Para quienes crecimos durante la Guerra Fría, Rusia nos parecía misteriosa, fría, distante e infranqueable, justo al otro lado de la "cortina de hierro".
Era el enemigo a temer, o por lo menos eso pregonaba la propaganda occidental. Lo cierto es que su historia, cultura, y en especial sus prolíficos escritores de mediados y finales de los siglos XVIII y XIX siempre atrajeron mi atención.
Leía tanto novelas de espías como obras de clásicos como Chejov, Tolstoi, algo de Pushkin y mi preferido de la adolescencia y juventud: Fiodor Dostoievski.
Aeroflot ofrecía vuelos directos a Moscú desde Valencia, donde estaba residiendo, y no tuve excusas. La travesía comenzó con el pie izquierdo.
La aerolínea perdió mi equipaje. Con lo puesto y la mochila de mano tomé el tren Aeroexpress desde el aeropuerto de Sheremetievo a la capital.
Allí me alojé en el Hostel Bolshoi que, como su nombre lo indica, se ubica a tres cuadras del famoso teatro. Caminé hasta allí y me detuve a admirar la inmensidad de esta obra, el segundo teatro más grande de Europa detrás de La Scala de Milán.
Camino a la Plaza Roja
Fui siguiendo los carteles que en ruso y en inglés me indicaban el camino hacia la Plaza Roja. Las anchas avenidas moscovitas tienen túneles peatonales para atravesarlas por debajo, algo que ya había visto en Pekín. A poco de llegar, se divisaban las cúpulas del Kremlin a la distancia. Un monstruoso edificio rojo, el Museo del Pueblo, franqueó mi ingreso a la singular plaza, corazón de Moscú.
Lo primero que se destaca es la Catedral de San Basilio al fondo del amplio espacio adoquinado de la plaza. Con sus bulbos multicolores, parecía de juguete. Pagué los 350 rublos de la entrada (6 dólares).
El interior me sorprendió ya que esperaba la clásica catedral con con la nave central, el altar y asientos para los fieles pero me encontré con distintos espacios compartimentados dedicados a distintas deidades con altares, cuadros y frescos cubriendo las paredes. La vista de la Plaza Roja desde sus ventanales es panorámica.
A la izquierda el Kremlin, al fondo el Museo del Pueblo y a la derecha las tiendas GUM que en los tiempos soviéticos eran los almacenes comunes donde compraba la gente. Hoy, con la apertura al mundo se ha transformado en un shopping con tiendas de lujo. Por fuera parece un palacio y por dentro impacta por su tamaño, decoración refinada y techos abovedados de cristal.
Las estaciones de subte son una atracción en sí mismas, con sus grandes frescos, arañas de cristal y paredes de mármol.
Crucé al Kremlin donde funciona la sede del gobierno central. Junto al muro que da a la Plaza Roja se erige el Mausoleo de Lenin, líder de la revolución bolchevique de octubre de 1917 y fallecido en enero de 1924.
Su cuerpo embalsamado (como el de Mao en Plaza Tiananmen) se exhibe bajo una vitrina climatizada. Hice cola para verlo. No se permite hacer fotos y varios guardias apostados discretamente se encargan de controlar.
El cuerpo recostado está vestido con traje y corbata. Cuando pasé frente a él me llamó la atención que la mano derecha reposa en su regazo con el puño cerrado pero la izquierda está abierta. Pregunté el motivo y me dijeron que se debía a una parálisis que sufría en ese miembro producto de un atentado en su juventud.
Detrás de este mausoleo se hayan otras tumbas notables. Muy ordenadas en hilera encontramos a ex premiers soviéticos como Josef Stalin, Leonidas Breznev, Yuri Andropov y al astronauta Yuri Gagarin, el primer hombre que orbitó la Tierra.
Para continuar en la línea de celebridades fallecidas busqué la estación de subte de la línea roja, Ploschad Revolyutsi, hasta la parada Sportivnaya.
Las estaciones en sí mismas son una de las atracciones de Moscú con frescos, cuadros, arañas de cristal, paredes de mármol y columnas adornadas como si fueran un palacio o una catedral.
Quince minutos más tarde y a cinco estaciones de distancia emergí del subsuelo en las afueras de la metrópoli. Pedí orientación a un señor que no hablaba inglés pero amablemente me supo decir como llegar al cementerio de Novodevichi.
No todos los rusos fueron tan atentos. Algunos se limitan a ignorarte apenas notan que no hablás su idioma.
