O sea: ven a esa persona que genera el sonido que les molesta y ya saben que les va a fastidiar. Entonces se enfadan antes de que la molestia aparezca", añade Lázaro. Este hecho transforma a estas personas en seres sumamente ansiosos y con estado de nerviosismo constante.

Un dato curioso es que la misofonía afecta a personas jóvenes, desde niños a quienes transitan la adultez temprana. "Esto se puede relacionar con los estados de estrés que viven aquellos que transitan estas edades; aunque no es una receta para todos", reflexiona Giménez.

Lo que sí refuerza la profesional es que esta fobia no se relaciona con el volumen del sonido, sino con las sensaciones que esos sonidos generan en la persona que sufre la patología.

"Cómo repercute en su estado de ánimo, cómo lo afecta -dice la profesional, y agrega-. Algunas personas responden con severos cuadros violentos, se enojan con quien es el emisor del ruido, lo agreden verbalmente, con todo lo que eso significa para ambas partes".

Lázaro destaca que los motivos que desencadena esta situación están en relación con que "el cerebro le da importancia a algunos sonidos o ruidos más que a otros. Entonces es así como naturalizamos algunos y nos asustamos o enfadamos con otros".

En el caso de quien padece misofonía, no logra tolerar aquellos sonidos que, para el común denominador de la población, son considerados como cotidianos.

"Interpretan esos sonidos como algo negativo y hasta amenazador. Llegan a sentir cambios corporales muy fuertes, como el aumento de los pulsos del corazón, sudoración repentina, ansiedad, agitación, la necesidad de huir y estrés", especifica Lázaro.

Esto, obviamente, generará respuestas emocionales negativas: "la persona puede molestarse y retirarse del lugar de donde procede esa fuente que le genera irritabilidad o, en caso de que no sepa cómo manejar la situación, puede reaccionar con cuadros de extrema rabia o incluso sentir pánico y un deseo enorme de detener la fuente del ruido que tanto le molesta", comparte Lázaro.

Como es de esperar, este tipo de fobia pone en tensión toda la vida de la persona afectada, pues su problema repercute en su vida social y familiar: "las relaciones se tornan complicadas y hasta estresantes para las personas que rodean al paciente. Hay casos en que el paciente elige aislarse, pero esa no es la solución, sino que merece atención profesional. Está comprobado que la misofonía es una patología que mejora si es responsablemente atendida", suma la profesional.

A nivel físico, el paciente sufre dolores musculares, ya que los músculos permanecen tensionados; malestares constantes, como dolores de cabeza y estómago; bruxismo, mandíbula apretada; entre otros síntomas. Y si bien esta fobia se presenta como una condición de por vida -por ser un problema neurológico-: "no cabe duda de que el acompañamiento profesional ayuda considerablemente a las personas que viven con ella", dice Giménez.

Pero, para no desesperar y aportar a la idea de la mejoría de este cuadro, además de las visitas a los profesionales capacitados para acompañar la problemática, se presenta una buena estrategia para comenzar a trabajar en la fobia: "si bien no existe una cura, algunos profesionales comienzan con tratamientos sencillos que tienen que ver con el autocontrol", aclara Lázaro.

Una de las alternativas es la terapia que consiste en la modificación de pensamientos; o sea: combatir los pensamientos negativos que estén generando ese gran malestar en el paciente. Esto no es más ni menos que detectar el momento justo en que esos pensamientos aparecen, para modificarlos y transformarlos en algo más positivo y saludable para el paciente.

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