Donde hubo un enorme lago, ahora hay un desierto. El lago Poopó fue el segundo mayor de Bolivia después del Titicaca, y ahora está completamente seco luego de años de sobreexplotación y contaminación minera y agrícola.
A mediados de los años 80′ llegó a abarcar tres mil quinientos kilómetros cuadrados, más del doble de la ciudad de Londres. Pero desde hace ocho años de aquel lago solo quedan charcos rodeados por un enorme desierto y acaso algún bote de juncos sobre el suelo agrietado donde un día flotó. Pocos rastros quedan de la actividad pesquera de la que vivía la comunidad uru, conocidos como la “gente del agua”.
“Los urus hemos quedado así, sin territorio. Hemos confiado en el lago, nuestros padres han confiado en el lago, que iba a estar permanente, y no fue así. De repente, se secó el lago y nos dejó sin trabajo. Hemos quedado huérfanos, sin trabajo, sin fuente de trabajo. ¿Dónde ir? ¿Dónde salir a trabajar? Tenemos que trabajar a la fuerza, aprendiendo albañil, jornaleando, pasteando ganados para otra gente. No era fácil.”, explica Luis Valero, líder espiritual de su comunidad indígena, en entrevista con la agencia de noticias local.
Apenas quedan unos seiscientos miembros de la comunidad Uru, etnia con una historia milenaria en Bolivia, Perú y Chile. Los muratos, una subetnia, estaban asentados junto al Poopó y vivían de él. Han emigrado y ahora solo resisten en el lugar siete familias, a 3.700 metros sobre el nivel del mar sin medios de subsistencia.
La extracción masiva y sin control de agua para la agricultura extensiva, la industria y la minería han conseguido acabar con el que fue el segundo gran lago de Bolivia, y las consecuencias a mediano y largo plazo no resultan nada alentadoras.