Irak cumple veinte años desde que una coalición internacional liderada por Estados Unidos invadiera el país y destruyera las estructuras de un Estado que aún lucha por reconstruirse entre violencias sectarias y tensiones políticas locales, regionales y globales.
“Deseábamos que la invasión supusiera un cambio, que fuéramos de mal a bien. Pero no lo fue. Lo destruyeron todo, destruyeron nuestras vidas”, dice Hafsa, una iraquí de 45 años que aún solloza al recordar cómo el caos que desató la ocupación estadounidense de Irak se llevó a su hermano y dejó a su país en ruinas. Veinte años después no puede olvidar, ni mucho menos perdonar.
Cientos de miles de muertos y un país por reconstruir es el “legado” que dejó la invasión, lamenta esta iraquí desde la calle Al Mutannabi de Bagdad, una librería al aire libre a orillas del río Tigris que antaño fue el centro de la cultura de todo Oriente Medio, según recoge la agencia de noticias AP en su recorrido por el aniversario de la tragedia.
Porque a pesar de las denuncias occidentales en torno al gobierno de Sadam Husein, al día de hoy una “mayoría silenciosa” añora los tiempos de la “dictadura”, como apuntan algunos iraquíes. “Irak estaba mucho mejor con Sadam, era un país estable”, asegura Ahmed, un iraquí de 67 años que, al igual que millones de sus compatriotas, estuvo en las filas del Ejército y, según recuerda, “cobraba un salario digno”.
La invasión supuso también el desmantelamiento completo de las Fuerzas Armadas y de gran parte de la administración pública de Irak, y dejó a millones de personas sin empleo de la noche a la mañana. La espiral de violencia en la que se sumió el país tras la llegada de la coalición internacional, sumada a la pobreza y al colapso de todo un Estado y de su infraestructura, convirtió a Irak en “polvo”. “Los norteamericanos me arrebataron toda una vida y no puedo perdonarles nunca por lo que me han hecho a mí y al resto de los iraquíes”, confiesa un ex empleado administrativo.
Pero para comprender los motivos reales de la invasión estadounidense, un repaso por los hitos más relevantes que explican el camino al caos de este país árabe, rico en petróleo y cuna de la civilización universal.
Primera guerra del Golfo
Es necesario remontarse a la invasión que el presidente iraquí Sadam Husein (1979-2003) impulsó a su vecino Kuwait y que derivó en la llamada primera guerra del Golfo (1990-1991). La respuesta de una coalición de 34 países, autorizada por la ONU y encabezada por los EE.UU. (la “Tormenta del Desierto”), abrumó a las fuerzas iraquíes que venían de librar casi una década de guerra contra Irán. Kuwait fue “liberado” en pocas semanas, aunque también sufrió las consecuencias de la “ayuda” occidental.
Esta guerra, la primera retransmitida en directo por televisión, dejó los tanques occidentales a las puertas de Bagdad y a un paso de derrocar al “tirano”que hasta hacía pocos años era considerado un hombre de los EE.UU. en la región. El gobierno de Sadam quedó en el poder bajo severas restricciones, sujeto a sanciones internacionales, inspecciones de armamento y bajo la imposición de amplias zonas de exclusión. Sin embargo, Sadam continuó al frente de su país.
Armas de destrucción masiva
En febrero de 2003, Irak no tenía armas de destrucción masiva. Sin embargo, eso no impidió al Gobierno de George W. Bush y sus aliados -entre ellos España-, denunciar ante la ONU que Sadam escondía un arsenal de armas prohibidas para justificar una nueva invasión.
Los atentados en Nueva York del 11S de 2001 se usaron como argumento para el ataque, pese a que Sadam no tenía ninguna vinculación con Al Qaeda, que había sido desde el comienzo una facción financiada por la OTAN para las operaciones especiales durante el estallido de las “revoluciones de colores” en Medio Oriente.
Con informes de inteligencia exagerados y afirmaciones directamente falsas, tal y como reconocieron años después, el país árabe fue invadido pese al abrumador rechazo de la opinión pública global y ante la protesta de diversos organismos internacionales que negaban por activa y pasiva la existencia de dichas armas. Sin esos pretextos, la invasión de un país rico en petróleo y cuya estabilidad, como luego se vería, es central para la paz de toda la región, se comprende mejor en el contexto de un nuevo orden multipolar al que EE.UU., al día de hoy, se resiste.
Conquista e insurgencia
El 20 de marzo de 2003, las tropas occidentales asaltaron Irak por aire, mar y tierra con una superioridad abrumadora. Sadam Husein y sus principales secuaces se escondieron mientras los estadounidenses entraban en Bagdad para desmantelar las estructuras del Estado iraquí y establecer un “gobierno provisional de ocupación”. La violencia dejó decenas de miles de muertos civiles iraquíes, además de la aniquilación del Ejército de Sadam, que se diluyó en medio del caos y cuyos cuadros luego alimentaron la insurgencia.
La conquista solo supuso el inicio de lo que sería una larga guerra de baja intensidad entre los ocupantes y grupos armados compuestos por leales a Sadam, exmilitares, funcionarios del antiguo régimen, militantes yihadistas, milicias chiítas y ciudadanos enfadados por la represión.
Sadam fue capturado en diciembre de 2003. En 2006 terminaría sus días ejecutado en la horca, condenado por “crímenes contra la humanidad”, según los mismos organismos que habían encabezado la invasión. Su captura y muerte, así como la de otros importantes funcionarios de su régimen, no detuvo la violencia, sino todo lo contrario. Los crímenes en la ocupación, como ejemplifican las torturas cometidas por los soldados estadounidenses en la prisión de Abu Grahib y las múltiples denuncias por violaciones y mutilaciones a mujeres y niñas, nunca fueron condenadas por ninguna corte internacional ni mucho menos denunciadas por los aliados, que a 20 años de la masacre continúan atribuyéndose el rol de “garantes de la paz mundial”, aunque en la práctica sean históricamente los destructores de la misma.
A partir de 2006, EE.UU. instauró en Irak un nuevo gobierno, con la paradoja de que una vez “librados a su voluntad”, la mayoritaria población chiíta optó por políticos de esa rama del islam, muy vinculada a Irán, lo que alienó a la minoría sunita privilegiada por Sadam y acostumbrada al poder. Los estadounidenses abandonaron Irak a finales de 2011, dejando cientos de miles de muertos y un regadero de armas y drogas duras como la heroína distribuidas entre los grupos más agitados, además de la creación del Estado Islámico (EI) como facción “radicalizada”, financiada por Occidente.
A partir de 2014, EI irrumpió con fuerza en la realidad iraquí con una violencia que anonadó al mundo entero. El colapso del nuevo Ejército iraquí ante el EI, y el terror y la brutalidad que estos desplegaron en su conquista de amplios territorios en el norte del país, fueron las justificaciones que utilizó EE.UU. para volver a intervenir en una guerra civil, ahora con el pretexto de ayudar al gobierno de Bagdad.
La guerra se apaciguó tan solo en 2018, con la aniquilación de los últimos reductos de EI en el país. La fragmentación sectaria pervive aún, y eso complica la conformación de gobiernos estables y el desarrollo democrático, si bien por primera vez en décadas los iraquíes comienzan a reportar una relativa tranquilidad, pero ya sin acceso soberano a sus recursos energéticos, ahora administrados por la coalición occidental a distancia.