Elena (su nombre ha sido modificado) con la voz quebrada intenta hablar de la pesadilla que atravesó. Fue violada durante horas por dos soldados rusos, quienes la “seleccionaron” por ser la esposa de un militar ucraniano.
Este testimonio ejemplifica los temores de organizaciones de derechos humanos que muestran indicios del uso de la violación como “arma de guerra” en Ucrania.
Entrevistada en Zaporiyia, una ciudad a la que llegan a diario miles de desplazados forzados a abandonar sus casas por la ocupación rusa en el sur de Ucrania, esta mujer rubia espera un ómnibus para unirse a sus cuatro hijos en Vinnytsia, en el centro del país.
Desde el primer día de la invasión, el 24 de febrero, los envió allá, lejos de su casa de la región de Kherson (sur), en primera línea ante el avance de los rusos.
Su marido, que combate desde hace dos años a los separatistas prorrusos en el Donbass, en el este de Ucrania, fue enviado al frente y Elena se quedó sola para trasladar sus pertenencias.
Pero a raíz de lo peligroso de ese trayecto y la presencia de militares rusos, no logró encontrar un vehículo para vaciar su casa y fue entonces que se produjo la tragedia, la tarde del 3 de abril, cuenta esta madre de familia.
“Hacia las 15 fui a un almacén. Mientras hacía la fila, entraron militares rusos y empezaron a discutir con los clientes”, continúa. “No entendía de qué hablaban, pero me di cuenta que uno de los habitantes me señalaba con el dedo diciendo ‘es una banderovka’”, recuerda Elena.
El hombre se refería a los nostálgicos del dirigente ultranacionalista ucraniano Stepan Bandera, que colaboró con la Alemania nazi contra la Unión Soviética.
“‘Es por gente como ella que estalló esta guerra. Es la mujer de un militar’”, agregó el hombre, según Elena.
“Sin una palabra”
“Vi que me observaban cuando salí rápidamente de la tienda. Apenas alcancé a llegar a casa cuando los dos soldados rusos entraron por la puerta detrás de mí. No tuve tiempo de tomar el teléfono para pedir ayuda ni de hacer nada”, dice.
“Sin una palabra me empujaron sobre la cama, me colocaron una ametralladora encima y me desvistieron”, relata la joven antes de estallar en lágrimas. “Casi no hablaban, además de tratarme a veces de ‘banderovka’ o decirse entre ellos ‘es tu turno’. Luego, hacia las cuatro, partieron porque era su turno de montar guardia” en su campamento.
Elena dice que no habló con nadie aún, ni siquiera con un médico o un psicólogo, y menos aún con su marido.
“Soy partera, me hice las primeras curaciones yo misma”, explica. “Encontraré todo lo que necesito una vez que llegue a mi destino. Solo quiero reencontrarme con mis hijos”, agrega.
Al ser consultada sobre su estado físico y psicológico, comienza a llorar nuevamente: “Me doy asco. No tengo más ganas de vivir”.
Antecedentes
La filial ucraniana de la ONG La Strada, que defiende los derechos de las mujeres, recibió hasta el momento en su número verde “llamados concernientes a siete casos de violación de mujeres y niños ucranianos por parte de ocupantes rusos”, declaró por teléfono una responsable de la organización, Aliona Kryvuliak. Pero cree que habrá cifras mucho más altas cuando comience a disiparse la conmoción de las víctimas.
“Puede haber cientos, incluso miles, de mujeres y jóvenes violadas”, estima Kryvuliak. El primer llamado, el 4 de marzo, desde Kherson, hablaba de “la violación colectiva de una madre y su hija de 17 años por parte de tres hombres”. Los otros casos fueron señalados en la región de Kiev “luego del 12 de marzo”, señala.
“Militares rusos cometieron violencias sexuales contra mujeres y hombres ucranianos, contra niños y personas mayores”, afirmó en una declaración difundida esta semana la fiscal general de Ucrania, Iryna Venediktova.
La fiscal insistió en la necesidad de reunir pruebas, aunque reconoció la dificultad de hacerlo en un país en guerra, en zonas donde la señal telefónica o la red eléctrica están perturbadas. Pero es sin duda una justicia más expeditiva la que imagina Elena para sus violadores y los cómplices de estos.
“Estoy segura de que Ucrania recuperará esos territorios en manos de soldados rusos y que los nuestros se vengarán”, asegura. “Y señalaré con el dedo a esos habitantes que me señalaron. Se los mostraré con el dedo a mi marido”, promete, sin relevar qué castigo estaría a su entender a la altura del crimen que sufrió.