Ingresé a la necrópolis donde me hice con un mapa que indicaba en que hilera y en que número de tumba están enterrados los personajes notables, que son numerosos.
Es una versión rusa del Pere Lachaise, el célebre cementerio parisino donde en su momento visité a Jim Morrison, Oscar Wilde y Edith Piaf.
Abrí el plano para comenzar el recorrido pero estaba en ruso. Imposible entender el alfabeto cirílico.
Noté que ingresaba un grupo de turistas franceses con una chica haciéndoles de guía y decidí unirme a ellos para captar algo. Delataba mi condición de colado el no tener mi identificación ni mis auriculares para escuchar las explicaciones pero nadie me dijo nada.
Comenzamos el recorrido por la tumba del chelista y director Matislav Rostropovich, pasamos frente a un memorial de los caídos en la Segunda Guerra Mundial (los rusos la llaman la Gran Guerra Patriótica) y nos dirigimos hacia los que me hacían más ilusión: los escritores.
La tumba de granito negro de Nicolai Gogol fue la primera. Justo enfrente, a sólo un pasillo de distancia del autor de “Almas muertas” descansa Antón Chejov bajo una cubierta blanca de cemento con placas escritas en ruso.
A pocos metros de estos monstruos de la literatura se halla el no menos notable actor Konstantin Stanislavski creador del célebre método de aprendizaje teatral.
Luego fue el turno de los políticos. La guía cada tanto me echaba una mirada pero nunca me presionó para que me alejara. Para colmo, al no tener los auriculares sí o sí tenía que estar cerca de ella para enterarme sobre qué tumba estábamos viendo.
Políticos y escritores
Saludamos a Nikita Kruschev, el premier que casi nos lleva a la Guerra Nuclear en la época de John Kennedy; Boris Yeltsin, uno de los presidentes de la etapa posterior a la cortina de hierro; y a Raisha Gorbachov, esposa de Mihail, el impulsor de la Perestroika y la Glasnost que llevaron a Rusia a abandonar el comunismo para abrazar con ansias el sistema capitalista.
También descansan aquí Andrei Tupolev, ingeniero aeronáutico, el saltador Valeri Bumel, medallista olímpico, y Viacheslav Molotov, entre otros.
El día siguiente fui a la casa donde vivió el escritor León Tolstoi, autor de clásicos como “La guerra y la paz” y “Anna Karenina”. La residencia está en el número 21 de la calle Tolstogo en el barrio Khamovniki. La estación de metro más cercana es Park Kultury. Se abona una entrada de 350 rublos.
La familia era de clase acomodada y la vivienda está rodeada por amplios jardines que incluyen una casita que utilizaban para tomar el té y recibir invitados.
Se aprecian las habitaciones, la cocina, dependencias de la servidumbre y una gran sala de estar con un piano a cuyos pies reposa una piel de oso que el mismo Tolstoi obtuvo en una salida de caza que casi le cuesta la vida cuando fue rozado por una bala perdida.
En el primer piso vi el estudio privado donde escribía. En sus últimos años estaba tan corto de vista que aserró las patas de su silla para sentarse más cerca del papel y la pluma cuando escribía.
El reloj se detuvo al morir Dostoievski
Para el final, la guinda del postre: el recorrido por la casa de mi escritor predilecto, Fiodor Dostoievski. Vivió en varias casas ya que no le gustaba permanecer en un solo lugar.
Su última morada fue en el departamento 10 del 2o. piso del edificio de la calle Kuznechny 2. Se ingresa por una puerta en la esquina. Ya dentro tras abonar 200 rublos (3,5 dólares), se observan los objetos de la vida cotidiana de Fiodor y su familia.
Su esposa Anna Grigorievna manejaba las finanzas ya que ellos mismos se encargaban de editar los libros, algo inédito en la época. En su estudio vemos el escritorio sobre el cual escribió “Los hermanos Karamazov”.
Un reloj frente al escritorio está detenido a la hora de su muerte, las 20.37 del 28 de enero de 1881. Quise comprar algunas obras en idioma original pero para mí asombro no vendían novelas de Dostoievski en su propia casa.
Me conformé con adquirir un par de escritos con notas del autor sobre diversos temas pero no pude tener un “Crimen y Castigo” en ruso para agregar a mi biblioteca junto a las obras de mi ídolo.
Huelga decir que es una celebridad en San Petersburgo. Existe la semana de Dostoievski con lecturas y representaciones teatrales de sus obras. Hay una estación de subte con su nombre y estatua incluida.
También un hotel, monumentos y hasta un restaurante llamado “El Idiota” como una de sus obras.